¿Buscas a Dios? Búscalo en sus pobres

estad-preparadosLos responsables del templo piden a Jesús credenciales de la autoridad con que ha expulsado del recinto sagrado a los vendedores:

“¿Qué signos nos muestras para obrar así?”

Piden una prueba de credibilidad, y Jesús se la da:

“Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.

¿Quién entiende a Jesús? Si habla de nacer de nuevo, imaginamos imposibles retornos al vientre materno; si nos ofrece su agua, entendemos que ya no habrá que volver con el cántaro a la fuente; si multiplica su pan, soñamos que se ha eliminado el gasto en la panadería; y si habla de “destruir y levantar” templos, pensamos como obreros de la construcción, y le replicamos que él no puede entregar en el plazo señalado la obra que se ha comprometido a hacer.

“Destruid este templo”, dice Jesús.

No se trata de un farol, de un juego, de una apuesta, de una bravata, o de una salida ingeniosa para una situación difícil. Son palabras que describen algo que a la vista de todos se estaba haciendo: “destruir el templo”; y declaran lo que Jesús hará, si aquel proceso de destrucción no se detiene: “levantarlo”.

El templo, que Jesús llama “la casa de mi Padre”, se destruye cuando alguien lo convierte en “casa de emporio”, cuando se cambia Padre por mercado.

Pero las palabras de Jesús sobre la destrucción remiten sobre todo al templo que es “su cuerpo”, al sacramento de la presencia real de Dios que es Jesús mismo, al proceso de destrucción que desembocará en su cruz y en su muerte. Jesús dice a quienes lo interrogan y le piden signos: «Continuad vuestra obra de demolición, y cuando la hayáis consumado, yo levantaré lo demolido».

A quienes no tenemos la pretensión de pedir signos, la fe nos abre el camino para entender los signos que la gracia de Dios nos regala, también éste del templo destruido y levantado, es decir, de Cristo crucificado y resucitado.

Los creyentes no vamos buscando milagros para creer, sino crucificados a quienes amar, pobres a quienes levantar. Por eso conocemos de cerca la verdad de la destrucción y de la resurrección, de la pasión y de la Pascua.

Iglesia de fe humilde y confiada, si alguien te pide signos, invítalo a acercarse a los pobres del mundo, a los explotados, a los esclavos, a los desechados por los que saben y pueden; muéstrale a tu Cristo destruido y amado… y levantado. Y no te canses de amar lo que encuentras destruido, y de levantar lo que amas.

Tú, experta de cuaresmas innumerables, pones esperanza de Pascua en el camino de los derrotados.

Quién eres para Dios:

transfiguracion21El centro de esta celebración dominical lo ocupa, más que el hijo de Abrahán, el Hijo de Dios.

No olvides la relación que la palabra proclamada establece entre esos dos hijos. Del de Abrahán, se dice: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y ofrécemelo en sacrificio”. A su vez, de Jesús, contemplado en el misterio de su transfiguración, la voz de la revelación declaraba: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”. Y el apóstol nos recuerda lo esencial de nuestra fe: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Se trata de hijos únicos, amados y, por amor, entregados.

Para que no te escandalice lo que Dios pide a Abrahán, mira al Hijo que a ti Dios te entrega. Verás que ese Hijo, sacrificado, no te revela la medida de una crueldad sino un amor sin medida, no te pone delante el horror de una inmolación sino la gracia de una obediencia, no te deja cautivo de tu propia muerte sino heredero de su misma vida.

Con todo, la contemplación de esa vida que se te da, de la obediencia por la que se te da, del amor con que se te da, no hace inútil sino necesaria la contemplación del altar sobre el que todo se te ofrece, y una mirada afectuosa y creyente a la cruz desde donde el Hijo de Dios, el único, el amado, te llama, te atrae y te sostiene con su diestra.

Ahora también tú, con preguntas que llevan implícita la respuesta, puedes, guiado por la fe, entrar en la casa de la confianza: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” El que hoy te entrega su palabra para que la guardes, el que te ofrece el Cuerpo y la Sangre de su Hijo para una comunión de vida contigo, “¿cómo no te dará todo con él?, ¿quién acusará?, ¿quién condenará?

