Siempre discípulos: carta pastoral al inicio del curso 2025-2026

 

Carta pastoral al inicio del curso 2025-2026: Siempre discípulos 

Lettre pastorale au début de l’année 2025-2026 : Toujours disciples

 

 

Tánger, 22 de septiembre de 2025

SIEMPRE DISCÍPULOS

A todos los que estáis en la archidiócesis de Tánger, “amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1,7).

Cuando con toda la Iglesia seguimos caminando por la senda del Año Jubilar como “peregrinos de esperanza”, quienes formamos la Iglesia particular de Tánger nos disponemos a comenzar un nuevo año pastoral, y lo hacemos con la conciencia clara de que somos discípulos y de que todos los cristianos, hagamos lo que hagamos, estamos y estaremos siempre en la escuela de los discípulos de Cristo, único Maestro.

Los evangelios, presentan con frecuencia a Jesús acompañado de hombres y mujeres que lo siguen (cf. Lc 8, 1-3), escuchan su enseñanza, contemplan las obras que realiza, y comparten  su  día a día: son sus discípulos. Es precisamente de entre este numeroso grupo, que Jesús escogerá quienes serán los doce apóstoles. Los discípulos de la primera hora son hombres y mujeres humildes, que no pertenecen a ninguna élite, ni tienen una titulación académica superior, ni son héroes dotados de fuerzas sobrehumanas ni personas sobresalientes por sus virtudes, sino que, siendo muy “normales”, cada uno con sus luces y sombras, se han dejado conmover por Jesús y le han dicho, por boca de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir?, sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). No podemos determinar qué es lo que atrae a cada uno de los discípulos, pero sí sabemos que se trata de algo dotado de la fuerza necesaria para hacerles dejar trabajo, casa y familia -es decir todas las seguridades en aquella época- para apostarlo todo a la única carta del seguimiento a Jesús.

Jesús no es un ingenuo; conoce muy bien los límites y las debilidades de aquellos a quienes llama y de aquellos que lo siguen. Basta recordar la paciencia con que una y otra vez les explica su personal camino de humildad, de entrega y de servicio, seguramente el mensaje que más les cuesta asumir; es esclarecedor acercarse a los tres anuncios de la pasión que hace Jesús y la constante oposición de los apóstoles para aceptar el proyecto mesiánico de Jesús, que pasa por la cruz (cf. Mc 8,31-9,1; 9,30-50; 10, 32-45). Y, sin embargo, a pesar de esto, Jesús mantiene con esos discípulos una relación de amistad que le lleva a compartir con ellos su secreto, afirmando “todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (cf. Jn 15,15).

El camino de formación y aprendizaje de los discípulos de Jesús no puede, ciertamente, evaluarse con criterios humanos. Es lo que vemos en Pedro cuando, movido por una revelación del Padre que está en el cielo (cf. Mt 16,17), confiesa que Jesús es “el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16), sin que “la carne y la sangre” hayan entendido adecuadamente el profundo significado y las graves consecuencias de este título. La plena comprensión no llegará a los apóstoles hasta Pentecostés, cuando la irrupción del Espíritu Santo les abra el entendimiento para comprender quién es el Maestro, empujándolos a vivir identificados con Él y con su entrega de la propia vida.

Estos discípulos de la primera hora -Pedro, Andrés, Santiago, Juan, María de Magdala…- pueden parecernos personas muy alejadas de nosotros en el tiempo y en el espacio, y es así, pero su experiencia de fe y de discipulado sigue siendo hoy modelo para la nuestra. En los relatos evangélicos, lo que se refiere a ellos hace relación también a nosotros, seguidores y discípulos del único Maestro. Como a ellos, no se nos piden méritos personales, sino que abramos nuestro corazón y dejemos que este arda cuando el Resucitado nos habla, cuando todo parece desmoronarse o cuando, a pesar de los obstáculos, decidimos, una vez más, vivir plenamente el Evangelio. Sabemos que llevamos un tesoro en vasijas de barro (cf. 2Cor 4,7), pero lo hacemos con el gozoso entusiasmo que se experimenta al haber encontrado el “tesoro escondido en el campo” (cf. Mt 13,44) y “la perla preciosa” (cf. Mt 13,45-46).

La escuela de Jesús es muy original: por muchos años que pasen, nunca salimos titulados, nunca llegamos a maestros, nunca somos bastante expertos. Siempre seremos discípulos (cf. Mt 10,24-25). Con humildad y sencillez de corazón sabemos que tenemos toda la vida para aprender la riqueza insondable de Cristo. Aquí no cabe el aburrimiento o la tibieza, nuestro camino de crecimiento en la fe, la esperanza y el amor concluirán cuando recibamos el abrazo de “nuestra hermana la muerte corporal” (cf. S. Francisco de Asís, Cántico de las criaturas), conscientes de que “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos, (pero) sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (cf. 1Jn 3,2)

A la luz de lo anterior, Estimo conveniente que en el presente año pastoral, sin descuidar las demás dimensiones de nuestra vida cristiana, incidamos particularmente en la FORMACIÓN, que es mucho más que la INSTRUCCIÓN, aunque la englobe; LA INSTRUCCIÓN, se relaciona directamente con el campo académico de la transmisión y aprendizaje de conocimientos y requiere contar con la presencia de profesores competentes en la materia que se desea transmitir a los “alumnos”; la FORMACIÓN requiere contar con “maestros” que transmiten vida; hombres y mujeres capaces de contribuir a “dar forma” evangélica a los “discípulos”; esto requiere, es verdad, poseer conocimientos teóricos y capacidad pedagógica, pero requiere aún más vivir centrados en Cristo y sentir con fuerza la urgencia de que el Reino de Dios se haga cada vez más presente en nuestro mundo; requiere, mantener viva la propia condición de discípulos siempre en camino buscando cultivar incesantemente en la propia vida la relación personal con Jesús, anhelando crecer en “fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta”, las mismas virtudes teologales que san Francisco de Asís suplicaba a Dios le concediese al inicio de su conversión evangélica (cf. OrSD).

Teniendo presente lo anterior, para el curso pastoral 2025/2026 que estamos iniciando tendremos como eje que vertebre la vida de la archidiócesis la FORMACIÓN”; para ello tendremos muy en cuenta el objetivo general propuesto en el cuarto núcleo (Discipulado) del Plan Diocesano de Pastoral: “Acrecentar el deseo de vivir más conscientemente nuestro seguimiento de Jesús y de profundizar en nuestra fe”,

El objetivo general del capítulo cuatro del Plan Diocesano de Pastoral se desarrolla en  tres objetivos específicos a los que se asocian medios y acciones:

  1. Situarnos como discípulos y discípulas del Señor.

 Medios:

  • Cultivando la humildad y el deseo de aprender.
  • Mostrándonos dispuestos a dar razón de nuestra esperanza, con dulzura y respeto, a todo el que nos la pida[1].
  • Interesándose por profundizar en las fuentes de nuestra fe (Sagrada Escritura, Santos Padres, magisterio de la Iglesia…)

Acciones:

  • Recopilar y divulgar los documentos pastorales de la Iglesia presente en la región del Norte de África (CERNA), para reconocer y profundizar nuestra especificidad como Iglesia en Marruecos.
  • Organizar una Jornada anual de formación a nivel diocesano a modo de catequesis continua.
  • Ofertar formación por sectores (juventud, familias, adultos…), temáticas (Sagrada Escritura, moral, Doctrina Social…) y con motivo de Jornadas de la Iglesia universal

2. Promover la formación cristiana (bíblica, eclesiológica, sacramental, moral…).

 Medios:

  • Desarrollando la catequesis de adultos y otras ofertas de formación en las parroquias o por medio de las diferentes comisiones diocesanas.

