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CARTA PASTORAL ADVIENTO 2025
30 noviembre 2025

FR. EMILIO ROCHA GRANDE, OFM, ARZOBISPO DE TÁNGER

COMO PEREGRINOS DE ESPERANZA, ALEGRES EN EL SEÑOR 

 

 

Queridos hermanos y hermanas el Señor os de la Paz

Al iniciar el tiempo litúrgico del Adviento, deseo dirigirme a cada
uno de vosotros con un mensaje de esperanza, consuelo y
renovación. El Adviento es ese umbral luminoso en el que la Iglesia
nos invita, como peregrinos de esperanza, a velar, a preparar el
corazón y a reconocer los signos de la presencia de Dios en medio
de nuestra historia.

En nuestra Archidiócesis de Tánger, tierra de encuentro y
diversidad, el Adviento adquiere un significado particular. Vivimos
entre culturas, lenguas y tradiciones distintas; sin embargo, todos
compartimos el anhelo profundo de paz, justicia y fraternidad. Este
tiempo nos llama a redescubrir que Cristo viene precisamente a
sanar nuestras divisiones, a sostener nuestras fragilidades y a
encender en nosotros el fuego de su amor.

Pemitidme comparta con todos vosotros unas palabras de
reflexión en torno a la Liturgia de este Primer Domingo de
Adviento.

Las lecturas que hoy resuenan en toda las celebraciones de la
Eucaristía nos invitan a volver al núcleo de nuestra vida cristiana, a
revivir el inicio de nuestra amistad con Jesucristo y se pueden
meditar a partir de tres verbos: velar, despojarse y revestirse, y dos
sustantivos: el nombre de una ciudad, de la ciudad elegida:
Jerusalén y el de una actitud característica del cristiano: la alegría.

Empezamos por los verbos. Velar. En el Evangelio según San
Mateo, Jesús nos anima decididamente: Velad… estad también
vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el
Hijo del hombre. A menudo pensamos que lo tenemos todo
previsto en la vida, todo controlado, todo asegurado. Da la
sensación (y más que sensación) de que muchas personas han
sustituido la Fe por las “seguridades” que brinda la ciencia y la
técnica. Pero todos sabemos por experiencia, que en cualquier
momento se puede producir un hecho sorprendente, algo
imprevisto que puede voltear nuestra vida. ¿Quién no ha vivido
algo parecido con la muerte súbita e inesperada de un ser querido,
o con el diagnóstico de una enfermedad grave, o con una crisis
económica…? Entonces nos sentimos desconcertados, porque no
contábamos con esta realidad. El Señor nos recuerda, en el
evangelio de hoy, nuestra condición de peregrinos en este mundo,
la precariedad de las cosas de aquí abajo y la importancia de estar
atentos, estar bien despiertos porque cuando vuelva el Hijo el
hombre, cuando Jesucristo vuelva glorioso al final de los tiempos,
no nos encuentre distraídos ni desprevenidos. San Pablo insiste en
la carta a los Romanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya
es hora de espabilarse.

El segundo verbo es: despojarse. Para poder velar y estar a
punto, para vivir como corresponde a los discípulos de Cristo,
conviene dejar de lado lo que nos puede estorbar, lo que más bien
nos crea dificultades y nos da sueño. Dejemos las actividades de
las tinieblas, dice San Pablo. Y esto se concreta en: nada de
comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de
riñas ni pendencias. De la misma manera que quien quiere
mantener la salud corporal debe velar sobre su alimentación, debe
procurar hacer ejercicio físico y tener hábitos sanos, igualmente
quien quiere vivir atento y velar por su salud espiritual, debe
despojarse de todo lo que lo aleja del camino de la vida.

El último verbo es: revestirse. El vestido tiene una función
práctica y una dimensión simbólica. A menudo con el traje
decimos quiénes somos o quienes queremos ser. Por eso el
apóstol Pablo lo resume con esta expresión tan viva: Vestíos del
Señor Jesucristo. Ser revestidos de Cristo significa ser
transformados interiormente por su Espíritu Santo, quiere decir
que seamos hijos en el Hijo. Cristo es nuestra fuerza; con Él
podemos vencer el pecado y la muerte y podemos ser fuertes en el
combate: revistámonos la armadura del combate a plena luz… La
imagen del día y de la noche sirven, también, para expresar
plásticamente el alejamiento o la proximidad respecto al Señor.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad, nos recordaba
el apóstol, y el profeta Isaías llama a los israelitas Casa de Jacob,
ven; caminemos a la luz del Señor.

El primero de los nombres es Jerusalén, la ciudad elegida, la
ciudad santa por excelencia que nos recuerda que nuestra
salvación es un hecho personal pero no individualista. La fe
cristiana se vive en comunidad, en el seno de la Iglesia que es la
nueva Jerusalén. Para los discípulos de Cristo, la referencias a la
ciudad de David tienen un eco de plenitud en la Iglesia: … porque
de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor… Desead la
paz a Jerusalén. Y estrechamente ligado con Jerusalén, por la
etimología del nombre, encontramos el tema de la paz. Él (Dios)
pondrá paz entre las naciones y apaciguará todos los pueblos… No
alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la
guerra… dice el profeta Isaías; y en el salmo responsorial
cantábamos: Por mis hermanos y compañeros voy a decir: «La paz
contigo».

Y, finalmente, el segundo nombre es alegría, la alegría de llegar
a Jerusalén, de llegar al final de la peregrinación, la alegría del
encuentro cotidiano con Jesucristo en su Palabra, en los
sacramentos, en el amor a los demás; la alegría que es fruto de la
esperanza en el encuentro definitivo con el Señor. ¡Qué alegría
cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Y hoy en el Oficio
de Lecturas hemos rezado; alégrate, ciudad de Jerusalén, vendrá
tu Rey. No temas Sión, está cerca tu salvación. Un tema, el de la
alegría, que reencontraremos con especial intensidad el tercer
domingo de Adviento.

Os invito y me invito, pues, a velar porque sólo si estamos
despiertos nos podemos dejar encontrar por Cristo, a irnos
despojando de las obras propias de la oscuridad, para revestirnos
de Jesucristo, el Señor. Él nos llama a vivir con estas
características nuestra vida de discípulos, dentro de la nueva
Jerusalén que es la Iglesia, con la alegría de sabernos amados y
salvados por Dios.

Comenzamos el Adviento; que estos días sean para cada
familia, comunidad y parroquia una oportunidad de oración
sincera y de apertura a los demás. No dejemos que el ruido del
mundo silencie la voz suave de Dios en nuestros corazones.
Alimentemos la esperanza con gestos concretos: una palabra de
consuelo, una visita a quien está solo, una mano tendida al que
sufre, un perdón ofrecido con humildad.

Que María, Nuestra Señora de Marruecos, Mujer del Adviento
nos acompañe en este camino. Ella supo escuchar, esperar y
acoger la Palabra. Que nos enseñe a hacer lo mismo para que, al
llegar la Navidad, Cristo encuentre un hogar preparado y dispuesto
en cada uno de nosotros.

+ Fr. Emilio Rocha Grande, ofm 
Arzobispo de Tánger

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