La gloria del Señor amanece sobre ti:

navidadfelicLa Iglesia, que en los ocho días de su fiesta de Navidad celebró la manifestación de Cristo al pueblo de Israel, celebra ahora el misterio de su manifestación a los demás pueblos, representados en unos Magos que, guiados por la estrella del Rey de los judíos que ha nacido, llegan de oriente para adorarlo.

Hoy, un gran misterio ha sido revelado por el Espíritu  a sus santos apóstoles y profetas: “que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en  Jesucristo, por el Evangelio”.

“También los gentiles”, es decir, también nosotros, los que antes no éramos pueblo y ahora somos pueblo de Dios, los llamados abandonados que ahora se descubren predilectos, los considerados extraños que han entrado como hijos en la casa y familia de Dios, los que estaban lejos y ahora son miembros de un único cuerpo del que Cristo es la cabeza.

Haber conocido la dicha de esta gracia no nos hace superiores a quienes la desconocen, sólo nos hace sus deudores. Y esa deuda no la podremos saldar con palabras si no las acompaña el testimonio de la alegría, de la gratitud, de la caridad, de toda nuestra vida.

No podremos anunciar el evangelio si no lo hemos recibido, si no lo hemos creído, si no lo hemos gustado, si no hemos reconocido el amor que nos lo entrega, si no hemos acogido a Jesús que nos lo revela, si delante de este Rey que nos ha nacido no hemos caído de rodillas y lo hemos adorado.

No podremos anunciar el evangelio si, después de adorar, no hemos abierto nuestros cofres para ofrecer al Rey en regalo nuestras vidas.

No podremos anunciar el evangelio si no lo comulgamos.

¡Levántate, brilla, Iglesia cuerpo de Cristo, porque ha llegado tu luz, la gloria del Señor ha amanecido sobre ti! Si entras en la casa de Dios y ves al niño, si lo reconoces en la Palabra de Dios, en el sacramento la Eucaristía, en la comunidad de los fieles y en la vida de los pobres, si lo confiesas tu Dios, tu hermano, tu redentor, ¡hoy es Epifanía del Señor para ti!, y tus hijos vendrán de lejos atraídos por el resplandor de tu gloria.

Feliz encuentro con el Señor.

La paz se llama Jesús:

nacimiento-de-Jesus-y-navidadLo has oído en el evangelio: “Los pastores encontraron a María y a José y al Niño”. Y has oído también lo que, al ver al niño, esos pastores contaron a María y a José: “Hemos visto a un ángel del Señor, que nos dijo: _Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”. Y te han recordado también lo que sucedió al cumplirse los ocho días del nacimiento de aquel niño: “Tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús”.

Ahora tú, que has creído, ya puedes pedirle al profeta otros nombres para tu Señor, para tu Salvador: “Es su nombre Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”.

«Admirable»: Los pastores, María y José, y todos los que oyeron aquel mensaje del cielo, se admiraban de ver en un niño al Salvador, en un recién nacido al Mesías esperado, en tanta fragilidad y pobreza al Señor su Dios. Todos se admiraban de que Dios se llamase Jesús, nuestra salvación.

«Dios»: Aprende con María y con José a llamar “mi Dios” al que llamaban “mi niño”. Aprende a guardar en el corazón la imagen del niño, pues ese niño es el rostro cercano de tu Dios, es su rostro humilde, necesitado, es tu Dios que depende de ti para vivir.

«Príncipe de la paz»: El que es tu salvación, es tu paz; el que es tu Salvador, es el Príncipe de la paz.  Nunca habría paz para ti si para ti no hubiese salvación. Tú llamas paz a la dicha de los rescatados del Señor, a la gloria de los humillados, a la fiesta de los que vivían en tierra de sombras de muerte, a tu dicha, a tu gloria, a tu fiesta, porque en tu Salvador tú has sido rescatada, enaltecida, resucitada.

«Padre perpetuo»: Habréis observado, queridos, que en estas tierras, los desvalidos a quienes acudimos con el pan del día o el vestido que los abrigue, nos llaman “papá”, “mamá”.  Ése es el nombre que el profeta da al que ha querido hacerse nuestro pan y nuestro vestido, pues de Cristo nos alimentamos y de Cristo nos han revestido. En verdad a él y sólo a él le conviene el nombre de “Padre perpetuo”,

Hoy Dios se llama Jesús; hoy la dicha, la gloria, la fiesta, se anuncia a los necesitados de paz, a los hambrientos y sedientos de justicia, a los que lloran, a los sin trabajo, a los sin techo, a los sin papeles.

Dios mío: Que los pobres conozcan tu rostro, que el emigrante sienta sobre su vida la benignidad de tu mirada, tus ojos de niño, la paz que por esos ojos asoma para abrazar a los que piden ser bendecidos.