Acciones:

  • Revisar el programa de formación catecumenal para jóvenes y adultos
  • Crear equipos de formadores itinerantes, que funciones incluso de modo on-line

2.2  Organizando retiros parroquiales en los tiempos litúrgicos fuertes o con motivo de jornadas eclesiales.

  • Cuidando la preparación de las homilías, sobre todo dominicales (a través del refuerzo de los equipos de liturgia parroquiales).
  • Reforzando la formación de los jóvenes en la afectividad-sexualidad por medio de personas especializadas.
  • Formándonos específicamente para la acción social.
  • Apoyando todo lo posible la formación de las personas migrantes (humana, cultural, profesional, religiosa…).
  • Estableciendo en las parroquias, en la medida de lo posible, una pastoral del encuentro y acogida de las personas alejadas de la Iglesia.

3. Acoger el desafío de la interculturalidad.

Medios:

3.1. Esforzándonos por cambiar de mentalidad (metanoia) y abandonar actitudes «coloniales».

Acciones:

  • Utilizar diversas lenguas en nuestros encuentros, en función de los participantes en las mismas, con un espíritu de inclusión y de acogida intercultural.

3.2. Buscando medios para mejorar el conocimiento de las diversas lengua habladas en el país (dariya, rifeño, español, francés, inglés).

 

Estos objetivos, medios y acciones son los que tendremos en cuenta durante el presente curso pastoral en las diferentes Delegaciones y Comisiones de la Archidiócesis con el fin de profundizar y afianzar nuestra condición de discípulos del único Maestro y Señor Jesucristo, siempre necesitados de seguir formándonos “hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef, 4-13). Es una tarea exigente y apasionante, que requiere de todos y cada uno de quienes formamos esta Iglesia particular de Tánger familiarizarnos cada vez más con la lectura orante personal y comunitaria de la Palabra de Dios -especialmente los evangelios-, intensificar la hondura con la que celebramos los sacramentos y estar muy abiertos a la realidad social, local y universal, en que vivimos, sintiéndonos todos vinculados por un común bautismo en la Iglesia, Pueblo de Dios (cf. LG cap. II) y Cuerpo de Cristo (cf. 1Cor 12,12-27).

A todos os bendigo, deseando para vuestras comunidades parroquiales y de vida consagrada un año pastoral vivido como “peregrinos de esperanza”, glorificando a Cristo el Señor en nuestros corazones y estando siempre dispuestos para dar con delicadeza y con respeto a todo el que nos lo pida una razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3,15-16).

+fr. Emilio Rocha Grande, ofm

Arzobispo de Tánger

[1]                  Cf. 1 Pe 3,15-16.

Carta con motivo del Año Jubilar ordinario 2025

El próximo año 2025 la Iglesia católica celebrará el Jubileo ordinario, con el lema “Peregrinos de esperanza”. El inicio del Año Jubilar en Roma está programado para el martes 24 de diciembre, con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano pero en las diócesis de todo el mundo, el inicio del Jubileo tendrá lugar el domingo siguiente, 29 de diciembre, coincidiendo con la fiesta de la Sagrada Familia.

En la Archidiócesis de Tánger, la apertura del año jubilar tendrá lugar en el marco de la misa solemne de las 11h en la Catedral de la Inmaculada Concepción, a continuación de la cual, las corales de las parroquias de la ciudad ofrecerán un concierto.

Con motivo de este Jubileo, Fr. Emilio Rocha Grande, Arzobispo de Tánger, ha escrito una carta a todos los diocesanos, en la que se indican también cuáles serán los templos jubilares en la diócesis.

 
 

Fr. EMILIO ROCHA GRANDE O.F.M.
Arzobispo de Tánger

PEREGRINOS DE ESPERANZA
CARTA CON MOTIVO DEL AÑO JUBILAR ORDINARIO 2025

A los sacerdotes, miembros de la vida consagrada
y fieles laicos de la archidiócesis de Tánger,
el Señor os bendiga con la paz.

El 9 de mayo del pasado año 2024, el papa Francisco publicó la bula Spes non confundit (SnC) -La esperanza no defrauda- con la que convocaba oficialmente a la Iglesia católica a celebrar el Jubileo Ordinario del año 2025. En Roma ha iniciado el 24 de diciembre de 2024 con la apertura solemne de la puerta Santa de la basílica de S. Pedro en el Vaticano, y concluirá el 6 de enero de 2026. La Santa Sede ha programado muchas iniciativas que se desarrollarán en Roma; pero el papa ha previsto que el Jubileo pueda ser vivido también en las iglesias particulares de todo el mundo.

EL JUBILEO EN EL PUEBLO DE ISRAEL

La ley de Moisés preveía que cada siete años se celebrase el “año sabático”, durante el cual se prescribía: el reposo de la tierra (cf. Lev 25, 8-10) -lo que producía por sí sola era para los pobres, el perdón de las deudas y la liberación de los esclavos. Cada siete sabáticos, es decir, cada cincuenta años, se celebraba el año jubilar, llamado así porque era anunciado mediante el sonido de un cuerno de carnero (Shofar o Yobel en hebreo, que dio origen al Jobelaios griego y al Jubileus latino); en definitiva, se trataba de un año sabático que se celebraba con mayor solemnidad.

EL JUBILEO DE LOS CRISTIANOS

La historia del “Año Santo” tiene su origen en la Edad Media; el primer Jubileo fue convocado formalmente por Bonifacio VIII en 1300. Inicialmente se celebraba cada 100 años; luego, cada 50, asumiendo el sentido bíblico de los años sabáticos; después, cada 33, en recuerdo de la edad a la que Jesús fue crucificado, y actualmente, cada 25 años. Pero su origen teológico lo encontramos en la vida y misión del Señor Jesucristo, quien al comienzo de su ministerio público, en la Sinagoga de Nazaret -lugar en el que se había criado- leyó unos párrafos del libro del profeta Isaías aplicándolos a sí mismo, afirmando que su misión era: “proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,19). Según esto, el Jubileo es una dimensión esencial de la misión de Jesús. Él ha sido enviado por el Padre para instaurar “el año de gracia”, para ofrecer a la humanidad un “tiempo de salvación”.

Celebrar el Jubileo, por tanto, es actualizar de forma especial esa misión de Jesús. Por eso, al instaurar la Iglesia los años santos o jubileos, lo que intenta es poner en práctica la misión que define a Jesús: “Anunciar el año de gracia”. Según esto, el Jubileo que actualmente celebramos cada veinticinco años pretende facilitar a los cristianos un tiempo privilegiado de encuentro más intenso con el Señor en el que recibir con mayor plenitud los dones de la gracia y la misericordia, de modo que cada bautizado, abriéndose a la reconciliación que Dios no se cansa de ofrecer, pueda tejer de nuevo el tapiz de la armonía con Dios mismo, con las demás personas y con la creación.

Todo ser humano -imagen y semejanza divina- (cf. Gn 1,26) lleva grabada en lo profundo de su ser la llamada a vivir en unión con Dios. Según la doctrina de la Iglesia el pecado más allá de su realidad concreta es siempre ruptura de esta comunión, produce una culpa e implica una pena (1). Por el Misterio Pascual de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo, en el sacramento del Bautismo se cancela la culpa de todos los pecados; hecho que se realiza también en la Reconciliación sacramental, pero permanece “la culpa, que es instrumento de purificación”. Atendiendo al poder de “atar y desatar” (Mt 18,18) recibido de Jesús resucitado, y acudiendo a la “comunión de los santos” que confesamos en el Credo, la Iglesia concede a los fieles la indulgencia, es decir la cancelación de la pena temporal (2).

