Mujer y pecadora

maria-magdalenaAquella mujer, la pecadora, podría decir hoy con la Iglesia las palabras del salmo: “Escúchame, Señor, que te llamo. Tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación”. Y nosotros, con aquella pecadora, podríamos haber entrado en la sala del banquete del fariseo Simón para derrochar lágrimas y perfume a los pies de nuestro Salvador Cristo Jesús.

Hoy, para la mujer y para la Iglesia, nuestro Dios tiene nombre de perdón, pues ella y nosotros –también el rey David que despreció la palabra del Señor-, reconocemos haber pecado, confesamos nuestra culpa, y confesamos que Dios, por su inmensa compasión, nos ha visitado con su misericordia.

A la mujer y a nosotros, el perdón se nos ha concedido en Cristo Jesús. Por eso acudimos a él, nos colocamos detrás de él, junto a sus pies, y dejamos que el corazón derroche con él lágrimas y perfume, amor y agradecimiento, y que todo el ser, cuerpo y alma, exprese lo que todo el ser ha experimentado, la gracia que todo el ser ha recibido.

La pecadora perdonada, lo mismo que la Iglesia que recibe a Jesús en la propia intimidad, le ofrece hospitalidad humana, gozosa, respetuosa, generosa y agradecida, expresiones de ternura que sólo de la fe pueden nacer, pues sólo ella sabe y confiesa que, si de ese modo recibe a Jesús, es porque ha sido antes recibida por Jesús con delicadeza y generosidad propias de la hospitalidad divina.

No temas, Iglesia amada del Señor, no temas ocupar tu lugar, no renuncies a la verdad de tu vida: mujer y pecadora.

Lo eres. Lo sabe la gente en la ciudad, lo sabe el fariseo que rogaba a Jesús para que fuese a comer con él, lo sabe Jesús, y lo sabes tú también.

Lo que nadie sabe, si no es tu Señor y tú misma, es lo que llevas en el corazón, lo que has vivido en tu intimidad, nadie conoce tu secreto, lo que da razón de tus lágrimas, de tus cabellos sueltos y de esa unción con la que perfumas los pies de Jesús, lo que da razón de tu domingo, de tu eucaristía y de tu fiesta. Sólo tú sabes lo que has recibido de Cristo Jesús, sólo tú sabes por qué amas tanto a Cristo Jesús.

Hoy, en la celebración eucarística, volverás a oír palabras que recuerdan la gracia que viene a ti desde Dios: “Tomad y comed, porque esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… Esta copa es la nueva alianza en mi Sangre: Tomad y bebed”. Tú sabes que el perdón por ti recibido tiene que ver con ese Cuerpo por ti entregado, con esa Sangre derramada para una alianza contigo. Tú no recibes sólo el perdón: recibes también al que te perdona, y a él ofreces el  humilde obsequio de tu hospitalidad.

Deja que el fariseo murmure y se escandalice. A ti, mujer y pecadora, se te ha concedido el perdón, el amor y la fiesta, un derroche de gozo, de lágrimas y de perfume.

«Levántate»

Levántate”:

Resucitados con Cristo.

levantateTe ensalzaré, Señor, porque me has librado”. Desde que el poeta lo escribió, hasta la comunidad que hoy lo hace suyo, han sido innumerables las voces que han entonado este salmo, y, detrás de cada voz, ha habido una gracia, una fe, un sentimiento que le dio a las palabras su sentido.

No pretendas escrutar el misterio que se revela a la viuda cuando el profeta le dice: “Tu hijo está vivo”: no podrías entrar en él. Y no podrás tampoco desvelar el sentido que, para aquellos creyentes, tiene su canto de alabanza, aun cuando el profeta, la viuda y el niño pronuncien al unísono un único salmo: a las mismas palabras dará un sentido único la experiencia de fe que cada uno haya vivido.

