“¡Vendrán” porque los “atraeré!”

bautismoLo había dicho el Señor por medio del profeta: “Yo vendré para reunir a las naciones”. Y añadió: “Vendrán para ver mi gloria”.

Hoy has oído que Jesús decía en el evangelio: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”. Lo dice el mismo que, entrando en la hora del juicio contra el mundo, en su hora, proclamará: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

Vendré –dice el Señor-, para que vengan. Los “atraeré” y “vendrán”.

Considera quién es el que atrae. Es Cristo Jesús “elevado sobre la tierra”, elevado en la cruz, elevado a su gloria.

Considera cómo atrae con palabras de perdón a quienes lo crucifican; cómo atrae al centurión a que confiese, por lo que ha visto, la inocencia de aquel ajusticiado; cómo atrae a un malhechor, ajusticiado con él, a la verdad y al paraíso.

No te atrae el espectáculo cruel, sino el portento admirable. No te acercas a una zarza devorada por el fuego, sino al hombre Cristo Jesús que en el fuego de la divinidad arde sin consumirse.

Elevado sobre la tierra, te atrae el Señor con lazos humanos, con cuerdas de cariño, como un padre que llama a su  hijo, y todo él –manos, mirada y palabra- se hace confesión de amor para que el hijo eche a andar y dé su primer paso hacia la libertad.

Elevado en la cruz, te atrae Cristo Jesús como atrae la salvación, como atrae la vida, como atrae la paz, como atrae la justicia…

Elevado a su gloria, te atrae el esposo, como atrae el perfume, como atrae el amor: “¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores; exquisitos de aspirar tus perfumes; tu nombre, un ungüento que se vierte”.

¡Elevado, te atrae! Escucha la palabra con que él ilumina el misterio de su glorificación y de tu eucaristía, de su cruz y de tu misa: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna… derramada por vosotros.” Escucha y aprenderás cómo te atrae: como quien se entrega, como quien te ama, como quien se pierde por ti, como un pan partido para saciar tu hambre, como una copa de alegría preparada para apagar tu tristeza.

¡Elevado, te atrae! En la cruz, en el altar, te atrae el que te ama.

Feliz domingo.

Como la lluvia… como el pan:

Jesus pan de vida2“Me engendraste hombre de pleitos”, había reprochado a Dios el profeta Jeremías. “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”, advirtió un día Jesús a sus discípulos.

Jeremías, Jesús, los discípulos de Jesús, hombres y mujeres que son a un tiempo operadores de paz y expertos de muy penosa y amarga división.

Jeremías llevaba adheridos a la memoria oráculos de consolación. Jesús llevaba en su vida el evangelio, la buena noticia del Reino de Dios. Nosotros hemos sido enviados para que llevemos a la humanidad entera la gracia de la reconciliación, la libertad de los hijos de Dios, la justicia del Reino de Dios.

Hemos conocido misterios tan altos que sólo la dicha nos parecía posible: La grandeza del cielo se nos había hecho cercana en la pequeñez de un niño; Dios nos ha visitado y redimido; hemos visto su amor y su fidelidad; hemos contemplado su gloria en el hombre Cristo Jesús, en sus palabras, en sus manos, en sus hechos, en su mirada, en sus lágrimas, en su vida entregada.

Pero hemos conocido también y muy de cerca, en carne viva, el pleito y la división, la crueldad de la charca fangosa, el dolor de los empobrecidos, la sangre de los inocentes, el destino de muerte reservado a los orgullosos.

En tu vida de creyente, ya nunca experimentarás separadas consolación y amargura, paz y guerra, dicha y aflicción. También a ti se te habrán adherido al ser, como a Jeremías, como a Jesús, el amor de Dios y el dolor de los hermanos, el terror que atraviesa la vida de los pobres, y el que amenaza con poseernos a quienes los hemos empobrecido.

De Jeremías, de Jesús, de los pobres, tuyas, comunidad eclesial, son las palabras del salmo: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos… Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí”. Son éstas las palabras de un cántico nuevo, con el que hacemos memoria de nuestra noche y de nuestra liberación; son un himno a nuestro Dios, una esperanza encendida en la vida de los pobres, una luz que deseamos brille también en el abismo oscuro del mal.