Según la norma de la Iglesia, para obtener la gracia de la indulgencia plenaria se requiere, además de realizar el acto unido a la indulgencia como condición, tener un firme deseo de romper con la experiencia del pecado, que se expresa visiblemente a través de tres actos profundamente significativos: celebrar del sacramento de la Reconciliación, participar en la celebración de la eucaristía y recibir la comunión, y orar por las intenciones del Papa rezando un Credo, un Padrenuestro y un Ave María; cada fiel puede añadir además otras oraciones. El lunes 13 de mayo, la Penitenciaría Apostólica ha dado a conocer las Normas sobre la concesión de la Indulgencia durante el Jubileo de 2025 (3).

La indulgencia que va unida al Jubileo es, por encima de todo, signo de la misericordia de Dios y expresión de la comunión intercesora de la Virgen María y de todos los santos; al liberarnos de las ataduras que el pecado deja en nosotros, sostiene con fuerza una esperanza que no defrauda. No puede, por tanto, quedarse en algo exterior y está pidiendo nos adentremos en un serio camino de conversión personal y comunitaria.

Siempre es tiempo propicio para ello, pero me invito y os invito de modo particular en este Año Santo, marcado fuertemente por la esperanza, a que nos detengamos a preguntarnos con atención si nuestra vida y la de nuestros grupos y comunidades parroquiales y religiosas son portadoras de esperanza y qué tenemos que hacer para que esa esperanza crezca en nosotros y se extienda a quienes nos rodean, especialmente a aquellas personas y ambientes en los que dominan la desesperanza, el miedo y el desaliento.

Con la celebración del Jubileo 2025, Dios nos ofrece un momento fuerte de gracia, y nos regala todo un año para restañar nuestras heridas y romper nuestra connivencia con el pecado. En su bula “Spes non confundit” con la que convoca el “Año Santo”, el Papa Francisco afirma: «la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús» (n. 5).

«Al mismo tiempo -como sigue afirmando el Papa (SnC n. 6)-, este Año Santo orientará el camino hacia otro aniversario fundamental para todos los cristianos: en el 2033 se celebrarán los dos mil años de la Redención realizada por medio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Nos encontramos así frente a un itinerario marcado por grandes etapas, en las que la gracia de Dios precede y acompaña al pueblo que camina entusiasta en la fe, diligente en la caridad y perseverante en la esperanza (cf. 1 Ts 1,3)».

PEREGRINOS DE ESPERANZA EN LA ARCHIDIÓCESIS DE TÁNGER

Atendiendo a los deseos del Papa, en todas las diócesis del mundo el Año Jubilar se abre en la iglesia catedral el domingo 29 de diciembre (4); en nuestra archidiócesis lo haremos ese día en la catedral de la Inmaculada Concepción de Tánger. Las peculiares circunstancias en que vivimos no permiten realizar desde otra iglesia una procesión hacia la catedral; pero no renunciamos al signo de caminar como pueblo de Dios hacia la iglesia madre. La celebración de apertura del Jubileo comenzará, Dios mediante, a las 10,45 horas en el atrio de la catedral, desde allí caminaremos en una peregrinación simbólica hasta la entrada del templo donde celebraremos la Eucaristía a las 11,00 horas. Ese día no se celebrará la Misa en la parroquia de Notre Dame de l’Assomption, con el fin de poder encontrarnos todos en la catedral como signo visible de comunión y unidad.

Atendiendo a la peculiaridad de la archidiócesis de Tánger, establezco como templos jubilares, únicamente para el día de su fiesta titular, todas las parroquias, la iglesia del monasterio de las Carmelitas de Tánger y la iglesia de san Francisco en Mdiq;  la  capilla del Hospital Español de Tánger y la capilla del Hospital Español de Tetuán serán templo jubilar en dos fechas vinculadas a su misión pastoral y al Fundador de las Hijas de la Caridad:

  • Al-Hoceima, parroquia de San José 19 de marzo
  • Assilah, parroquia de S. Bartolomé 24 de agosto
  • Larache, parroquia de Nuestra Señora del Pilar 12 de octubre
  • Nador, parroquia de Santiago El Mayor 25 de julio
  • Tánger, parroquia del Espíritu Santo   8 de junio
  • Tánger, parroquia de la Asunción 15 de agosto
  • Tetuán, parroquia de Nª Sª de las Victorias celebrada en 2025 el 12 de octubre
  • Mdiq, iglesia de San Francisco de Asís   4 de octubre
  • Tánger, iglesia del Monasterio de la Sagrada Familia y santa Teresa de Jesús -Carmelitas descalzas- 15 de octubre (Sta. Teresa de Jesús)
  • Capilla del Hospital Español de Tánger 26 de julio (S. Joaquín y Sta. Ana)
  • Capilla del Hospital Español de Tetuán 27 de septiembre (S. Vicente de Paúl)

En la bula Spes non confundit con la que el papa Francisco convoca la celebración del Año Jubilar Ordinario se nos ofrecen muchas sugerencias que pueden inspirar acciones concretas a nivel personal, pero también para nuestras comunidades y grupos que alimenten en nosotros y en los demás “una esperanza que no defrauda” (cf. Rom 5,5): la paz destruida y amenazada en tantos lugares del mundo, los condenados en las cárceles, los enfermos, los migrantes, exiliados y desplazados, los jóvenes, que con frecuencia ven que sus sueños se derrumban, los ancianos, quienes viven bajo el peso de una pobreza deshumanizante… (cf. SnC nn. 7-15). La lectura atenta de la bula encenderá en nosotros respuestas audaces y concretas generadoras de esperanza capaces de responder desde nuestra propia realidad a las llamadas que percibimos en nuestros ambientes inmediatos y a nivel global. Compartir en los Medios de Comunicación de la diócesis las iniciativas que emprendamos en nuestros respectivos lugares será un modo de animarnos mutuamente a seguir caminando con esperanza por las sendas de una historia marcada frecuentemente por los signos del desaliento, la frustración y la desesperanza.

El Jubileo concluye en las Iglesias locales el 28 de diciembre de 2025, para la Iglesia universal “se clausurará con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano el 6 de enero de 2026, Epifanía del Señor (SnC n. 6). Los mejores frutos del Año jubilar son los que el mismo papa sugiere: “Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo”. (SnC n. 6)

MARIA, MADRE DE LA ESPERANZA

Quisiera concluir mi carta con estas palabras de una célebre oración del abad san Bernardo de Claraval (1090-1153): “Mira la estrella, invoca a María”. Para vivir el Año Jubilar con intensidad y sentido haremos bien en poner nuestra mirada en María; en ella -discípula y madre- encontramos a la mujer firmemente anclada en una fe recta, una esperanza cierta y una caridad perfecta. María, que se fio del anuncio angélico, caminó toda su vida como “peregrina de la fe”, alentando su cotidiano vivir con la luz de la esperanza y donando a los demás con generosidad la caridad que inflamaba su corazón. Sea ella, en la entrañable advocación de Nuestra Señora de Marruecos quien acompañe nuestra peregrinación de esperanza a lo largo de este Año y durante toda nuestra vida.

Con mi afecto y mi bendición.

Tánger, 25 de diciembre 2024

+Fr. Emilio Rocha Grande, ofm


NOTAS

(1) Catecismo de la Iglesia católica 1472 “Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la «pena eterna» del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la «pena temporal» del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena (cf. Concilio de Trento: DS 1712-13; 1820).
1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del «hombre viejo» y a revestirse del «hombre nuevo» (cf. Ef 4,24).