Nuestra paz se llama Jesús. Celébrala con agradecimiento. Recíbela con amor.

Feliz año, queridos. Hoy y siempre, feliz Navidad.

SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

balconera-sagrada-familiaQueridos: ¡Qué cerca está el Salvador, el Mesías, el Señor! ¡Qué honda tiene su fuente la alegría que el cielo anuncia! ¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz! Como los pastores, también nosotros, en este tiempo de gracia, fuimos corriendo guiados por la luz de la fe, y, en la eucaristía, en la Iglesia, en los pobres, encontramos a María y a José y al niño acostado en el pesebre de nuestra debilidad.

Tómalo en brazos, Iglesia santa, mira a ese niño como lo miró el justo Simeón, míralo y asómbrate de lo que estás contemplando, pues si ligero es el peso de criatura tan pequeña y delicada, en realidad tus brazos sostienen el rescate de la humanidad, la salvación del mundo, la luz de las naciones, el consuelo de los pobres de Dios.

Te diré más, no lo dejes fuera de ti, en tus brazos, guárdalo dentro de ti, guárdalo por el afecto en el corazón, guárdalo por la fe, la esperanza y la caridad en todo tu ser, guárdalo tan dentro de ti como si él fuese tú mismo, y espera a que él te transforme de tal manera en sí como si fueses él mismo.

Si llevas dentro de ti a Cristo Señor, lo llevarás también en tus palabras, en tu mirada, en tus afectos. Si lo llevas dentro de ti, te habrás revestido de él, y serán tu uniforme “la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión”, será tu uniforme Aquel de quien te has revestido.

Lo hallarás siempre fuera de ti, como niño recostado en un pesebre, como niño que puedes tomar en tus brazos; lo hallarás fuera de ti, como palabra que resuena en la celebración litúrgica, como eucaristía que se te ofrece, como pobre que sale a tu encuentro. Guárdalo dentro de ti, escóndelo en lo secreto de tu intimidad, escuchando con fe la palabra, recibiendo con amor a Cristo en comunión, compartiendo con los pobres tu pan y tu vida.

Entonces, hermano mío, hermana mía, será tu familia la Trinidad Santa, pues en ella te hallarás como hijo en el Hijo de Dios; en ella serás amado, serás amada, como hijo, con el amor con que es amado el Hijo único de Dios; en ella amarás como hijo, con el amor con que el Hijo de Dios ama a su Padre; en ella te animará el Espíritu Santo, el Espíritu que has recibido del Hijo único de Dios.

Entonces será tu familia la Sagrada Familia: Jesús, María y José; entonces te verás con Jesús en el regazo de su Madre María, y la verás a ella de pie junto a tu cruz, y será el patriarca José quien se cuide de ti en tus caminos.

Entonces, hermano mío, hermana mía, será tu familia la comunidad eclesial, tus hermanos en la fe, los que contigo escuchan la palabra de Dios y quienes contigo hacen comunión con el Hijo de Dios.

Entonces, hermano mío, hermana mía, serán tu familia los pobres, todos los pobres: los que llaman a tu puerta, los que conoces por su nombre, los que nunca has conocido, todos los que caben en la tienda de tu misericordia, en la casa de tu corazón. Entonces la tienda se nos llena de hermanos y de sufrimiento, como los caminos del mar, como los caminos del desierto, como la tierra bajo las  bombas, como las paredes domésticas que encubren la violencia sobre los débiles. A todos quisiéramos recibir como recibimos a Cristo; a todos quisiéramos proteger, cobijar, defender, amar como amamos a Cristo.

Entonces, cuando lleves a Cristo en tus brazos y en tu corazón, cuando acojas a sus pobres en tu mesa y en tu vida, también tú dirás con el justo Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. El Señor habrá llenado tu vida con su vida, tu noche con su luz, nuestra nada con la inmensidad de su gracia.

Feliz Navidad.

Sacramentos de la gloria de Dios

navidadfelicA la Iglesia de Dios que peregrina en Tánger

Muy queridos en el Señor: Paz y Bien.

Escuchadlo como si nunca lo hubieseis oído: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.

Escucha el mensaje y guárdalo en el corazón, porque si Dios es noticia, es noticia el amor, y si el amor es noticia, la noticia es buena.

Si esperas que la alegría llame a las puertas de tu casa, si deseas sentir sobre tu vida la mirada de Dios, si buscas pastor, si necesitas salvador, si sueñas que en tu noche irrumpe con su luz la gloria del cielo, escucha el mensaje y guárdalo en el corazón. Sus palabras te llevarán de la mano a Cristo Jesús, a “la buena noticia”, a “la gran alegría que es para todo el pueblo”; te llevarán a ver lo que has creído, a comulgar lo que has visto, a recibir a tu Salvador, al Mesías, al Señor.