Mide, si puedes, la grandeza de ese amor que se te revela en Cristo Jesús; entra humilde en el misterio de lo que es Dios para ti y de lo que eres tú para Dios. Si te ha alcanzado la luz de ese misterio, si hoy por la fe y la comunión te envuelve y te ilumina la gloria de Cristo resucitado, entonces sabrás, qué significa para Dios el emigrante, el excluido, el parado, el desahuciado, ¡el hombre!, los pobres a quienes, ciego de amor, Dios ve y bendice como hijos en su único Hijo.

Es hora de que la comunión eucarística se nos vuelva pasión por los pobres, deuda con los amados de Dios, compromiso con el cuerpo de Cristo. Si alguien, después de comulgar, aún ve razonable que se refuerce con cuchillas una frontera, o pide que se despliegue contra los pobres la milicia creada para mantener la paz en un territorio, ése no habrá comulgado con Cristo sino con piedras de molino, y en el día de la verdad será contado entre los malditos por haber ignorado la necesidad del Hijo de Dios, del único, del amado.

Feliz domingo de la transfiguración.

No apartes de Cristo tus ojos:

16_white_dunesNo sé si por opción o por necesidad, tal vez porque los años enseñan muchas cosas, talvez porque la realidad ha perdido con el tiempo velos que ocultaban su crueldad, el hecho es que ya sólo me interesa hablar de Cristo y de los que sufren. Los pobres son luz que necesito para acercarme a la verdad del hombre, y Cristo es cuanto necesito para devolverle humanidad al hombre y para acercarme al misterio de Dios.

“En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto”: oigo la palabra del evangelio y se me estremecen las entrañas; no hay lugar allí para divagaciones doctrinales sobre Dios, porque Dios no es aquel sobre quien se discute, sino que es Espíritu, viento poderoso y libre que, si le dejas, te agarra, te empuja y te lleva.

“El Espíritu empujó a Jesús al desierto”. ¡Cuántas veces lo hemos confesado en el Credo de nuestra celebración dominical!: “Creemos en un solo Señor Jesucristo… que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. El Espíritu empujó al Hijo de Dios hasta nuestra condición humana, hasta nuestra miseria, hasta nuestro desierto, hasta nuestra vida, hasta nuestra muerte. El Espíritu empujó a Jesús hasta el desierto donde se pudrían los leprosos, donde yacían los enfermos, donde vagaban los endemoniados, donde se abrasaba la dignidad de ladrones, adúlteros y prostitutas.

Tú, Iglesia amada de Dios, conoces de cerca a este Jesús que va por la vida “empujado” como si tuviese prisa de amar. El Espíritu lo empujó al desierto, hasta la cruz, hasta la última donación, hasta su última tentación, que fue, como la primera, la de servirse del poder de Dios en vez de abandonarse al amor de Dios.

Tú, Iglesia santa y pecadora, contemplas a Jesús en el desierto, en su vida, en su muerte, y, para tu asombro y tu alegría, hallas que Jesús es la respuesta de Dios a tu oración. Tú decías: “Enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas”; y el Señor puso delante de ti el camino que es Cristo. Y mientras el salmista cantaba su plegaria: “Haz que camine con lealtad”, tú contemplabas a Cristo, tu camino, al que es verdad y vida para leprosos, enfermos, endemoniados, ladrones, adúlteros y prostitutas, y aclamabas con la fuerza del canto y el gozo de la salvación recibida: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza”.

Las palabras del salmo se llenan de sentido nuevo para la Iglesia si las leemos a la luz del misterio de Cristo Jesús. Al ofrecernos en Cristo la salvación, al mostrarnos en su Hijo el camino de la vida, Dios nos ha manifestado su misericordia, su lealtad, su rectitud y su bondad.

Un sentido nuevo adquieren también las palabras del libro del Génesis proclamadas en nuestra celebración: “Dios dijo a Noé y a sus hijos: _Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes… Y añadió: _Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros… Pondré mi arco en las nubes”. En aquel arco los creyentes reconocemos una figura de Cristo, el Hijo del Hombre enaltecido por Dios sobre las nubes del cielo, memoria verdadera de la alianza nueva y eterna que Dios ha sellado con la humanidad.

También adquieren hoy significado nuevo para nosotros las palabras que oímos cada domingo al acercarnos a comulgar. El sacerdote te dirá: “El cuerpo de Cristo”; y tú, con sabiduría espiritual, entenderás: Éste es el arco de Dios en las nubes, la señal de la alianza eterna de Dios con su pueblo, el sacramento del amor que Dios nos tiene, la memoria de su ternura y su misericordia.