Deja ahora ese único salmo en los labios de la viuda de Naín, en los de su hijo devuelto a la vida, en los del gentío que, sobrecogido, glorifica a Dios que, en Jesús de Nazaret, ha visitado a su pueblo. Imagina la ternura que, con un “no llores” desciende sobre las lágrimas de una madre viuda cuyo único hijo llevan a enterrar; imagina la autoridad del mandato de Jesús, “levántate”, autoridad tan divina que hasta los muertos se someten a ella; imagina lo que pasa por el corazón de la madre cuando, de Jesús, recibe vivo al hijo a quien lloraba muerto. Únete a su canto de alabanza –“te ensalzaré, Señor, porque me has librado”-, y llena esas palabras con el sentido que les daría tu propio corazón. Únete a su canto, pues es grande la gracia que los ha visitado; pero no dejes de invitarlos a que se unan al tuyo, pues aquella gracia suya era sólo figura lejana, anuncio profético de la que tú has recibido.

Hoy la fe hace tuyos la gracia y el canto. A la luz de la fe confiesas que eres tú quien en el bautismo bajaste con Cristo a la muerte y subiste a la vida con él; eres tú quien, en Cristo, has recorrido los caminos que llevan del llanto al consuelo, de la tristeza a la danza, del luto a la fiesta, de la esclavitud a la libertad; eres tú quien, comulgando con Cristo, comulgas hoy con la libertad, la fiesta, el consuelo, la vida. Y a la luz de la fe entonas tu salmo: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”. Desde tu corazón, desde tu fe, desde la experiencia de tu Pascua con Cristo, las palabras de tu canto subirán envueltas en el misterio de vida, consuelo, fiesta y libertad que es Dios para ti.

Feliz encuentro con Cristo. Feliz Pascua con Cristo. Feliz domingo.

CORPUS CHRISTI

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

CORPUS CHRISTI “Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, quien, con estos alimentos sagrados, ofrece el remedio de la inmortalidad y la prenda de la resurrección”. La liturgia del día remite a un sacramento que en mesa humilde ofrece al creyente manjares celestes.

 El banquete eucarístico:

¿Por qué hablamos de un banquete si en la eucaristía sólo vemos un poco de pan y una copa de vino? Hablamos de banquete, porque hablamos de Cristo, y Cristo es todo lo que Dios puede dar al hombre, y todo lo que nosotros pudiéramos desear si fuésemos capaces de desear según la generosidad de Dios. En este sacramento, “Cristo es nuestra comida”, el Hijo de Dios es nuestro alimento, el cielo está dispuesto sobre el mantel de nuestra mesa.

La revelación y la experiencia mística fueron dando nombre a los bienes que se nos ofrecen en esta mesa de Dios para su pueblo. Aquí “el hombre recibe pan de ángeles”, a los hijos de Dios se les da “un pan delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos, y deja vacíos a los ricos”. Aquí el hombre recibe un alimento que es medicina de inmortalidad, prenda de la gloria futura: “El que coma de este pan, vivirá para siempre”.

Entonces, ¿por qué hablamos de pan y vino, si estamos hablando del cielo? Hablamos de pan y vino porque el Señor a quien recibimos, el que es para su pueblo resurrección y vida, la luz que nos ilumina y la gloria que esperamos, de un pan y una copa de vino quiso hacer, con una bendición agradecida, memoria verdadera de sí mismo, imagen real de su cuerpo entregado, de su sangre derramada.

Ésta es, Iglesia peregrina, la mesa de la divina caridad que te alimenta. En ella se te ofrece Cristo Jesús, el cual viene del amor que es Dios, es don del amor que Dios te tiene, es medida del amor con que Dios te ama. Tú, que lo recibes por la fe y la comunión, aprendiste a llamarle mi salvador, mi redentor, mi Señor, mi Dios, pues tu corazón sabe que todo eso quiso ser para ti el que te entregó su vida, como se entrega un pan que se come, como se entrega una copa de vino que se comparte.

“¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra al memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!”