(2) La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites.
El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. Resuenan con su carga de consuelo las palabras del Salmo: «Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. […] El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; […] no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Sal 103,3-4.8.10-12). La Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf. 2 Co 5,20), experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados.
Sin embargo, como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores, en cuanto «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio».  Por lo tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo, el cual, como escribió san Pablo VI, es «nuestra ‘indulgencia’» (Bula del papa Francisco convocando el Jubileo del año 2025S “Spes non confundit” n. 23)

(3) https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2024/05/13/0392/00808.html#es

(4) “Establezco además que el domingo 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales y concatedrales, los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del Año jubilar, según el Ritual que se preparará para la ocasión. […]. Que la peregrinación desde una iglesia elegida para la collectio, hacia la catedral, sea el signo del camino de esperanza que, iluminado por la Palabra de Dios, une a los creyentes. Que en ella se lean algunos pasajes del presente Documento y se anuncie al pueblo la indulgencia jubilar, que podrá obtenerse según las prescripciones contenidas en el mismo Ritual para la celebración del Jubileo en las Iglesias particulares. Durante el Año Santo, que en las Iglesias particulares finalizará el domingo 28 de diciembre de 2025, ha de procurarse que el Pueblo de Dios acoja, con plena participación, tanto el anuncio de esperanza de la gracia de Dios como los signos que atestiguan su eficacia” (SnC n. 6).

Visita ad limina: momento de gracia y signo de comunión

Del 15 al 24 de noviembre tendrá lugar la Visita ad limina de Fr. Emilio Rocha, ofm, arzobispo de Tánger y los otros obispos de la región del Norte de África (CERNA), que incluye el encuentro con el papa Francisco.
¿Qué significa esta visita? Lo explica el mismo Fr. Emilio en una carta a los diocesanos, de acuerdo al derecho canónico y al significado más profundo que tiene este evento: se trata de «un momento de gracia y un signo de comunión»

Carta de Fr. Emilio Rocha Grande, ofm, con motivo de la Visita ad limina 2024 en pdf

Tánger, 8-11-2024

Queridos hermanos, miembros de la Iglesia local de Tánger. Los obispos de la Conferencia Episcopal de la Región Norte de África (CERNA), que comprende las circunscripciones eclesiásticas existentes en Argelia, Libia, Marruecos y Túnez, hemos sido convocados por la Santa Sede para realizar la Visita ad limina Apostolorum entre los días 15 y 24 del presente mes de noviembre.

La Visita ad limina constituye un importante instrumento para afianzar la comunión entre las Iglesias particulares presentes en todo el mundo y la Sede de Pedro y aparece claramente determinada en el Código de Derecho Canónico en el capítulo II que trata sobre los Obispos, donde se prescribe en los cc. 399 y 400 que cada cinco años el obispo diocesano debe ir a Roma “para venerar los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo y presentarse al Papa”.

La Visita comprende el encuentro con los Responsables de los diferentes dicasterios y departamentos que constituyen la Curia romana e incluye también un encuentro con el Santo Padre. No es una simple visita de cortesía, es un importante acontecimiento eclesial en el que se pone de manifiesto la responsabilidad pastoral de los obispos y su comunión jerárquica con el Papa. En la Visita ad Limina se promueve y se fortalece la comunión entre la Iglesia particular y la Sede Apostólica; en ella, partiendo del amplio informe que cada obispo hemos entregado previamente a la Curia romana compartimos nuestras preocupaciones y esperanzas,  presentando los retos más significativos que percibimos en nuestras respectivas diócesis. Particularmente significativas son también las visitas y celebraciones que tienen lugar en las cuatro Basílicas patriarcales: S. Juan de Letrán, Santa María la Mayor, San Pedro del Vaticano y San Pablo Extramuros; son momentos fuertes de oración y expresión visible de nuestra comunión con la Iglesia universal.

La Visita ad Límina tiene una larga tradición eclesial; algunos sitúan su origen en la Carta que san Pablo dirige a los Gálatas, donde habla de su conversión adical y de la decisión tomada de evangelizar a los gentiles; en ese contexto afirma: “después…fui a Jerusalén para consultar a Cefas, y permanecí junto a él quince días…” (1,18); años después repetirá la misma visita: “transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí por una revelación. Y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles, aunque en privado, a los más cualificados, no fuera que caminara o hubiera caminado en vano (2,1-2). A partir del siglo IV son numerosos los testimonios que hablan de la Visita de los obispos a Roma. El Concilio de Trento se ocupó de la cuestión, incluyéndola en el programa de reformas relacionadas con el ministerio pastoral de los obispos. Siglos después, durante el Concilio Vaticano I (1869-1870) los obispos vieron la necesidad de modificar el modo de llevar a cabo la Visita, adaptando el cuestionario previo que ha de enviarse a Roma a una sociedad y a una Iglesia en profunda transformación. Algo semejante sucederá tanto en la preparación como en la asamblea del Concilio Vaticano II (1962-1965). La última regulación data de 1975, durante el pontificado de S. Pablo VI, cuando se aprobó el decreto “Ad Romanan Ecclesiam”, en el que se insiste en su carácter de instrumento al servicio de la unidad y la comunión. Pero será S. Juan Pablo II, quien dará un estilo nuevo a la Visita ad Limina, potenciando el diálogo entre los obispos y la Curia romana sobre la problemática de las diócesis. Este impulso quedará recogido en el Directorio para la Visita ad Limina, publicado por la Congregación de los Obispos en 1988.

Conviene destacar que la Visita ad Limina se sustenta y pone de manifiesto dos principios eclesiológicos fundamentales:

– El primero la colegialidad: “Como San Pedro y los otros apóstoles constituyen, por voluntad del Señor, un único Colegio apostólico, de igual modo el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles, están unidos entre sí” (LG 22); Entrevistarse oficialmente con el Papa y con sus colaboradores más inmediatos, dándoles cuenta de la diócesis expresa la comunión jerárquica con quien es Cabeza y principio visible de la unidad entre los obispos del mundo (Cfr. LG 23).

– El segundo la íntima relación entre la Iglesia particular y la Iglesia Universal. Por voluntad de Dios la Iglesia, que es única y universal, se refleja enteramente en las Iglesias particulares, que están “formadas a imagen de la Iglesia universal” (LG 23). Además la solicitud pastoral de cada obispo no se agota en su diócesis, se extiende hacia toda la Iglesia Universal.

Encomiendo a vuestra oración personal y comunitaria la Víisita ad Límina que los obispos de la CERNA nos disponemos a comenzar; pidamos al Señor que uno de sus frutos sea intensificar en todos nosotros, pastores y fieles, un amor activo y operante hacia la Iglesia extendida por todo el mundo, pero también un compromiso apostólico con la propia diócesis, y la comunión afectiva y efectiva con el papa Francisco; que las palabra de San Ambrosio de Milán “Ubi Petrus ibi Ecclesia”, (“Donde está Pedro allí está la Iglesia”) permanezcan firmemente grabadas en nuestra memoria y en nuestro corazón.

El Señor os bendiga y os guarde, os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros, vuelva su mirada hacia vosotros y os conceda la paz.

+Fr. Emilio Rocha Grande, ofm
Arzobispo de Tánger

Pentecostés 2023 Carta de nuestro Arzobispo a la Diócesis

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ

El Espíritu Santo, cuya solemnidad celebramos en Pentecostés como culminación de las fiestas pascuales, colme con su fuerza y con su luz a todos los que caminamos en esta Iglesia particular de Tánger.

Puertas y ventanas cerradas, llenos de miedo a los defuera del grupo, separados de los que no piensan como ellos,incomunicados para no contaminarse, así están los discípulosde Jesús tras los acontecimientos dramáticos y luminosos almismo tiempo de la pasión, muerte y resurrección del Señor.La misma escena aparece, tanto en el Evangelio (Jn 20, 19-23) como en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) que se proclaman en la Eucaristía de la solemnidad.

Pero el Espíritu Santo, que Jesús había prometido insistentemente a los discípulos, se presenta con fuerza como queriendo echar abajo esas paredes que encierran a los suyos, y en las que parecen emparedarlo a Él mismo. Y el Espíritu de Jesús se derrama sobre la primera iglesia de forma tan escandalosa que al oír el ruido acudieron en masa los habitantes de Jerusalén.

