El futuro está… en el odio:
Jesús lo dijo así: “Si uno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”.
Los responsables de la versión litúrgica del texto, al transformar un explícito «odiar» en un supuesto «posponer», han rendido un homenaje impensado a la radicalidad hiriente del evangelio.
Me quedo con lo que hiere, “odiar”, porque en esa acción escandalosa vio Jesús una norma para discernir entre quienes se acercan a él por casualidad, por curiosidad, por beneficiarse de su poder, por conocer su doctrina, y quienes optan por ser de verdad sus discípulos.
El evangelio no me pide que odie al enemigo, sino que odie lo que amo, lo que más amo, desde mi padre y mi madre hasta mi propia vida.
Algo dentro de mí va diciendo que ese odio es todo amor. Algo me dice que mi padre y mi madre, por amor, odiaron la propia vida para proteger la mía. Algo me dice que los mártires de la fe, por amor, odiaron la propia vida y la entregaron a Cristo Jesús y a quienes los martirizaban. Algo me dice que Jesús de Nazaret, por amor, odió su vida para que yo pudiese vivir. Algo me dice que la Eucaristía, sacramento del amor que Dios nos tiene, es al mismo tiempo sacramento del odio que se nos exige, pues en este divino misterio se nos entrega por entero quien nos ama, y sólo si nos odiamos para amar, sólo si renunciamos a poseernos y nos damos a quienes amamos, podremos ser en verdad discípulos de aquel a quien nos hemos acercado en la comunión.
Bajo esta luz se puede releer la carta de Pablo a Filemón: “Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo… Te lo envío como algo de mis entrañas… Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor, como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, ¡cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano!” Es como si el apóstol estuviese diciendo a su amigo: «Odia y ama», «ódiate a ti mismo y ama a tu esclavo». Ese odio que libera al hombre para el amor, es condición de futuro para el que ama, para el que es amado y para el mundo. Paradojas del amor: El futuro está… ¡en el odio!
Como la lluvia… como el pan:
“Me engendraste hombre de pleitos”, había reprochado a Dios el profeta Jeremías. “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”, advirtió un día Jesús a sus discípulos.
Jeremías, Jesús, los discípulos de Jesús, hombres y mujeres que son a un tiempo operadores de paz y expertos de muy penosa y amarga división.
Jeremías llevaba adheridos a la memoria oráculos de consolación. Jesús llevaba en su vida el evangelio, la buena noticia del Reino de Dios. Nosotros hemos sido enviados para que llevemos a la humanidad entera la gracia de la reconciliación, la libertad de los hijos de Dios, la justicia del Reino de Dios.
Hemos conocido misterios tan altos que sólo la dicha nos parecía posible: La grandeza del cielo se nos había hecho cercana en la pequeñez de un niño; Dios nos ha visitado y redimido; hemos visto su amor y su fidelidad; hemos contemplado su gloria en el hombre Cristo Jesús, en sus palabras, en sus manos, en sus hechos, en su mirada, en sus lágrimas, en su vida entregada.
Pero hemos conocido también y muy de cerca, en carne viva, el pleito y la división, la crueldad de la charca fangosa, el dolor de los empobrecidos, la sangre de los inocentes, el destino de muerte reservado a los orgullosos.
En tu vida de creyente, ya nunca experimentarás separadas consolación y amargura, paz y guerra, dicha y aflicción. También a ti se te habrán adherido al ser, como a Jeremías, como a Jesús, el amor de Dios y el dolor de los hermanos, el terror que atraviesa la vida de los pobres, y el que amenaza con poseernos a quienes los hemos empobrecido.
De Jeremías, de Jesús, de los pobres, tuyas, comunidad eclesial, son las palabras del salmo: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos… Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí”. Son éstas las palabras de un cántico nuevo, con el que hacemos memoria de nuestra noche y de nuestra liberación; son un himno a nuestro Dios, una esperanza encendida en la vida de los pobres, una luz que deseamos brille también en el abismo oscuro del mal.