 Un sacramento que es memoria del Señor:

La Iglesia celebra la eucaristía según “una tradición que procede del Señor” y que sabemos inseparablemente unida a “la noche” en que lo “iban a entregar”. Aquella noche Jesús instituyó la memoria de su vida. No hizo un milagro para sorprendernos, ni nos dejó una herencia para enriquecernos. La memoria instituida fue sólo un pan repartido con acción de gracias, y una copa de vino compartida del mismo modo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Esta copa es la nueva alianza en mi sangre”.

Éste es el sacramento que se nos ha dado para que hagamos memoria de Jesús y proclamemos su muerte hasta que vuelva: “Haced esto en memoria mía”.

Ésta es la memoria de un amor extremo, que llevó al Hijo de Dios a hacerse para ti pan de vida y bebida de salvación: memoria de obediencia filial y súplica confiada; memoria de la santidad divina arrodillada a tus pies para lavarte; memoria del Señor hecho siervo de todos; memoria de una pobreza abrazada para enriquecerte con ella; memoria de una locura, que hizo de la tierra a Dios para hacerte a ti del cielo.

Ésta es la memoria de una encarnación, de un anonadamiento, de un descenso de Dios al abismo de nuestra morada, memoria de Dios hecho prójimo del hombre, buen samaritano de hombres malheridos y abandonados, buen pastor que da la vida por sus ovejas.

Ésta es la memoria de un nacimiento en humildad y pobreza, memoria de un hijo envuelto en pañales y acostado en un pesebre; ésta e la memoria de la salvación que se ha hecho cercana a los fieles, de la gloria que habita nuestra tierra, de un abrazo entre la misericordia y la fidelidad; ésta es la memoria de un beso entre la justicia y la paz.

Ésta es la memoria de la vida del Hijo de Dios hecho hombre, memoria de su palabra, de su mirada, de su poder, de su ternura, de sus comidas, de sus alegrías, de sus lágrimas. Ésta es la memoria de su muerte y de su resurrección, de su servicio y de su ofrenda. Ésta es la memoria del cielo que esperamos. Ésta es la memoria del Señor.

 Comieron todos y se saciaron:

Así dice el evangelio que se proclama este día en tu celebración eucarística: “Comieron todos y se saciaron”. Habrá muchos que se queden distraídos en lo que aquel hecho pudo tener de asombroso, de increíble, de imposible. Tú sabes, por experiencia de fe, lo que tuvo de anticipación de la eucaristía que celebras. Los panes que aquellos cinco mil comieron, eran apenas sombra del pan eucarístico que alimenta a los innumerables hijos de Dos.

No hace falta, Iglesia amada del Señor, que nadie te lo explique, porque tú misma lo ves: En tu celebración nos alimentamos de Cristo, pan único y partido, con el que alimenta a su pueblo el Padre del cielo. Comemos todos por la fe. Y nos saciamos, porque es a Cristo a quien recibimos, y él es para nosotros el cielo que esperamos.

Comieron… se saciaron… y cogieron las sobras”. Si la eucaristía es un pan para todos, necesariamente ha de sobrar, pues de ese único pan, del que comen los que creen, han de poder comer quienes todavía no lo han conocido. Lo más sorprendente en el relato de la multiplicación de los panes, no es que muchos hubiesen comido con poco, sino que hubiese sobrado para que comiesen todos los que no participaron de la comida.

Algunos piensan que los creyentes vamos por el mundo con la idea triste de ganar prosélitos. Un día sabrán que sólo vamos ofreciendo pan, un pan del cielo, que contiene en sí todo deleite.

 Un misterio de plenitud y gratuidad:

Dicho sencillamente: Todo se nos da con Cristo, todo se nos da por gracia. Y no habría más que añadir. Se nos pide que recibamos lo que por gracia se nos ofrece.

Al comenzar la existencia, cada uno de nosotros ha vivido en el seno de la propia madre un entrañable misterio de plenitud y de gratuidad. Allí recibimos todo lo que necesitábamos para ser en cada momento, para abrirnos al futuro, para desarrollar nuestras posibilidades. Allí, si no hemos sido muy desafortunados, todo se nos ha dado con amor y todo ha sido para nosotros puro regalo.