Esta es la postura del Espíritu, totalmente opuesta a la actitud de refugio en los “cuarteles deinvierno” de los discípulos. Es verdad que, ante la irrupción del Espíritu, aquellos discípulos podían haberse hecho los sordos, pero son dóciles y se dejan arrastrar por el vendaval de Pentecostés;abren puertas y ventanas, salen de la casa, y entran en contacto con gentes procedentes de numerosas regiones de la tierra, a las que hablan con la fuerza de un Espíritu que es Amor y hace que todos los entiendan la Buena Noticia que Jesús les dejó y que ahora predican bajo el soplo delParáclito. Y, como el lenguaje del amor es universal, cada uno lo entiende en su lengua y en su cultura. Y es que el Espíritu Santo, como Jesús, no impone más que una sencilla ley,la ley del amor, de la fraternidad, ley que todos entienden.

Lo sabemos muy bien, quienes no son cristianos y también no pocos bautizados no comprenden a la Iglesia Católica, pero todos entienden la ley del amor que se expresa en Cáritas y en otras estructuras e instituciones eclesiales que dedican su tiempo y su esfuerzo a paliar las consecuenciasde un mundo en que son muchas las personas que quedan en los márgenes de la calzada por la quediscurre el devenir de la economía, la política, la cultura…

En su diálogo con Nicodemo (Jn 3,8), Jesús afirma que el Espíritu sopla libremente y nadie sabede dónde viene ni a dónde va. Y, sin embargo, cuántas veces nos empeñamos en señalarle caminos e intentamos, incluso, imponerle al Espíritu nuestros criterios y planteamientos; La historia es testigo de cómo hemos querido encerrarlo con frecuencia dentro del esquema de leyes humanas, que es comoquerer encerrar entre barrotes un viento huracanado.

El Espíritu Santo no nos pide permiso para entrar o salir, tampoco está dispuesto a dejarse encerrar con nosotros en nuestras jaulas, por muy doradas que sean o parezcan. El Espíritu, comoDios que es, se manifiesta como amor, y al amor no se le puede encerrar. El Espíritu ha venido a enseñar, no a que le enseñen, y Él enseña desde lo hondo del corazón a quien quiere.

Pero, El Espíritu, hoy ¿dónde está?, ¿dónde lo podemos encontrar? Para entrar en comunión con Él no es necesario frecuentar las aulas de las universidades más prestigiosas ni tampoco viajar hasta los confines del mundo.

      • Allí donde hay un corazón inocente, incapaz de dobleces o maldad, allí está el Espíritu
      • Allí donde nace un amor sincero, sin engaño, limpio y alegre, allí está el Espíritu
      • Allí donde un fuego arrebatado en venganza se convierte en brisa suave y honda deperdón, allí está el Espíritu
      • Allí donde la indiferencia egoísta y helada hacia el hermano se transforma en cálida y fraterna acogida, allí está el Espíritu
      • Allí donde, en la honda paz del corazón se toma la decisión heroica de entregar lapropia vida por amor a los demás, allí está el Espíritu
      • Allí donde una frase de la Escritura oída cien veces se nos presenta de repente con un nuevosentido que ilumina la existencia, allí está el Espíritu
      • Allí donde, la comunidad cristiana -basta con que sean dos o tres discípulos (cf. Mt 18,20)- se reúne para orar y celebrar el memorial pascual de Cristo Jesús, allí está el Espíritu
      • Allí donde nos esforzamos por hacer posible que ni razas ni lenguas ni religiones creenfronteras entre los hombres, allí está el Espíritu

Pentecostés es para quienes formamos la archidiócesis de Tánger una fuerte llamada a abrir depar en par las puertas y ventanas del corazón para que el Espíritu de Jesús entre, lo oxigene todo y nos llene de un amor renovado; ese amor nos impulsará a acoger el querer de Dios y a compartirlo gozosos con quienes nos rodean. Todo esto no es tarea de unos cuantos elegidos o privilegiados; porel bautismo todos hemos recibido el don del Espíritu Santo y estamos llamados -obligados, diría yo- aponernos en camino para que, en la diversidad de vocaciones y carismas, recibiendo agradecidos los dones que da el Espíritu Santo, hagamos crecer, aquí y ahora, el Reino de Dios.

Como nos dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, que se proclama como segunda lectura en la Eucaristía de la solemnidad de Pentecostés (12, 3b-7. 12-1), el Espíritu Santo se manifiesta en los dones que nos concede y actúa en el conjunto del Cuerpo, que es la Iglesia, concretando su acción en cada uno de los miembros a través de los carismas recibidos, destinadosno a ser guardados egoístamente sino a ser puestos al servicio de la comunidad. A cada carismacorresponde un ministerio, es decir, un servicio o función. ¿Cuáles son mis carismas y qué función me siento llamado a desempeñar en la Iglesia?

Todos los bautizados somos miembros del único cuerpo de Cristo, pero al igual que ocurre en el cuerpo humano, cada miembro desempeña una función. Sin la colaboración de todos sus miembros el cuerpo humano no puede funcionar. Si un miembro se echa para atrás, se resiste o se resiente, todos sufren. Así es la Iglesia. En ella todos, presbíteros, vida consagrada y laicos, somos igualmenteimportantes.

En Pentecostés, la Iglesia celebra la Jornada de La Acción Católica y el Apostolado Seglar; cadaaño se nos recuerda la urgencia de que, de modo particular los laicos, que son la mayoría de los cristianos, encuentren su lugar dentro de la Comunidad eclesial; así podrán desarrollar plenamente su vocación bautismal y el ejercicio de los ministerios laicales. Pero para ello es necesario que:

      • los laicos dejen de lado actitudes que hablan de pasividad y participen plenamente en la vida de la propia comunidad cristiana, que normalmente coincidirá con la parroquia, pero que se abre también a otras comunidades religiosas de referencia.
      • los sacerdotes- y los miembros de la vida consagrada se esfuercen que cada vez más por animar y propiciar con su manera de ser y actuar el que los laicos puedan, efectivamente, desarrollar los carismas con los que el Espíritu Santo los ha dotado.
      • Yo, en cuanto obispo, haga todo lo posible por impulsar a todos los que formamos nuestra diócesis de Tánger para que seamos, como desea el papa Francisco, una Iglesia “que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida,sostener la esperanza, ser signo de unidad (…) para tender puentes, romper muros y sembrarreconciliación (FT, 276)».

Que el Espíritu Santo, dinamice nuestra fe, rompa nuestras ataduras, disipe nuestros miedos, nos abra a la esperanza de una santidad plena y de una Iglesia diocesana “comunidad de comunidades” en la que todos los cristianos, conscientes de nuestra propia llamada pongamos al servicio del Reino de Dios todos nuestros dones y talentos. No es una utopía, es una realidad que Jesús quiere hacer posible en nosotros, en medio de la sociedad marroquí en la que estamosinsertos, esperando únicamente que abramos la puerta y le permitamos entrar en nuestra particular morada (cf. Ap 3,20), para que pueda inundarnos con su amor y hacer nuevas todas las cosas.

El Señor os bendiga con la paz.

+Fr. Emilio Rocha Grande, ofm
Arzobispo de Tánger

Descargar carta

Carta del Administrador Apostólico por la Jornada de la Vida Consagrada 2023

CAMINANDO EN ESPERANZA

Carta con motivo de la XXVII Jornada mundial de la vida consagrada 2023

“Caminando en esperanza”. Este es el lema con el que la Iglesia celebra el 2 de febrero la Jornada de la Vida Consagrada, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor. Un día especial para pararse a valorar y agradecer el don de la vida consagrada tal y como el Espíritu la va suscitando en la Iglesia de cada tiempo.