No olvides, Iglesia santa y pecadora, que estás siempre al principio de tu camino hacia Cristo, hacia la Pascua de Cristo, y que, si quieres llegar hasta él, has de mantener los ojos fijos en él: en la belleza del arco iris, en la serenidad de la eucaristía, en la noche del Calvario, en el sufrimiento de los pobres. No apartes de Cristo tus ojos ¡y llegarás a la Pascua con él! Feliz domingo.

Leprosos… amados:

Esleprosotaba en el lugar que me asignaba la ley. No era siquiera un pecador: era simplemente un leproso, un excluido, un señalado, una amenaza, un peligro… un divorciado, un emigrante.

Harapiento, despeinado, con la barba rapada y gritando: «¡Impuro, impuro!», para que los puros no se contaminen… fuera de la comunidad, fuera de la comunión… un divorciado, un emigrante.

Allí me habían dejado solo la ley y sus intérpretes, el bienestar de los escogidos y su futuro, la ortodoxia y el sentido común. Y allí me hubiese quedado hasta que la muerte amiga viniese a quedarse con mi impureza y mi soledad, con mi enfermedad y mi pecado, con mis miedos y mi desesperanza.

Pero Jesús salió del campamento, vino a mi encuentro… Aquel hombre decía palabras que traspasaban de esperanza el corazón: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… no he venido a llamar a justos sino a pecadores”.

Olvidada la ley que me excluía y la ortodoxia que me señalaba, buscando pureza en aquel sacramento de misericordia, me acerqué a él, y de rodillas, dejé que le hablasen la fe y la esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Entonces me abrazó su compasión, él extendió su mano –aunque todavía no era la hora de la cruz-, me tocó, y me dijo: “Quiero: queda limpio”.

Aquella mano extendida me devolvió a la comunidad y a la casa del Señor; pero él, Jesús, se quedó con mi lepra, y se quedó fuera, en lugares solitarios –aunque todavía no era la hora de que lo sacasen fuera de la ciudad, al lugar donde, para destruir la lepra y manifestar la pureza, extendió sus brazos en la cruz-.

“Dichoso el que está absuelto de su culpa”; dichosos los leprosos, a los que se les ha contagiado la pureza de Dios: que se alegren con su Señor; que lo aclamen todos los días de la vida.

En este domingo, eres tú, la comunidad reunida para la Eucaristía, quien se acerca a Cristo resucitado; eres tú quien le dice tu fe y tu esperanza: “Si quieres, puedes limpiarme”; y eres tú quien escucha la palabra de la verdad: “Quiero: queda limpio”.

Ya no podrás olvidar este encuentro, pues en él se te han revelado misterios que sobrepasan todo conocimiento: el misterio del amor de Dios, el misterio de la vulnerabilidad de Dios, el misterio de tu comunión con él en el amor y en la vulnerabilidad.

Si no olvidas el misterio en que has entrado, tampoco olvidarás tu salmo de alabanza por lo que has conocido de Dios: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación”.

Feliz domingo a todos los amados de Dios.

Declaración

grupo-inmigrantesDesde la Iglesia de Tánger, a través de su Delegación de Migraciones, unimos nuestra voz a la de todas las personas que, en nombre de la justicia, reclaman el respeto de los derechos de quienes que, por carecer de papeles que los autoricen a entrar en territorio español, son considerados irregulares, ilegales o clandestinos.

Los emigrantes han nacido libres y son iguales a nosotros en dignidad y derechos, y todos, por ser seres humanos, hemos de tener unos con otros un comportamiento fraterno.

Esos hermanos nuestros tienen derecho a la vida, y las leyes los obligan a arriesgarla hasta perderla si quieren darse la oportunidad de un futuro mejor. Con lo cual se viola también su derecho a la libertad y a la seguridad personal.

Quien se lleva por delante la vida de los emigrantes, quien los tortura, quien los somete a penas crueles, inhumanas y degradantes, no es su condición de pobres o de exiliados o de refugiados, sino la legalidad vigente, las opciones políticas, que, a una comunidad humana necesitada, la confinan en inviernos a la intemperie, en campos de hambre, en caminos de sufrimiento, y la obligan a arriesgar la vida si quiere salir de esa cárcel atroz.

Obstinados en pisotear con leyes injustas la dignidad de las personas y sus derechos inalienables, los Gobiernos socaban los fundamentos de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo.