Algo parecido vive el creyente que celebra la eucaristía: Todo lo recibe, todo se le regala. Ahora bien, por la fe, conocemos el don que se nos hace; por eso no sólo recibimos, también agradecemos, contemplamos, saboreamos, imitamos y amamos: ¡Aprendemos a dar, como Cristo Jesús, el pan de nuestra vida! ¡Todo por nada!

Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez

SANTÍSIMA TRINIDAD

trinidNo dejes que la especulación impida la contemplación. Goza de lo que se te revela, celebra lo que tu fe confiesa, entra en la intimidad de Dios, quédate allí como hijo, y ama con el amor con que eres amado.

La liturgia eucarística de este día comienza con una bendición: “Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo”. Y al señalar la causa por la que la Iglesia bendice, dices: “Porque ha tenido misericordia de nosotros”.

Es éste un gran misterio. El salmista lo expresó así desde su fe: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?”

La pregunta llega impregnada de humildad. No se hace porque hayamos visto a Dios y medido el abismo que nos separa de él; la hacemos desde la pequeñez de nuestro ser, experimentada al contemplar el cielo, “obra de sus dedos”, al admirar la luna y las estrellas, creación de su divino poder.

La respuesta, impregnada de asombro, va desgranando en la conciencia del creyente los artículos de una confesión de fe: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos”. Vienen a la memoria las palabras del Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. El creyente intuye una relación profunda entre él y su Dios, relación en la que es esencial la dimensión de pertenencia a la tierra, la finitud de toda criatura, y también la dimensión de pertenencia a Dios, de inefable semejanza con él, una semejanza revelada en palabras que apenas aciertan a evocarla: ‘gloria’, ‘dignidad’, ‘imagen’. Con el salmista confiesas: “Lo coronaste de gloria y dignidad”. Y con la asamblea bendices, diciendo: “Porque ha tenido misericordia de nosotros”.

Acércate ahora a ese misterio evocándolo con palabras del apóstol: “Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios por medio de Cristo”. Mientras confiesas lo que has recibido, vas repitiendo el estribillo de tu agradecimiento: “Porque es eterna su misericordia”. Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios, “porque es eterna su misericordia”. Nos gloriamos en las tribulaciones, “porque es eterna su misericordia”. Y luego el apóstol añade: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Y tú, que lo escuchas, aprendes que la misericordia de Dios te habita: El Espíritu Santo te ha ungido, he venido sobre ti, se ha quedado contigo, ha puesto en ti su casa, eres su templo santo.

El misterio que hoy celebras es de Dios y es tuyo, pues Dios Padre es tu Padre, en Dios Hijo eres hijo de Dios, y el Espíritu que ha sido enviado a tu corazón, y que clama: Abba (Padre), es el Espíritu Santo de Dios. En verdad, para siempre ha de ser tu bendición, pues para siempre es la misericordia que se te ha hecho.

Ya has entrado por la fe en la intimidad de Dios. No dejes sin embargo de entrar también por el signo sacramental. Tu comunión es con el Hijo de Dios. El sacramento te lo dice con su fuerza reveladora: Somos uno con el Hijo de Dios, él en nosotros, nosotros en él, hijos en el Hijo, llevando todos en el corazón el único Espíritu del Hijo de Dios.

Ya sólo me queda pedirte: Quédate allí como hijo, y ama con el amor con que eres amado. Sólo si te quedas, amarás; sólo si te quedas, te darás; sólo si te quedas, serás también de tus hermanos.

Feliz día de la Santísima Trinidad. Feliz memoria de tu vida en Dios. Feliz camino desde Dios a los pobres.

El amor hace nuevo el universo

padremeamo

Considéralo el uniforme de la institución, la señal por la que puedan ser reconocidos los discípulos de Jesús; es también el testamento de Jesús, el mandato nuevo, su mandato, el que da a los suyos cuando ya le queda poco de estar con ellos: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Este mandato, acogido, abrazado, cumplido, es el que hace nueva la tierra, nuevo el cielo, nueva la ciudad santa.