Toda la Iglesia, en cuanto germen y principio del reino de Cristo y de Dios en la tierra(LG 5) está llamada a ser en todo tiempo y lugar sal y luz que genere e infunda esperanza en el mundo, lo cual no ha sido ni será nunca una misión fácilmente comprendida y aplaudida, porque la Iglesia propone una cosmovisión y una escala axiológica que entra frecuentemente en conflicto con muchos de los valores que vertebran la sociedad. En el mundo, la Iglesia no sólo tiene el derecho y el deber de anunciar y significar el Reino futuro, sino también de hacerlo ya presente, y de anticipar –en sus líneas esenciales– su definitiva consumación, reviviendo y actualizando, aquí y ahora, el estilo de vida de Jesús.

Esta misión escatológica que corresponde a toda la Iglesia, se cumple, de una manera especial –aunque no exclusiva–, por medio de la vida consagrada: principalmente por la donación total e inmediata a Dios–Trinidad (dimensión teologal-contemplativa), y por la vivencia actualizada de la virginidad, pobreza y obediencia históricas de Cristo, que son un verdadero signo y anticipo del Reino de los cielos (cf. LG 44; PC 1). La misión desarrollada por la vida consagrada –sea ésta la que fuere– brota necesariamente de esta fuente.

La vida consagrada es una realidad esencialmente carismática y cristológica, una donación total e inmediata a Dios, de naturaleza estrictamente teologal; estamos ante una experiencia fuerte, intensa, vigorosa y duradera de Dios–Trinidad (del Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo) que se incorpora incluso a la propia psicología y llega a formar parte de la personalidad de los consagrados.

El Concilio Vaticano II señala como criterio decisivo y permanente de adecuada renovación de la vida consagrada, la vuelta a los orígenes: El regreso continuo a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración fundacional, que se encuentra en el inicio de las distintas formas de vida consagrada, aparece como principio y condición indispensable para poder vivir con autenticidad este género de vida y caminar hacia delante con creciente fidelidad (cf. PC 2).

Si el origen último de la vida consagrada y la fuente viva de este modo peculiar de caminar cristianamente es Dios-Trinidad, hay que volver decididamente a la Santísima Trinidad para entrar en la esencia originaria de esta forma de discipulado en seguimiento a Cristo; éste será también el mejor modo de redescubrir lo verdaderamente nuevo y actual y lo definitivamente válido en la vida consagrada.

Viene bien recordar, aquí y ahora, unas conocidas palabras de Karl Rahner, relativas a la espiritualidad cristiana del futuro, pero que tienen valor de principio universal: “Lo nuevo en el cristianismo es siempre el descubrimiento creador de su esencia originaria”.

Es posible para todos caer, con relativa facilidad, en el error de confundir la actualidad con la moda, y lo nuevo con lo novedoso. La moda es, por su misma naturaleza, voluble y caprichosa, esencialmente pasajera; no sólo mudable con el tiempo, sino cambiante a corto plazo. Los promotores de la moda faltarían a su deber si no la hicieran cambiar enseguida: “Si te casas con la moda, te quedará viudo muy pronto”. Hablar de “una moda duradera” es una profunda contradicción, por eso, nada resulta más actual, tanto en el campo de la vida cristiana como en el de la sociedad en general, que lo imperecedero, porque es válido en todas las circunstancias.

En este sentido, la manera adecuada, fecunda, de ir encontrando la actualidad de las cosas es recuperar, en cada circunstancia, lo más radical, lo más auténtico, lo más original. La vida de la Iglesia es un redescubrimiento permanente, y si llegamos a redescubrir lo que es originalmente lo más profundo, lo más permanente, acertaremos a encontrar su actualidad y su eficacia en este momento de nuestra historia. Si intentáramos actualizarnos buscando obsesivamente la coincidencia con los usos de la coyuntura del momento, no lograríamos más que un maquillaje de modernidad, en vez de una actualización de lo sustancial y de los permanente”. Estas palabras del cardenal claretiano Fernando Sebastián Aguilar, son profundamente lúcidas en un momento en que prima lo novedoso y cambiante como un valor que, tantas veces, se acoge y se acepta indiscriminadamente.

No podemos olvidar que la vida consagrada es un acontecimiento eclesial, histórico y teológico a la vez. Y para entender este acontecimiento singular hay que remontarse hasta su fuente viva, hasta su origen, hasta la raíz última de donde recibe su savia vivificadora. En otras palabras, hay que remontarse hasta Jesucristo en su modo histórico de vivir para Dios y para los hombres, porque ahí es donde encontramos el origen último de los consejos evangélicos y del modo estable de vida que en ellos se fundamenta. El Concilio Vaticano II destacó con fuerza el origen cristológico de la vida consagrada (cf. LG 43, 44, 46; PC 1).

Durante mucho tiempo la Teología de la Vida Religiosa descuidó durante mucho tiempo el ejercicio de volver al verdadero origen de la vida según los consejos evangélicos y su primordial e irrenunciable dimensión cristológica y pneumatológica; los consejos evangélicos se desvincularon de la presencia y acción carismática del Espíritu Santo en la Iglesia y de Cristo –de su vida y de su mensaje–; justamente por eso, se cayó en un moralismo y un legalismo lamentables.

Lo más originario en la vida consagrada, entendiendo originario en su doble sentido: como lo primero y lo que es origen de todo lo demás, no es su condición de signo o de testimonio. Ser signo y testimonio es, sin duda, para la vida consagrada, algo esencial e irrenunciable; pero no constituye su esencia última. Su origen deriva de otra parte: del hecho de ser, por designio del Padre y por la acción del Espíritu Santo, seguimiento radicalmente evangélico de Jesucristo (cf. LG 44; PC 2 a, e; ET 12; MR 10).

El Concilio concluye el capítulo de la Lumen Gentium dedicado a los religiosos, haciendo una apremiante exhortación a todas y cada una de las personas llamadas a la profesión de los consejos evangélicos a permanecer en la vocación a la que han sido llamados por Dios y a crecer en fidelidad, “para una más abundante santidad de la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda santidad” (LG 47).

Concluyo estas palabras con unas ideas esperanzadoras y estimulantes tomadas de la homilía del papa Francisco en la Eucaristía celebrada en San Pedro del Vaticano, con motivo de la XXIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada (2 de febrero de 2019); en ella el papa afirma que la Vida Consagrada es: alabanza que da alegría al pueblo de Dios y visión profética que revela lo que importa. Cuando es así, florece y se convierte en un reclamo para todos contra la mediocridad: contra el descenso de altitud en la vida espiritual, contra la tentación de jugar con Dios, contra la adaptación a una vida cómoda y mundana, contra el lamento, la insatisfacción y el llanto, contra la costumbre del «se hace lo que se puede» y el «siempre se ha hecho así». La vida consagrada no es supervivencia, es vida nueva. Es un encuentro vivo con el Señor en su pueblo. Es llamada a la obediencia fiel de cada día y a las sorpresas inéditas del Espíritu. Es visión de lo que importa abrazar para tener la alegría: Jesús.

Deseo una serena y gozosa Jornada de la Vida Consagrada a quienes en nuestra archidiócesis caminamos como discípulos de Cristo, respondiendo a su llamada con una consagración que nos vincula íntimamente a Él y quiere ser signo creíble del absoluto de Dios-Trinidad y de un Amor que nos impulsa a desapropiarnos de nosotros mismos, para hacer de nuestras vidas una entrega total a todos, pero de modo muy particular a las víctimas de cualquier tipo de desamor.

2 de febrero de 2023

Fr. Emilio Rocha Grande OFM

El Adviento llama a nuestra puerta, carta de Fr Emilio Rocha Grande

  1. ¡VEN, SEÑOR JESÚS!

Litúrgicamente hablando, el Adviento es un espacio muy breve de tiempo, que abarca cuatro semanas; colocado al principio del Año litúrgico prepara y revive la primera venida del Señor en Belén (del 17 al 24 de diciembre) y anuncia la Parusía o venida gloriosa del Señor al final de los tiempos (tres primeras semanas). Teológicamente, en cambio, el Adviento dura todo el año. Más aún, toda la vida de la entera Iglesia y de cada bautizado no es más que un Adviento permanente: La conmemoración y el anuncio, el recuerdo y la profecía de las dos venidas –igualmente reales– del Señor Jesús.