Si esperas, escuchas, crees y comulgas, para ti será Navidad.

La madre Iglesia te toma ahora de la mano para que entres en el misterio de lo que comulgas, en la verdad de lo que celebras.

Escucha lo que unos a otros nos vamos diciendo mientras nos acercamos a la mesa del Señor: La Palabra se hizo carne, y hemos contemplado su gloria”.

La Palabra se hizo carne”:

 “La Palabra”, el artífice del universo, la sabiduría que mueve los mundos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, esa Palabra eterna “se hizo carne”, debilidad de debilidad, finitud de finitud, Dios despojado de sí mismo, Dios nacido de mujer, Dios niño, Dios emigrante, Dios escondido, Dios empujado hasta la muerte.

Busca en la paradoja la buena noticia que se te da en el misterio de esta noche santa: La fuerza de Dios se ha empadronado en tu debilidad, la santidad de Dios ha puesto su tienda entre los pecadores, el consuelo de Dios le ha dado un abrazo a tus lágrimas, la salvación de Dios ha subido contigo a tu patera, y en el seno de tus lutos ha empezado a gestarse un mundo donde ya no habrá lugar para la muerte.

Esa alegría que se te anuncia para que la comulgues, si la recuerdas nacida en Belén, se llamaba Jesús, y era un niño al que su madre envolvió en pañales y recostó en un pesebre.

Esa misma alegría, si la celebras nacida hoy para ti, la llamarás ‘Mi Salvador’, y es el Mesías, es tu Señor.

“Y hemos contemplado su gloria”:

En el niño de María, en la comunidad de los fieles, en los que no tienen el pan de cada día, en hombres, mujeres y niños a los que excluimos de nuestros derechos, en el rostro de los desechados porque no son de los nuestros, en todos ellos reconocemos a la Palabra hecha carne, en todos contemplamos su gloria, y en todos la recibimos con el mismo amor con que la comulgamos en la Eucaristía.

Hemos nombrado sacramentos de la vulnerabilidad de Dios, en los que vemos brillar el resplandor de su gloria: Un niño, una comunidad, un rostro humano, un pan.

Sólo la fe puede ver que la gloria de Dios se ha hecho huésped discreta de ese niño que contemplas recostado en el forraje de un pesebre. Y el corazón te dice que un día tu fe ha de ver esa gloria romper como un torrente de luz por las heridas de un crucificado.

Sólo la fe puede ver la gloria de Dios en el cuerpo humilde de la comunidad eclesial. El apóstol expresó así la realidad del sacramento: “Fijaos en vuestra asamblea: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor”. Y, sin embargo, esa asamblea que no puede presumir de sí misma, reconoce y agradece la gracia que la ha embellecido, la justicia y la paz que besándose la han besado, la gloria de Dios que la habita; esa asamblea que no cuenta para este mundo, sabe que cuenta para Dios; esa asamblea de excluidos, sabe que está para siempre hospedada en el corazón de Dios.

Sólo la fe puede ver en el pan de la eucaristía, fruto humilde de nuestra tierra y del trabajo del hombre, la gloria de Cristo resucitado, gloria que es fruto de la tierra del Hijo más amado, del Unigénito que se nos ha dado, de su carne labrada por el amor para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Sólo la fe puede ver en el rostro de los pobres un sacramento de la venida de Cristo a nuestro encuentro. Por la fe podrás decir que “has visto al Señor”, cuando lo hayas abrazado y cuidado en el hambriento, en el sediento, en el abandonado al borde del camino, en el emigrante, en el enfermo, en el encarcelado, en el esclavizado; y si no lo supiese decir tu fe, te lo dirá el Señor cuando él te reciba en la hora en que todo se verá con claridad: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

“Alegrémonos todos”:

Lo vas diciendo al entrar en la misa de medianoche con la comunidad a la que perteneces: Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo.

Las palabras de esa invitación suenan hermosas y sencillas en el corazón de nuestra asamblea. Mientras las vamos diciendo, unos a otros nos invitamos a la alegría, unos y otros aceptamos la invitación, y todos, creyendo y esperando, escuchando y orando, desde el primer momento de la celebración nos disponemos a oír el evangelio, la noticia más hermosa que jamás se haya podido dar: “A María, que estaba encinta, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebreHoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.

Si te fijas en el sacramento, es un niño. Si te fijas en la gracia, es tu Salvador.

Que nadie quede fuera de nuestra alegría, pues es para todos este sacramento de ternura e inocencia, y nadie ha sido excluido de la gracia que el cielo regala a la tierra.