Éste es tu pleito inevitable, comunidad eucarística: En comunión con Cristo Jesús, eres de Dios y eres de los pecadores, has sido llamada a vivir fiel a Dios y fiel a la humanidad, también a la que se aparta de él. En comunión con Cristo Jesús, eres amor que viene de Dios y a todos alcanza, como a ti te alcanza su misericordia, la redención copiosa. En comunión con Cristo Jesús, eres de todos, Iglesia santa, como la lluvia, como el sol, como el pan… “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo –dice el Señor-; el que coma de este pan vivirá para siempre”. Éste es nuestro pleito, ésta nuestra guerra, ésta nuestra vocación.

Feliz domingo.

Asunción de María

asuncion-mariaHoy celebramos la gloria de la Madre de Dios, nos alegramos con ella, nos unimos a ella en su cántico de alabanza al Señor, y lo hacemos nuestro, pues la fe nos dice que un día también será nuestra la gloria de la resurrección. Y no apartamos los ojos de Cristo, que es la fuente de la que procede la gloria de María y la gloria de la Iglesia. Y en este día de gloria, no olvidamos a los desheredados del mundo, y nos obstinamos en verlos hoy junto a la Madre pobre de Cristo pobre.

Comunidad de pobres que esperan a su Señor:

lampara-aceite-300x286Somos pobres con esperanza. Y porque vivimos en esperanza, decimos: “Ven Señor Jesús”.

Queridos:

El evangelio habla de futuro, de espera del Señor. No sabemos en qué hora de nuestra noche él volverá. Sólo sabemos que hemos de esperarle.

¿Qué se nos dará con el Señor que llega? Se ceñirá, os hará sentar a la mesa y se pondrá a serviros. Esperamos al Señor, y abriremos al que viene para servirnos, al que nació para ser nuestra paz, vivió para hacernos ciudadanos del reino, murió para ser nuestra vida.

¿Qué nos ha dado el que vino para servirnos? Nos ha dado gracia, nos ha dado santidad, nos ha dado su paz, no ha dado su vida, la vida de Dios, nos ha dado su Espíritu, nos ha dado su luz, en realidad todo se nos ha dado cuando a nuestros pies se puso para servirnos el Señor nuestro Dios.

De todo esto ya goza la comunidad, todo lo contempla ya en la fe, y cada uno de nosotros puede quedarse asombrado delante de Dios, asombrado, agradecido y humilde, considerando los bienes del cielo que han inundado nuestra vida simplemente porque el Señor nos ha amado y se ha hecho nuestro servidor.

Y todos podemos ahora soñar cómo será nuestro encuentro definitivo con el Señor. ¡Cuando él venga! Es una venida ansiada, deseada: “Ven Señor Jesús”.  Y en la Eucaristía de este domingo, de alguna manera anticipamos ese encuentro dichoso, pues ya escuchamos la palabra del Señor, ya lo recibimos en una comunión de fe y de amor. Hoy el Señor viene, se queda con nosotros en la vida, se queda con nosotros amándonos, se queda con nosotros para que le amemos. Claro que aquel a quien recibimos aquí como palabra que escuchamos y eucaristía que comulgamos, es también aquel a quien deseamos acudir en los pobres que están con nosotros. También allí le decimos: “Ven Señor Jesús”. Necesitamos encontrarte, abrazarte, cuidarte.

Propia del tiempo de espera en que vivimos es la atención, la vigilancia. Jesús hace una comparación sorprendente: “Si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete”. Es como si la venida del Señor, llena de bienes para su Iglesia, para cada uno de vosotros, tuviese algo de peligroso, amenazante, supusiese un riesgo, el riesgo de que aquella venida nos sorprenda, nos encuentre desatentos. Por eso, para la comunidad que vive en la esperanza, es irrenunciable la atención: ¡Velar en oración. “¡Ven Señor Jesús!” Que la venida del Señor no nos sorprenda de modo que nos quedemos fuera de la esperanza

Desde tu pobreza y tu fe:

domingoxviiiHoy entramos en el misterio de la celebración con el canto de esta súplica: “Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación; Señor, no tardes”.

Son palabras de pobre, son palabras de fe. Donde no haya fe, no las dirá la pobreza; y donde no haya pobreza, no habrá fe para decirlas.