1.- ¡El Señor ya ha venido! El tiempo de Navidad nos hace vivir cada año con gozo profundo la verdad de un hecho histórico acontecido en Belén en un marco cronológico muy determinado. Es el cumplimiento desbordante de lo anunciado y esperado veladamente a lo largo de los siglos en que se van tejiendo las esperanzas del Pueblo de Israel, tal y como se reflejan en los libros del Antiguo Testamento. ¡Lo que un día fue objeto de esperanza para Israel es, para el Pueblo del Nuevo Testamento, realidad histórica y objeto ya cumplido de nuestra fe!

2.- Pero lo que ahora es promesa –La segunda y definitiva venida del Señor– pronto se convertirá también en posesión y en gozo. Lo mismo que sabemos y afirmamos que el Señor ha venido, sabemos y afirmamos que el Señor vendrá con poder y gloria. Y, apoyándonos en el cumplimiento exacto de las esperanzas y anhelos del creyente del Antiguo Testamento, nosotros esperamos y anhelamos la segunda y definitiva venida del Señor. Si su primera venida fue en la debilidad de nuestra carne; la segunda venida será con el poder y la gloria que le corresponden como Hijo de Dios, como “Kyrios” (cf. Flp 2,6-11).

Toda la Iglesia vive su devenir histórico en la seguridad y gozosa certeza de esta primera venida y en el anhelo incontenible y la firme esperanza de la última y definitiva venida del Señor al final de los tiempos, sabiendo que cuando hablamos de “la segunda venida” del Señor, lo hacemos de una venida que se ha iniciado ya. No se trata sólo de un acontecimiento futuro ni tampoco de una realidad estática; se trata de un acontecimiento esencialmente dinámico que se va realizando día a día. Es un proceso semejante al del establecimiento del Reino de Dios (“ya, pero todavía no”). El mismo Señor, que vino en Belén y vendrá al final de los tiempos está viniendo incesantemente a nosotros: El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe, y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino (Prefacio III de Adviento).

Nuestro quehacer primario es prepararnos: abrir de par en par las puertas de nuestra alma, con la esperanza y la fe muy vivas, para acoger la venida cotidiana del Señor y así estar permanentemente preparados para el encuentro último y definitivo con Él.

Hay una palabra que condensa toda esta actitud; una palabra intraducible que resuena con especial intensidad en el tiempo litúrgico del Adviento y que resume y encierra la actitud fundamental de la Iglesia y de cada uno de los cristianos: ¡MARANATHA!, una palabra que, si por una parte es la afirmación de un acontecimiento ya cumplido: ¡El Señor ha venido! ¡El Señor está en medio de su pueblo!, es también un acto de fe y de esperanza en la futura venida, con poder y gloria, del Señor. Un deseo que ha comenzado ya a realizarse y se cumplirá un día plenamente. ¡El Señor está cerca! ¡El Señor está viniendo!; y es, además, una oración, la oración del Espíritu y la Esposa que claman incesantemente: “¡Ven, Señor Jesús!” (Cf. Ap 22,17-20; 1 Cor 16,22).

  1. PACIENTE Y GOZOSA ESPERANZA

La paciencia bíblica es una forma de esperanza. Significa apoyarse en Dios, estar seguros de su ayuda y de su amor incondicionales; saberse en sus manos, esperarlo todo de Él. Es una actitud serena, que excluye actitudes como el desasosiego o la angustia, e incluye un movimiento hacia el futuro, hacia una realidad, ya de alguna manera conocida y ardientemente esperada: el retorno definitivo de Jesucristo, la transformación definitiva del mundo, la plena revelación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19 ss).

La esperanza cristiana no es pasividad; compromete la totalidad de la persona y está en la base de una profunda relación interpersonal. No se trata de esperar ALGO, sino de esperar a ALGUIEN.  Cristo, en su misterio pascual ya consumado, es el objeto último y total de nuestra esperanza. ESPERAMOS EN ÉL Y LO ESPERAMOS A ÉL; Cristo es al mismo tiempo el motivo de nuestra esperanza y la promesa definitiva y última, cuyo cumplimiento –su venida– esperamos. Como afirma san Pablo: Cristo mismo es nuestra esperanza (1Tim 1,1).

Esta venida gloriosa, objeto de nuestra esperanza escatológica, no es simplemente una manifestación externa y universal de CRISTO-SEÑOR, sino la revelación en todos y en cada uno de nosotros de su presencia vivificante y vivificadora, que ahora se encuentra velada y es, más que objeto de visión, objeto de intuición. Esta manifestación en nosotros y desde nosotros del Cristo glorioso, que nos habita ahora  misteriosamente oculto, constituye lo más esencial de la parusía.

La esperanza cristiana supone anhelo, riesgo y expectación. Pero supone también, al mismo tiempo, gozo y seguridad. Dios no puede fallar. Tenemos en Cristo su Palabra definitiva y tenemos, sobre todo, su amor, y en él nos apoyamos. Esperar en Dios es, en el fondo, lo mismo que creer en Él y lo mismo que amarlo. Apoyarse en Él sin otra garantía que Él mismo; dejarle ser la roca firme e inconmovible de nuestra vida (cf. Sal 17,2-4; Sal 42,10; 61).

El problema es que las personas tenemos casi siempre prisa. Por eso creemos que Dios tarda demasiado en cumplir sus promesas. Pensamos que Cristo debería venir enseguida, y olvidamos las palabras del Salmista: “Mil años son para ti como un día, un ayer que ya paso, una vigilia en la noche” (Sal 89,4), y también las del apóstol Pedro:No se retrasa el señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos suponen, sino que usa de paciencia con nosotros(2Pe 3,9).

Hoy, quizás más que en el pasado, los seres humanos pretendemos ser nuestra propia providencia, y salvarnos por nuestra cuenta. Pero, de este modo caemos inevitablemente en la autosuficiencia. Pensamos que nos bastamos a nosotros mismos y prescindimos de Dios, o lo dejamos convertido en una justificación ideológica para las cosas que hacemos o el modo de vida que llevamos; pero, de este modo, nos empobrecemos y vaciamos. El ser humano renuncia, así, a Aquel que habita “su más profundo centro” (S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 1) y a dejarse salvar amorosa y gratuitamente por Dios, llegando así a la desesperanza e incluso a la desesperación. Por este camino se hace imposible la salvación.

Quizás por todo esto, uno de los testimonios más urgentes que debemos dar los cristianos a los hombres y mujeres del mundo de hoy, es el testimonio de una esperanza viva: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva” (1Pe 1,3); “dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones” (1Pe 3,15). Son demasiados los testigos de la desesperanza y la desesperación. Frente a ellos, nosotros vivimos, como dice san Pablo: “Aguardando la feliz esperanza, y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” (Tit 2,13).

  1. ARDIENTE VIGILANCIA

Todo el Evangelio es una apremiante invitación a la vigilancia, al estado de alerta: “Velad, porque no sabéis el día que vendrá vuestro Señor… Por eso, estad preparados” (Mt 24,42-44); “lo que os digo a vosotros, a todos se lo digo: velad” (Mc 13,37); “también vosotros estad preparados, porque en el momento que menos penséis, vendrá el Hijo del Hombre” (Lc 12,35-40).

La esperanza cristiana no es una simple espera. La espera es una actitud que equivale a cruzarse de brazos, aguardando a que sucedan inevitablemente las cosas que se desean o se temen, pero sin intervenir uno mismo en el proceso de su realización (es la espera de alguien sentado en el andén de la estación mientras aguarda la llegada del tren); la espera no tiene “ritmo”; es obligada pasividad, porque uno reconoce que no está en su mano hacer nada para adelantar los acontecimientos, para evitarlos o para influir en ellos de alguna manera. Es resignada apatía.