Éste es tu pleito inevitable, comunidad eucarística: En comunión con Cristo Jesús, eres de Dios y eres de los pecadores, has sido llamada a vivir fiel a Dios y fiel a la humanidad, también a la que se aparta de él. En comunión con Cristo Jesús, eres amor que viene de Dios y a todos alcanza, como a ti te alcanza su misericordia, la redención copiosa. En comunión con Cristo Jesús, eres de todos, Iglesia santa, como la lluvia, como el sol, como el pan… “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo –dice el Señor-; el que coma de este pan vivirá para siempre”. Éste es nuestro pleito, ésta nuestra guerra, ésta nuestra vocación.
Feliz domingo.
Asunción de María
Hoy celebramos la gloria de la Madre de Dios, nos alegramos con ella, nos unimos a ella en su cántico de alabanza al Señor, y lo hacemos nuestro, pues la fe nos dice que un día también será nuestra la gloria de la resurrección. Y no apartamos los ojos de Cristo, que es la fuente de la que procede la gloria de María y la gloria de la Iglesia. Y en este día de gloria, no olvidamos a los desheredados del mundo, y nos obstinamos en verlos hoy junto a la Madre pobre de Cristo pobre.
Comunidad de pobres que esperan a su Señor:
Somos pobres con esperanza. Y porque vivimos en esperanza, decimos: “Ven Señor Jesús”.
Queridos:
El evangelio habla de futuro, de espera del Señor. No sabemos en qué hora de nuestra noche él volverá. Sólo sabemos que hemos de esperarle.
¿Qué se nos dará con el Señor que llega? Se ceñirá, os hará sentar a la mesa y se pondrá a serviros. Esperamos al Señor, y abriremos al que viene para servirnos, al que nació para ser nuestra paz, vivió para hacernos ciudadanos del reino, murió para ser nuestra vida.
¿Qué nos ha dado el que vino para servirnos? Nos ha dado gracia, nos ha dado santidad, nos ha dado su paz, no ha dado su vida, la vida de Dios, nos ha dado su Espíritu, nos ha dado su luz, en realidad todo se nos ha dado cuando a nuestros pies se puso para servirnos el Señor nuestro Dios.
De todo esto ya goza la comunidad, todo lo contempla ya en la fe, y cada uno de nosotros puede quedarse asombrado delante de Dios, asombrado, agradecido y humilde, considerando los bienes del cielo que han inundado nuestra vida simplemente porque el Señor nos ha amado y se ha hecho nuestro servidor.
Y todos podemos ahora soñar cómo será nuestro encuentro definitivo con el Señor. ¡Cuando él venga! Es una venida ansiada, deseada: “Ven Señor Jesús”. Y en la Eucaristía de este domingo, de alguna manera anticipamos ese encuentro dichoso, pues ya escuchamos la palabra del Señor, ya lo recibimos en una comunión de fe y de amor. Hoy el Señor viene, se queda con nosotros en la vida, se queda con nosotros amándonos, se queda con nosotros para que le amemos. Claro que aquel a quien recibimos aquí como palabra que escuchamos y eucaristía que comulgamos, es también aquel a quien deseamos acudir en los pobres que están con nosotros. También allí le decimos: “Ven Señor Jesús”. Necesitamos encontrarte, abrazarte, cuidarte.
Propia del tiempo de espera en que vivimos es la atención, la vigilancia. Jesús hace una comparación sorprendente: “Si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete”. Es como si la venida del Señor, llena de bienes para su Iglesia, para cada uno de vosotros, tuviese algo de peligroso, amenazante, supusiese un riesgo, el riesgo de que aquella venida nos sorprenda, nos encuentre desatentos. Por eso, para la comunidad que vive en la esperanza, es irrenunciable la atención: ¡Velar en oración. “¡Ven Señor Jesús!” Que la venida del Señor no nos sorprenda de modo que nos quedemos fuera de la esperanza
Encuentro intercultural
«Viviendo la diversidad, compartiendo valores»
AID MUBARAK SAID, en nombre del Centro Cultural Lerchundi. ubicado en la antigua Iglesia de Martil, os invitamos a participar en este nuevo encuentro intercultural, en el que tratamos de compartir experiencias de voluntariado, conocer la diversidad cultural de la sociedad que nos rodea y compartir momentos lúdicos y festivos entre todos. ACUDE Y PARTICIPA, te esperamos.