Denunciamos la aberración jurídica que supone la nueva Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana, aprobada en España por el Congreso. Al permitir las llamadas «devoluciones en caliente» de extranjeros que hayan cruzado irregularmente la frontera de los territorios de Ceuta y Melilla, a esos extranjeros, que se encuentran en situación de manifiesto desamparo, precisamente a ellos la Ley los discrimina y los excluye de su protección.

Esa Ley desmiente la igualdad de las personas, niega a los emigrantes el derecho a ser oídos públicamente por un tribunal, y los condena a penas que consideraríamos crueles con los animales, sin que en ningún momento se tome en consideración y se respete el derecho que esas personas tienen a la presunción de inocencia.

Las leyes de un pueblo dan la medida de su humanización. El modo en que hoy tratemos a los emigrantes, lo queramos o no, dejará huella en nuestra historia.

En nombre de los emigrantes, desde la Iglesia de Tánger pedimos al pueblo español que no permita que se emborrone su historia con la iniquidad de un sufrimiento atroz causado a miles de inocentes, y con la memoria de muertes innumerables que podíamos haber evitado.

Sólo deseamos ser humanos, sólo ser hermanos.

Gracias.

Vámonos a otra parte:

The Exhortation to the Apostles (Recommandation aux apôtres)-001Si la palabra de la verdad fuese un credo de idas sobre Dios, lo normal sería que esas ideas las propusiéramos en primer lugar a los poderosos, a los sabios, a los entendidos, a los expertos. Les encantaría disertar sobre ellas.

Pero al ser esa palabra un evangelio, al tratarse del mensaje de la cruz, sólo la podremos anunciar a los pequeños, a los débiles, a lo necio del mundo, a los oprimidos, a los náufragos de todas las fronteras, a los emigrantes de todos los caminos, a los pobres, a gentes que, desde su indigencia, abracen lo que el rico despreciaría desde su suficiencia.

La misión de curar corazones quebrantados no es aventura de díscolos ni opción de partido político, sino obediencia de ungidos por el Espíritu de Dios. Es él quien nos ha enviado, es él quien ha puesto en los caminos de los pobres a Cristo Jesús y al cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Así había visto el profeta a Jesús: proclamando a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, poniendo en libertad a los oprimidos y proclamando para los pecadores un jubileo que nunca tendrá fin.

Así vieron a Jesús los testigos de su palabra y de sus obras: proclamando el evangelio de Dios, la llegada del reino de Dios, y pidiendo, para entrar en él, la conversión y la fe. Jesús se acerca a los enfermos, los toma de la mano, se queda con su fiebre, los contagia de su resurrección.

Cristo Jesús, la palabra de la verdad, ha venido a sanar corazones quebrantados, a vendar heridas, a expulsar demonios. La palabra de la verdad no busca adoctrinar sino liberar, no se ocupa de ideas que el hombre pueda tener sobre Dios sino de la salvación que Dios ofrece a quien la necesita.

La palabra de la verdad es el evangelio de la salvación. ¡Ay de mí si no lo anuncio!

El camino de los discípulos de Jesús es el de ese hombre cuyos días se consumen sin esperanza, el de los que mueren antes aun de saber por experiencia que la vida es un soplo, el de los que son predilectos de Dios porque son pobres.

Hoy comulgas con tu Señor. En esa comunión él te toma de la mano, se queda con tu muerte, te levanta con su resurrección. Y tú, Iglesia cuerpo de Cristo, ungida con su mismo Espíritu, eres enviada como él a sanar, liberar y perdonar: ¡Si dejases de ir con Cristo, dejarías de ser de Cristo!

Feliz domingo.

“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

pantocratorSe lo dice al salmista el Espíritu que inspiró las palabras de su canto; lo dice a sus hermanos de fe el creyente que en la oración hace suyas las palabras del salmo; lo dice hoy la Iglesia con sus hijos, pues desea que nunca se aparten del camino de la vida: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

Tú, que amas a Cristo, que caminas con él, que dejas tu vida en manos de su Espíritu para que haga de ti otro Cristo, siguiendo a tu Señor aprendes cada día a escuchar como él, intentas obedecer como él, buscas que el cumplimiento de la voluntad del Padre sea tu alimento como lo fue para él.

Hoy, en la eucaristía, con Cristo y con su Iglesia, unos a otros nos animamos a avanzar por el camino que lleva a la vida, y nos decimos: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

Esa voz, por ser la de Dios, es la del amor, pues Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios, guarda sus mandatos, cumple su voluntad.