Los labios del hombre rico no conocen la súplica de tu canto: él puso en la vaciedad la confianza que tú pones en el Señor; él ha escogido su dios, sus riquezas, se solaza en su contemplación, y recita ante ellas las palabras de su salmo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”.

Desde la humildad de la fe, el pobre da testimonio de la verdad de Dios y de su soberanía, y le dice: “tú eres mi auxilio y mi liberación”.

Desde su tabla de cálculo, el rico se entrega a la veneración de los bienes que ha acumulado, y practica ante ellos los ritos acostumbrados: “túmbate, come, bebe y date buena vida”.

Sobre la humildad y el cálculo viene la palabra del Señor. El mismo que dijo al rico: “necio, esta noche te van a exigir la vida”, declaró en la montaña: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. El mismo que dijo: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos”, dijo también: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer”.

Y tú, Iglesia de Cristo, has sido llevada por gracia desde las previsiones de la vaciedad al camino de la humildad. Tú, amada en tu pobreza, redimida, salvada, reconoces quién es tu Dios, tu Señor, tu auxilio, tu liberación. Tú te confiesas dichosa porque hoy se dice para ti la palabra de tu Dios, dichosa porque hoy te recibe tu Señor, dichosa porque, comulgando a Cristo, hoy comulgas el reino de los cielos, dichosa porque, en tu pobreza, crees y esperas y sabes de amor, dichosa porque a tu pobreza le da palabras de súplica la fe, y a tu fe le da un canto de agradecimiento la pobreza.

Feliz domingo.

El comentario estaba escrito antes de la tragedia de Angrois. Después de ella, es más grande nuestra pobreza y nuestra esperanza.

Ama, y el Amor habitará en ti:

siria_21Habéis oído lo que el patriarca Abrahán dijo a los tres hombres que vio en pie frente a él: “Señor, no pases de largo junto a tu siervo”. Y también habéis oído lo que el evangelista dice de aquellas dos hermanas que hospedaron a Jesús: “Marta lo recibió en su casa. María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”.

Dichosos vosotros, amados de Dios, que por la fe habéis acogido en vuestra casa al Señor, dichosos quienes lo honráis con el obsequio de vuestra hospitalidad, con la sencilla familiaridad de vuestra mesa.

Puede que hoy, como sucederá “cuando venga en su gloria el Hijo del hombre”, también vosotros preguntéis: “Señor, ¿cuándo te hemos recibido en nuestra casa?

Y el Rey irá desvelando el misterio de su presencia en vuestra vida: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza”. “Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Escuchando y creyendo, que es la forma que tiene entre los hombres el amor de Dios, María de Nazaret concibió en su seno para dar a luz a la Palabra de Dios hecha carne.

Escuchando y creyendo, los hijos de la Iglesia abrimos para Dios las puertas de nuestra vida y lo recibimos en nuestra casa.

Abrimos las puertas a Dios cuando guardamos en el corazón sus palabras, sus promesas, su memoria, su alabanza.

Le abrimos de par en par nuestra casa cuando, comulgando, buscamos que él lo sea todo en nosotros, que se nos pueda decir suyos más que nuestros, que él viva en nosotros más que nosotros mismos.

Cuando el hambriento, el sediento, el emigrante, el encarcelado, el enfermo, encuentran cobijo en nuestra compasión, es a Dios a quien abrimos las puertas del corazón.

Ama, y Dios habitará en ti, porque Dios es amor.

Feliz domingo.

¿De quién soy prójimo?

iriarteNo sería prudente que diésemos por descontada la respuesta a la pregunta, quién es mi prójimo, pues no se trata de repetir algo aprendido, sino de entrar en un misterio.

Prójimo de un pueblo de esclavos se les hizo el Señor que bajó a librarlos. Prójimo se les hizo su Dios en el desierto, al darles su ley, tan prójimo que, con la ley que les dio, quiso estar él también en su corazón y en su boca. Prójimo se les hizo el Señor en todo tiempo en la voz de los profetas, en los hechos de la historia, en la palabra de los sabios, en la esperanza de los justos.