Este mandato, acogido, abrazado, cumplido, hace de ti, Iglesia de Cristo, la morada del amor, la morada de Dios con los hombres

El amor que es Dios, enjugará las lágrimas de los que lloran: “Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”.

El amor que es Dios, el amor con que eres amada en Cristo, el amor con que Dios ama en ti, ese amor hace nuevo el universo.

Asómate en la eucaristía a la novedad del mundo.

Feliz domingo.

‘Año de la Fe’

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«NOS APREMIA EL AMOR»

«El amor ha puesto al Unigénito de Dios en el centro de la historia, y la gracia de la fe lo ha puesto en el centro de nuestra vida. El Espíritu del Señor ha encendido en nosotros un fuego que deseamos ver prendido en toda la tierra. A todos hemos de anunciar lo que hemos conocido de Dios: la vida a la que hemos sido llamados, el salvador que se nos ha dado. “Nos apremia el amor” a dar lo que hemos recibido, a fin de que todos vivan para el que murió y resucitó por todos”

F.r Santiago Agrelo.

 

Carta Dia de la Iglesia Diocesana. 17, junio, 2012

108Testigos del evangelio

«Vuestra vida da testimonio del bien que el Señor hace por medio de vosotros, pues él se ha dignado curar con vuestras manos, consolar con vuestras palabras, enseñar con vuestro ejemplo, confortar con vuestro ánimo, liberar con vuestra entrega, amar con vuestro corazón. Sois testigos del evangelio, lo lleváis en vuestro cuerpo, y así hacéis presente a Cristo en el mundo»

Una Iglesia al encuentro del Islam

107Conferencia de Mons. Agrelo en Friburgo: Una Iglesia al encuentro del Islam

El pasado 5 de mayo, nuestro arzobispo, Fr. Santiago Agrelo, pronunció la conferencia “Une Église à la rencontre de l’Islam” en el marco del Congreso “Franziskanische: Impulse zur interreligiösen Begegnung” (Franciscanos: Impulso al encuentro interreligioso) celebrado en la Universidad de Friburgo, organizado por su Facultad de Teología.

Publicamos el texto completo de la conferencia dictada en francés, ahora también en su versión en español.

 

Nace la página web de la Iglesia de Tánger

webLa hemos llamado diocesistanger.org

Para la pequeña comunidad cristiana que peregrina en el extenso territorio de esta diócesis, la Web está llamada a ser un instrumento de comunicación, un estímulo para la acción, y un espacio de comunión.

La primera vocación de esta página es la de ser punto de encuentro. En lo que cada uno de nosotros aporte, el lector, no sólo podrá encontrar información, sino que, sobre todo, podrá encontrar a quien informa, pues cada palabra lleva dentro a quien la escribe. Que nadie se acomode fuera; que nadie por desidia quede solo.

Si compartes con el otro tu proyecto, si le permites acceder a tus inquietudes, harás que otros proyectos parezcan posibles y deseables, y de ese modo animarás la vida y la acción de esta Iglesia.

Los que confesamos el nombre de Cristo, los que por Cristo tenemos acceso al Padre, formamos en Cristo un solo cuerpo y tenemos un solo espíritu. La comunión es fruto de la entrega del Hijo de Dios. Por esa entrega, la comunidad de los creyentes tiene un solo corazón, una sola alma. Nuestra página Web quiere ser un espacio para hacer visible la comunión, para crecentarla, para fortalecerla, para gustarla.

No se trata, sin embargo, de una página que mira sólo hacia dentro de la Iglesia en la que nace. Será también una puerta abierta para que entren por ella todos los que deseen conocer nuestra vida y nuestras actividades.

 Agradezco a D. Julio Martínez el cariño y la sabiduría que puso en crear esta Web, agradecimiento que extiendo ya a lo que ha de hacer para mantenerla viva. Claro que de poco serviría su compromiso si no lo acompañase el de quienes formamos esta Iglesia misionera. Se trata de una obra común, y todos hemos de trabajar para que cumpla años y alcance objetivos.

Bienvenida, diocesistanger.org Feliz camino.

Fray Santiago Agrelo, arzobispo.