Os lo recuerdo, queridos, aunque ya lo sabéis: ¡Ojalá escuchéis hoy la voz del amor!, para que no pequéis contra Dios siguiendo otras voces que resuenan siempre engañosas en el corazón del hombre.

Son muchos los hombres que no creen en Dios, pero todos llevan dentro una voz en la que creen, la voz de sus razones, la de sus intereses, la del poder, la del prestigio, la del dinero, la de la ambición, la de la envidia, y todos oyen esa voz, todos la obedecen, todos le rinden culto; para bien o para mal, todos entregan a esa voz la propia vida.

Quien degüella a seres humanos como si fuesen corderos de sacrificio, lo hace en nombre de esa voz. Quien tiraniza a los pobres y les cierra los caminos del pan, lo hace en nombre de esa voz. Quien convierte a los seres humanos en bienes de consumo, lo hace en nombre de esa voz. Quienes destruyen con la especulación la economía de un país, lo hacen en nombre de esa voz. Quienes echan a la basura la vida de los indefensos, lo hacen en nombre de esa voz.

Todos han escuchado esa voz, pero no la de Dios, pues en ninguno de ellos se encuentra lo que es propio de Dios: la vulnerabilidad del amor, la misericordia entrañable, la clemencia compasiva, la fidelidad incondicional, la solidaridad que a Dios lo despojó de sí mismo.

¡No escuchará la voz de Dios quien no escucha la voz de los pobres!

“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

Emplazados:

creciendoMás tarde o más temprano, todos acabamos emplazados.

Las gentes de Nínive lo fueron por la muerte: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”.

Las gentes de Galilea lo fueron por el evangelio: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”.

Las palabras de la revelación, ya fijen plazo a la destrucción, ya nos convoquen a entrar en el Reino de Dios, son sacramentos de la gracia con que Dios visita a los pecadores, son siempre sacramentos de salvación.

La predicación, la del profeta y la de Jesús, es evidencia de la ternura de Dios con sus hijos, es memoria de su misericordia, de su fidelidad, de su bondad y rectitud.

Hoy resuena en nuestra asamblea la palabra que a todos nos emplaza: “Está cerca el Reino de Dios; creed la Buena Noticia”. ¡”Está cerca”!: creed; ¡”está cerca”!: entrad; ¡”está cerca”!: comulgad.

El Señor está cerca, tan cerca como su palabra, tan cerca como su cuerpo eucarístico, tan cerca como su cuerpo eclesial, tan cerca como su cuerpo necesitado, tan cerca como los hermanos, tan cerca como los pobres, tan cerca que puedes oírlo, puedes cuidar de él, puedes abrazarlo, puedes comulgarlo.

Si dejas que la palabra entre en tu corazón, estarás entrando tú en el Reino de Dios.

Si dejas que Cristo viva en ti, estarás haciendo tuya la Buena Noticia que viene con él, la Buena Noticia que es él.

Si un pobre se acerca a tu vida, recuerda siempre que, en el pobre, se estará acercando a ti el Señor a quien escuchas en la palabra y a quien recibes en la Eucaristía.

El plazo está fijado y es ahora: “Está cerca el Reino de Dios: Convertíos”.

Feliz domingo.

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

prayerQueridos: Empezamos un nuevo ciclo del Tiempo Ordinario de nuestro Año Litúrgico. Todo lo que pido para mí y para vosotros al reemprender este camino de acercamiento a la verdad de nuestra fe y de nuestra vida, es el conocimiento de Cristo Jesús, la comunión con él, que vivamos en él, que él viva en nosotros.

Si lo que deseo es la verdad, lo que temo es el engaño, y más aún la mentira. De ahí la necesidad sentida de escuchar la palabra de Dios y de meditarla desde la sensibilidad de los pobres, desde la oscuridad en la que se mueven los desheredados de la tierra. De Dios haremos un ídolo al servicio de nuestras manías de grandeza si no nos acercamos a él con los pies de los humillados, con las manos de los hambrientos, con las preguntas de los que sufren.

La palabra de Dios sólo se puede escuchar con los oídos de los pobres. La oración sólo es verdadera si brota de un corazón pobre.