Prójimo de la humanidad entera se hizo el altísimo Hijo de Dios, prójimo de enfermedades y dolencias, de pobrezas, debilidades y miserias, prójimo de nuestra muerte: un Hijo prójimo que echa sobre sus hombros nuestra cruz, y nos invita a llevar sobre los nuestros su carga ligera.

Dios te hizo su prójimo cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Dios te quiso su prójimo cuando llamó a tu posada, cuando nació en tu portal, cuando recorrió tus caminos para enseñarte y curarte, cuando se puso a tus pies para lavarte, cuando subió a tu cruz para justificarte y resucitarte.

Tan cerca de sí te llevó, tan prójimo suyo te quiso que, con el Apóstol, puedes decir con verdad: “Vivo yo, más no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Y éste es un misterio que sólo tu fe puede penetrar y gustar: Hoy, tu Señor se te hace cercano, y tú, su Iglesia, te sabes bienaventurada por ser su prójimo, tan cerca tu Dios de ti, tan cerca tú de tu Dios que guardas en el corazón la palabra que sale del suyo, y acoges en lo más íntimo de tu ser el cuerpo glorioso del altísimo Hijo de Dios.

Y ahora que has entrado en el misterio de un Dios que se ha hecho tu prójimo, escucha la palabra del mandato evangélico: “Anda, haz tú lo mismo”.

Como el Señor a quien escuchas, como el Hijo de Dios con quien comulgas, te haces prójimo de aquel a quien amas, haces prójimo tuyo a quien necesita de ti.

Feliz domingo.

Tu nombre es «Río de paz»

jesus-sinagoga-1-preview1Ya sea que ores en el secreto, ya sea que celebres en la comunidad los misterios de la fe, el Espíritu del Señor, con la suave eficacia de su santa operación, te lleva de la mano al conocimiento del misterio de la salvación, anunciado por la ley y los profetas, y cumplido en la Palabra de Dios hecha carne.

Dios habla de Dios, y te revela lo que ha dispuesto para ti; dice: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”.

Puedes preguntarte quién es ella, por dónde avanza ese río de paz, quiénes son los que se bañan en sus aguas.

Tu corazón guarda memoria de noches y días de paz. Cuando Jesús nació en Belén, los ángeles llenaron la noche de aquel nacimiento con un canto que anunciaba gloria en el cielo para Dios, y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad. Cuando el justo Simeón tomó en brazos al niño Jesús, el alma del anciano se derramó en oración, en palabras que son transparencia de la paz que aquel niño traía consigo y le dejaba: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”.

La memoria de la fe te sugiere que la paz se llama Jesús, y que él es la cabecera de ese río que Dios, por la encarnación de su Hijo, hizo derivar hacia la humanidad entera.

Ahora el Espíritu del Señor te muestra por dónde corre el río de paz que viene de Dios. Lo has escuchado hoy: “El Señor designó otros setenta y dos, y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él”. Y has oído también que Jesús les decía: “Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz”. Oyes este evangelio; recuerdas la promesa del Señor: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”; y la reconoces cumplida en el evangelio que has escuchado: con el saludo de los discípulos, la paz de Dios llama a las puertas de cada lugar a donde Jesús quiere ir.

Hoy, Iglesia de Cristo, eres tú quien en la Eucaristía te encuentras con el Señor de la paz; eres tú quien, escuchando a Cristo, acoges la paz; eres tú quien, recibiendo el Cuerpo de Cristo, comulgas la paz;  eres tú quien, enviada por Cristo, has de llevar a todos los pueblos y lugares la paz que de él has recibido. Tu nombre es «Río-de-paz».

El Señor, mi bien:

dmignoxiiiEl hermano Francisco de Asís había llegado al final de su proceso de conversión. El Señor lo había visitado en el monte Alverna, y en su cuerpo quedaron llagas evidencia de una crucifixión.  Entonces, de su puño y letra, Francisco escribió un cántico al amor de caridad que lo había crucificado: “Tú eres el santo Señor Dios único, el que haces maravillas… tú eres el bien, el todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero…”. Francisco, crucificado, ya puede decir con verdad: “Mi Dios, mi todo”.

Teresa de Jesús dijo lo mismo con una rima para grabar en el alma: “… Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”.