Participan: Voluntarios extranjeros, miembros de asociaciones, jóvenes y vecinos de Martil, universitarios, personal del Centro Lerchundi y espontáneos.
Lunes 12 de agosto de 2013
Biblioteca Lerchundi, 19’00
lerchundimartil@gmail.com
facebook: Centro Cultural Lerchundi de Martil
0539 97 95 53
¡TE ESPERAMOS!
CURSOS y ACTIVIDADES AGOSTO طة صيف
En nombre del Centro Cultural Lerchundi, ubicado en la antigua Iglesia de Martil, os queremos hacer partícipes de las ACTIVIDADES DE VERANO’2013, que tienen lugar durante el mes de agosto. Se proponen diversas actividades:Cursos intensivos de español, francés e inglés: del 5 al 31 de agosto, en horarios de mañana y tarde, horarios especiales de Ramadán. La duración es de 40 horas, de lunes a viernes y su precio de 250 dhs (un mes), con descuentos a familias inscritas y dobles matrículas, así como a personas con impedimentos económicos.Cursos básicos de japonés y ruso: del 5 de agosto al 5 de septiembre, a cargo de profesores nativos. Horarios de tarde, la duración es de 25 horas, la matrícula para el japonés es de 50 dhs, mientras que el curso de ruso es gratuito.
Clases de dariya: del 5 al 31 de agosto, Dirigidos a extranjeros, de carácter interactivo y gratuito. Los lunes y viernes, de 17’00 a 18’00.
LUDOTECA para niños y niñas. Talleres, juegos educativos, espacio cultural infatil…a partir del 5 de agosto, abierto a niños, niñas y jóvenes a partir de los 8 años
Talleres infantiles y juveniles. Manualidades, pintura, juegos, revista, fotografía, cine… del 5 de agosto al 6 de septiembre, para chicos desde los 6 a los 13 años y jóvenes de 14 a 24 años, de lunes a viernes y de 10’00 a 13’00. Son gratuitos
Estos talleres y espacios de LUDOTECA se pueden realizar gracias al trabajo desinteresado de voluntarios, si quieres participar como voluntario acude a la reunión que tendrá lugar el próximo sábado 3 de agosto, a las 17’00 en nuestro Centro Cultural. Saludos fraternales
Francisco Jiménez Maldonado
Centro Cultural Padre Lerchundi
Martil (Tetuán)
0539 97 95 53 – 0669 012 853
lerchundimartil@gmail.com
Desde tu pobreza y tu fe:
Hoy entramos en el misterio de la celebración con el canto de esta súplica: “Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación; Señor, no tardes”.
Son palabras de pobre, son palabras de fe. Donde no haya fe, no las dirá la pobreza; y donde no haya pobreza, no habrá fe para decirlas.
Los labios del hombre rico no conocen la súplica de tu canto: él puso en la vaciedad la confianza que tú pones en el Señor; él ha escogido su dios, sus riquezas, se solaza en su contemplación, y recita ante ellas las palabras de su salmo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”.
Desde la humildad de la fe, el pobre da testimonio de la verdad de Dios y de su soberanía, y le dice: “tú eres mi auxilio y mi liberación”.
Desde su tabla de cálculo, el rico se entrega a la veneración de los bienes que ha acumulado, y practica ante ellos los ritos acostumbrados: “túmbate, come, bebe y date buena vida”.
Sobre la humildad y el cálculo viene la palabra del Señor. El mismo que dijo al rico: “necio, esta noche te van a exigir la vida”, declaró en la montaña: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. El mismo que dijo: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos”, dijo también: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer”.
Y tú, Iglesia de Cristo, has sido llevada por gracia desde las previsiones de la vaciedad al camino de la humildad. Tú, amada en tu pobreza, redimida, salvada, reconoces quién es tu Dios, tu Señor, tu auxilio, tu liberación. Tú te confiesas dichosa porque hoy se dice para ti la palabra de tu Dios, dichosa porque hoy te recibe tu Señor, dichosa porque, comulgando a Cristo, hoy comulgas el reino de los cielos, dichosa porque, en tu pobreza, crees y esperas y sabes de amor, dichosa porque a tu pobreza le da palabras de súplica la fe, y a tu fe le da un canto de agradecimiento la pobreza.