Esta mañana me hablaron de una niña –porque no es más que una niña-. Tiene quince años. Tiene chulo, o como dicen por aquí, «patrón». Está encinta de ocho meses, y todavía no la ha visto un médico. Se siente mal. Lo que uno puede prever es que, si no se les acude de inmediato, madre e hijo morirán. Pero el patrón no autoriza la visita.

Ella puede ser el pobre que escucha en nuestros oídos, el pobre que suplica en nuestra oración.

Aquí estoy, Dios mío,  para hacer tu voluntad”. El primer pobre que oró con estas palabras fue un salmista que en la propia vida había conocido el sufrimiento y también la salvación, un creyente que tenía algo que decir de Dios porque llevaba grabado su recuerdo en la memoria, porque había luchado con él en la noche, porque llevaba tocado por él el tendón.

Aquí estoy, Dios mío,  para hacer tu voluntad”. Con palabras semejantes a éstas había orado también un niño que, llamado a ser profeta, aprendía de noche a reconocer y a guardar en las entrañas el sonido del misterio: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”. Las palabras de nuestra oración bien pudieran ser palabras del Siervo del Señor, expresión de su pobreza, de su obediencia, de su confianza: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba, no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”.

Aquí estoy, Dios mío,  para hacer tu voluntad”. Ésta fue la oración que hizo el Mesías al entrar en el mundo: “Sacrificios y ofrendas no los quisiste, en vez de eso me has dado un cuerpo; holocaustos y víctimas expiatorias no te agradan; entonces dije: «Aquí estoy yo para realizar tu designio, Dios mío»”. Una oración que alimentará como un pan los días todos de la vida de Jesús de Nazaret: “Mi alimento es cumplir la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra”. Una oración en la que, llegada la hora de apurar la amargura de la muerte, Jesús expresará con palabras nuevas la misma inmutable decisión de la hora en que había entrado en el mundo: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”. Pronuncia tu oración, Iglesia santa, cuerpo de Cristo; pronúnciala unida a tu Redentor, a tu Salvador, a tu Señor. No la digas más sin él, y no dejes ya que él la diga sin ti. Entonces, como los dos discípulos de Juan el Bautista,  también tú estarás “siguiendo a Jesús”.

Y si ahora le preguntamos: “Rabí, ¿dónde vives?”, él nos dirá: “Venid y lo veréis”.

Fuimos y vimos: Jesús estaba con el salmista en su canto, con Samuel en el templo, con el Siervo del Señor en su obediencia y en su entrega…

Fuimos y vimos que Jesús estaba en el corazón de una niña que no tenía libertad para dar a luz sin morir.

¡Y nos quedamos con él para siempre!

Bautizados con Cristo:

ADVIENTO1Moriré sin aprender el misterio de la cruz; moriré, Señor, sin bajar contigo a las aguas de tu bautismo. Mi día declina sin que acierte a poner los pies en la huella de los tuyos.

La Iglesia, que celebra hoy la fiesta de tu bautismo, la fiesta de tu inocencia bautizada entre pecadores, vuelve los ojos del corazón a tu cuerpo levantado sobre la cruz, al misterio de la santidad de Dios bautizada entre criminales.

No bajaste a las aguas de nuestro río por ocultar tu justicia, sino por hacernos partícipes de ella; no entraste en el abismo sin esperanza de los malhechores para reprocharles lo perdido de sus vidas, sino para darles la ocasión de recuperarlo.

A donde tú bajas, a donde tú entras, a donde tú te bautizas, el cielo se abre, el Espíritu desciende, y la voz del cielo permite reconocer entre pecadores y criminales al Hijo de Dios, a su preferido: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”.

Te bautizaste, Señor, para que el cielo se abriese, para que el Espíritu descendiese, para que los pecadores pudiesen estar contigo en el paraíso.

Hoy tu Iglesia, que en la Eucaristía escucha tu palabra y se alimenta con sacramentos del cielo, unida a ti por la fe se bautiza contigo, se ofrece contigo, y ve por tus ojos que el cielo se abre para ella y que el Espíritu baja para ella. Hoy tu Iglesia, Señor, unida a ti en santa comunión, oye contigo la palabra que el cielo pronuncia sobre ti: “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”.

Pues que comulgo contigo en los divinos misterios, enséñame, Señor, a poner mis pies en la huella de los tuyos, enséñame a bautizarme contigo, enséñame a obedecer contigo, enséñame a tomar la cruz de cada día y seguirte, enséñame para que aprenda tu cruz.