Es ésta la plenitud que nosotros aprendemos mientras oramos con las palabras del salmista: “Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien». El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano”.

Este salmo bien pudiera ser la oración de un levita en el día de su dedicación, o la de un sacerdote en el día de su consagración. Para ellos, que no heredarán en la tierra prometida, “el Señor será su heredad”, su único bien, todo su bien.

El salmista anticipa en la vieja alianza, como figura profética, la relación de Cristo Jesús con el Padre del cielo. Francisco y Teresa imitan en la alianza nueva lo que en Cristo Jesús han visto cumplido. Sólo en Jesús de Nazaret el hombre llega a decir a Dios con toda verdad: “No tengo bien fuera de ti”.

Esta experiencia de Dios como plenitud del hombre es la que hace posible en el creyente –en el salmista, en Jesús, en los discípulos de Jesús- la disponibilidad necesaria para ponerse en camino, asumir la propia misión, aceptar en libertad la llamada de Dios.

Si Dios es mi todo, lo demás resultará espiritualmente indiferente. Si Dios es mi todo, y el amor de Dios se me ha hecho fuente de libertad, lo podré aceptar todo con tal de hacer en mi vida la voluntad de Dios.

Queridos: Sólo en el Altísimo Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, Dios lo es todo para el hombre y el hombre se adhiere en todo a la voluntad de Dios. Nosotros, pecadores, somos por gracia hambrientos de plenitud y de fidelidad, sedientos de amor y de libertad. Propio de pecadores que buscan a Dos es la súplica humilde, porque la caridad divina lleve a término en nosotros lo que ella misma comenzó. Desde lo hondo del corazón, suba hoy hasta el cielo, con palabras del hermano Francisco, la oración de nuestra pobreza: “Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos por ti mismo a nosotros, míseros, hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, a fin de que, interiormente purificados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecta Trinidad y en simple Unidad vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos”.

Sólo el Hijo amado de Dios recorre con fidelidad el camino que lleva al Padre. Nosotros deseamos seguir sus huellas, seguirlas de cerca, tan de cerca que, en realidad, lo que deseamos es llegar a la plena comunión con él, a ser uno con él.

El cielo se asombrará, hermano mío, hermana mía, cuando en él resuenen hoy las palabras de tu salmo: “Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien»”. En una sola voz, el Padre oirá la del Hijo y la de la Iglesia, la de Cristo Jesús y la tuya.

Feliz domingo, Iglesia amada del Señor.

Tu Dios dormido en tu barca

MISIONEROLos discípulos se decían unos a otros: “Pero ¿quién es éste?” Y bueno será que nosotros nos lo preguntemos también, pues se trata de un misterio que la humildad de la fe ha de contemplar si quiere amar y agradecer.

La liturgia nos recuerda palabras que hablan de Dios y del mar.

El Señor pregunta a Job: “¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le dije: «Aquí se romperá la arrogancia de tus olas»?” Y tu fe le responde: Sólo tú, Señor, eres señor del mar. Pero al decirlo, recuerdas que Jesús ejerce sobre el mar ese poder que tú confiesas ser sólo de Dios, y eres tú quien, con los discípulos, se pregunta: “Pero ¿quién es éste?

Por su parte, el salmista, que contempla las obras de Dios, le da gracias por su eterna misericordia, pues, cuando los hijos de Israel en su angustia gritaron al Señor, “él apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar”. Y tú, que has orado con el salmista y has escuchado el evangelio, ves que es Jesús quien apacigua el huracán e impone silencio al oleaje; y el asombro te obliga a preguntarte: “Pero ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

¿Quién es éste que va contigo en tu barca? ¿Quién es éste que, dormido en tu barca, te hace sentir tan cerca de Dios? ¿Quién es éste que hoy te habla de cobardía y de fe? Si el corazón intuye quién es Jesús, si en ti la fe se hace grande cuanto un grano de mostaza, menos que un grano de mostaza será tu cobardía, pues sabes que a tu lado está tu Dios, aunque lo veas dormido, aunque lo adores crucificado.

Míralo, elevado en la cruz, revelado en su palabra, entregado en la Eucaristía, humilde en tu intimidad: Es tu Dios que te visita, tu Dios dormido en tu barca.

Feliz domingo.