Feliz domingo.
El comentario estaba escrito antes de la tragedia de Angrois. Después de ella, es más grande nuestra pobreza y nuestra esperanza.
Ama, y el Amor habitará en ti:
Habéis oído lo que el patriarca Abrahán dijo a los tres hombres que vio en pie frente a él: “Señor, no pases de largo junto a tu siervo”. Y también habéis oído lo que el evangelista dice de aquellas dos hermanas que hospedaron a Jesús: “Marta lo recibió en su casa. María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”.
Dichosos vosotros, amados de Dios, que por la fe habéis acogido en vuestra casa al Señor, dichosos quienes lo honráis con el obsequio de vuestra hospitalidad, con la sencilla familiaridad de vuestra mesa.
Puede que hoy, como sucederá “cuando venga en su gloria el Hijo del hombre”, también vosotros preguntéis: “Señor, ¿cuándo te hemos recibido en nuestra casa?”
Y el Rey irá desvelando el misterio de su presencia en vuestra vida: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza”. “Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Escuchando y creyendo, que es la forma que tiene entre los hombres el amor de Dios, María de Nazaret concibió en su seno para dar a luz a la Palabra de Dios hecha carne.
Escuchando y creyendo, los hijos de la Iglesia abrimos para Dios las puertas de nuestra vida y lo recibimos en nuestra casa.
Abrimos las puertas a Dios cuando guardamos en el corazón sus palabras, sus promesas, su memoria, su alabanza.
Le abrimos de par en par nuestra casa cuando, comulgando, buscamos que él lo sea todo en nosotros, que se nos pueda decir suyos más que nuestros, que él viva en nosotros más que nosotros mismos.
Cuando el hambriento, el sediento, el emigrante, el encarcelado, el enfermo, encuentran cobijo en nuestra compasión, es a Dios a quien abrimos las puertas del corazón.
Ama, y Dios habitará en ti, porque Dios es amor.
Feliz domingo.
¿De quién soy prójimo?
No sería prudente que diésemos por descontada la respuesta a la pregunta, quién es mi prójimo, pues no se trata de repetir algo aprendido, sino de entrar en un misterio.
Prójimo de un pueblo de esclavos se les hizo el Señor que bajó a librarlos. Prójimo se les hizo su Dios en el desierto, al darles su ley, tan prójimo que, con la ley que les dio, quiso estar él también en su corazón y en su boca. Prójimo se les hizo el Señor en todo tiempo en la voz de los profetas, en los hechos de la historia, en la palabra de los sabios, en la esperanza de los justos.
Prójimo de la humanidad entera se hizo el altísimo Hijo de Dios, prójimo de enfermedades y dolencias, de pobrezas, debilidades y miserias, prójimo de nuestra muerte: un Hijo prójimo que echa sobre sus hombros nuestra cruz, y nos invita a llevar sobre los nuestros su carga ligera.
Dios te hizo su prójimo cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Dios te quiso su prójimo cuando llamó a tu posada, cuando nació en tu portal, cuando recorrió tus caminos para enseñarte y curarte, cuando se puso a tus pies para lavarte, cuando subió a tu cruz para justificarte y resucitarte.
Tan cerca de sí te llevó, tan prójimo suyo te quiso que, con el Apóstol, puedes decir con verdad: “Vivo yo, más no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Y éste es un misterio que sólo tu fe puede penetrar y gustar: Hoy, tu Señor se te hace cercano, y tú, su Iglesia, te sabes bienaventurada por ser su prójimo, tan cerca tu Dios de ti, tan cerca tú de tu Dios que guardas en el corazón la palabra que sale del suyo, y acoges en lo más íntimo de tu ser el cuerpo glorioso del altísimo Hijo de Dios.
Y ahora que has entrado en el misterio de un Dios que se ha hecho tu prójimo, escucha la palabra del mandato evangélico: “Anda, haz tú lo mismo”.
Como el Señor a quien escuchas, como el Hijo de Dios con quien comulgas, te haces prójimo de aquel a quien amas, haces prójimo tuyo a quien necesita de ti.
Feliz domingo.