Pero, si la verdadera esperanza no es pasividad, tampoco es tensión nerviosa o agitación interior, desasosiego espiritual o sobresalto; tampoco conlleva el concepto de miedo. Es, a lo más, temor en el sentido bíblico del término (¡temor a que el Señor pase de largo!). Porque es asombro, estremecimiento, admiración y anhelo.

Jesús no pretende provocar en nosotros la inquietud, la zozobra o el miedo. Sí quiere advertirnos de que su venida, para cada uno de nosotros y para toda la humanidad, puede acaecer en cualquier instante, sin previo aviso, de repente, en el momento más insospechado; y que, por tanto, debemos estar despiertos, atentos y vigilantes, para poder abrirle al instante, apenas llegue y llame (cf. Lc 12,36), sin hacerle esperar a la puerta y, desde luego, sin responderle como Lope de Vega: Mañana le abriremos… para lo mismo responder mañana”.

Jesús no es un ladrón en la noche, sino un Amigo. Nuestro amigo común y el amigo personal de cada uno de nosotros. Por eso nuestra actitud debe ser de ardiente vigilancia y de gozosa esperanza, no de miedo, ni siquiera de turbación o nerviosismo. Una actitud de serena y profunda alegría, de paz y de confianza, de seguridad y de abandono; de temblor amoroso ante la proximidad del encuentro tantas veces anhelado.

Y en este tiempo de vigilia, “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo” ¿qué debemos hacer? ¿Cuál debe ser nuestra verdadera ocupación y preocupación? La respuesta es vivir en el amor y servir a los demás, poner a disposición de los otros, de nuestros hermanos y hermanas, lo que somos y lo que tenemos, los dones que Dios nos ha dado como talentos que hemos de hacer fructificar y que sólo fructifican de verdad en la entrega desinteresada a los demás. El tiempo de vigilia no es simplemente tiempo de expectación estéril, sino tiempo de servicio (cf. Lc 12,42).

Os deseo a todos y cada uno de quienes formamos nuestra iglesia diocesana de Tánger un Adviento vivid personal y comunitariamente en paciente y gozosa esperanza y en ardiente vigilancia, haciendo nuestro el grito de la Iglesia de todos los tiempos: ¡Ven, señor Jesús!

Carta de nuestro Administrador Apostólico con motivo de la JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2022  

Con el lema “Seréis mis testigos”, celebramos en la Iglesia católica el próximo domingo 23 de octubre, la Jornada Mundial de las Misiones, el DOMUND. El papa Francisco toma estas palabras del último diálogo del Resucitado con sus discípulos antes de su ascensión (cf. Hch 1,8). Desde ese momento, la misión de dar testimonio queda abierta, sin límite en cuanto a su extensión en el espacio y en el tiempo. Por tanto, también nosotros entramos en ese encargo.

El DOMUND es una cita que compromete a todas las Iglesias locales, pero que en nuestra diócesis de Tánger, con una identidad claramente misionera, se reviste de tonos particulares. El lema de este año produce, sin duda, en nosotros resonancias particulares. Efectivamente, habla de testigos; pero el hecho de ser testigo, que va íntimamente relacionado con ser discípulo, se aleja claramente de la condición de alumno. El testigo es quien ha visto y ha experimentado aquello de lo que habla; para el testigo, el Evangelio no en un texto escrito, ni tampoco una doctrina que se aprende y se comunica repitiendo conceptos. El testigo comparte con los demás “lo que ha visto y oído” (cf. Jn 1,3); no comunica conocimientos sino experiencia vital.

En el ya lejano 1975, el papa Pablo VI dejó escritas en su encíclica Evangelii nuntiandi (n. 41) unas palabras que siguen gozando de plena actualidad: “Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que para la enseñan…, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (cf. 1Pe 3,1)”.

En todo tiempo y lugar, pero de modo muy particular en Marruecos y en nuestra diócesis de Tánger, la gran plataforma de que dispone la Iglesia para anunciar a Jesucristo es el testimonio de los cristianos; se trata de un testimonio personal, pero no individual. Nuestra misión es siempre eclesial; no venimos a la misión por nuestra cuenta ni como fruto de nuestra genialidad personal; estamos aquí porque hemos sido enviados (missio = envío) y permanecemos en la misión -sea la que fuere- sintiéndonos en viva comunión con quienes nos han enviado y con esta Iglesia de Tánger en la que estamos insertos.

Todos los que constituimos la Iglesia diocesana, desde la común raíz bautismal, estamos llamados a afianzar y acrecentar nuestra conciencia de ser testigos y misioneros. Muchos de vosotros y vosotras lo realizáis en el seno de la vida familiar, en medio del trabajo, el estudio y las relaciones de amistad y vecindad; vuestra manera cristiana de ser y de actuar, en el respeto exquisito a quienes no comparten nuestra fe, suscita interrogantes y resulta atrayente para quienes caminan en otras tradiciones religiosas.

Es también importante en la diócesis de Tánger el número de hombres y mujeres que, teniendo en común la experiencia fundante de formar parte de la “vida consagrada” y la de haber dejado atrás nuestros países de origen -con todo el desarraigo que conlleva- para ser aquí sus testigos, nos dedicamos a anunciar con la vida, más que con la palabra, que “no hay otro omnipotente sino solo Dios” (S. Francisco de Asís). No nos mueve el ansia de poder ni el interés económico ni la búsqueda de prestigio personal; con san Pablo, también nosotros podemos decir: “nos apremia el amor de Cristo, pues estamos convencidos de que uno murió por todos…” (2Cor 5,14); el apóstol ya no puede entender su vida sino como una total y permanente respuesta al amor de Cristo, que se vuelve en él fuerza, parresía, generosidad y entrega de la vida hasta la muerte. Pablo se siente apremiado y urgido por ese amor y, esto le lleva a anunciar la Buena Noticia “a tiempo y a destiempo” (cf. 1Cor 9,16). Pido a Dios sea esta nuestra experiencia personal.

Lo sabemos bien, la misión no es una tarea fácil, surgirán seguramente momentos de cansancio y deseos de abandonar “la mies”; dejemos que resuenen entonces en nuestro interior las palabras de Jesús: “El Espíritu Santo vendrá sobre vosotros” (Hch 1,8). Los discípulos de la primera hora que se sabían débiles y estaban atemorizados y encerrados en sus propios miedos, fortalecidos por la acción del Espíritu se lanzaron a proclamar el Evangelio “hasta los confines del mundo” (cf. Hch 1,8). “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre” (Heb 13,8) y El Espíritu Santo sigue actuando hoy, como en los momentos iniciales de la Iglesia; acudamos a su fuerza siempre, pero de modo particular cuando nos sintamos cansados y agobiados (cf. Mt 11,28) y dejémonos fortalecer, recuperando la alegría de ser testigos de Jesucristo, una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar (Jn 16,22).

Con motivo del mes de octubre, “mes misionero” y en el contexto de la Jornada del DOMUND, oremos de modo particular por las Obras Misionales Pontificias, que en este año conmemoran una serie de acontecimientos particularmente relevantes para la misión “ad gentes” de la Iglesia: la fundación hace 400 años de la Congregación de Propaganda Fide –hoy, para la Evangelización de los Pueblos– y de la Obra de la Propagación de la Fe, hace 200 años, que, junto a la Obra de la Santa Infancia y a la Obra de San Pedro Apóstol, obtuvieron hace 100 años el reconocimiento de “Pontificias”.

Os invito a serviros de los materiales enviados por Fr. Simeón Stachera OFM a través de la Delegación Diocesana de OMP y a ser generosos en la aportación económica que haremos llegar a través de las Obras Misionales Pontificias a otras Iglesias locales y Territorios de Misión en los que la precariedad es aún más acuciante que entre nosotros.

Descargar carta