“Alegrémonos todos”: Lo dice nuestra comunidad reunida para la Eucaristía, lo dice en Cristo y con Cristo, lo dice a una voz con todos los que son de Cristo, con los que están cerca y los que están lejos, con los que viven y también con los que en Cristo han muerto.

“Alegrémonos todos”: No hay vallas que impidan a los pobres la entrada en esta alegría, no hay cuchillas que cierren el camino a quienes buscan la Navidad, no hay leyes de extranjería para quienes llamen con los nudillos de su esperanza a las puertas de nuestra vida.

“Alegrémonos todos”, porque Dios es de todos, y, como documento de entrada en su alegría, todos llevamos la imagen de su Hijo con el sello de su Espíritu. Feliz Navidad.

Tánger, 20 de diciembre de 2014.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Tánger.

Encinta de Dios:

pesebreDesde tu pequeñez, suplicas: “Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.

Y, desde la fidelidad de Dios, su misericordia, con las mismas palabras de tu súplica, dispone que te alcance lo que has pedido: “Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.

Y esa fidelidad misericordiosa es la razón de tu canto: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad”.

“Cantaré eternamente”: Lo dice el rey David, desbordado de promesas divinas que son sacramentos de misericordia y fidelidad. Su canto surge de la memoria de la fe: “Estaré contigo en todas tus empresas… te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo, lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos… Te pondré en paz con todos tus enemigos”.

“Cantaré eternamente”: Lo dice la Virgen María, sorprendida en el silencio por la alegría que el cielo le anuncia, por la gracia de Dios que se le revela, por la presencia divina que la inunda, por la bendición que recibe, por el hijo que se le ofrece.

“Cantaré eternamente”: Lo dices tú, Iglesia de adviento, pues sabes que la alegría anunciada a María es también para ti, sabes que su gracia prepara el camino a la tuya, sabes que está contigo el mismo Señor que en ella quiso morar, sabes que en la misma fuente de su bendición te han bendecido también a ti con toda clase bienes espirituales y celestiales. También tú cantarás eternamente, pues hoy escuchas como María la palabra de Dios, hoy se te anuncia el mismo nacimiento, hoy vas a recibir en comunión al mismo Señor a quien la Virgen María recibió en sus entrañas de madre.

La fe de María ya ha pronunciado su “hágase”. Que tu fe, Iglesia de adviento, también a ti te deje encinta de Dios.

Feliz domingo.

Desbordo de gozo con el Señor”:

ADVIENTO1El apóstol nos recuerda la condición que es connatural a la tierra nueva que, en Cristo Jesús, Dios ha preparado para sus hijos: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres”. La alegría de los redimidos es evidencia de la salvación con que Dios los ha visitado. La alegría se nos ha pegado a las entrañas con la fe que se nos ha dado, con la esperanza que nos fortalece, con el amor que nos envuelve, nos unge y nos envía.

También nosotros, con el profeta, con el Mesías Jesús, con María de Nazaret, proclamamos en medio de la asamblea eucarística: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”, “se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.

No entonamos nuestro canto con los poderosos de la tierra sino con los humildes, pues nuestra alegría no la conocen los ricos sino los hambrientos.

Ungida de amor, de alegría, de Espíritu Santo, sales enviada a los pobres, Iglesia cuerpo de Cristo, para llevarles, con el Espíritu Santo que se nos ha dado, el amor y la alegría.

Si el hambriento no queda lejos de tu pan, si el sin techo no queda lejos de tu corazón, si el extranjero no queda lejos de tu abrazo, si el humillado no queda lejos de tu ternura, ninguno de ellos quedará lejos de tu alegría.

Entonces, todos cantarán contigo bajo un cielo nuevo, en la tierra nueva: “Desbordo de gozo con el Señor… Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.

Con tus manos, Dios hace nuevas todas las cosas.

Feliz domingo.

“Preparadle un camino al Señor”:

Francesco LayLa llamada se hace a la Iglesia que vive en la fe su tiempo de adviento: “Preparadle un camino al Señor”.

Preparadle un camino a la paz que Dios anuncia, a la salvación que viene con él, a la gloria que con él llena la tierra.

Prepárale un camino a la misericordia que pides, a la justicia que necesitas, a la fidelidad que vuelve a tu casa.

Prepárale un camino a tu pastor, a la abundancia para tus corderos, a la ternura para las madres.

Prepárale un camino a la lluvia de Dios para tu tierra, a los frutos de tu tierra para Dios.

Prepárale un camino a Jesús: escúchalo, recíbelo, acógelo, ámalo, cuida de él en su palabra, en su eucaristía, en los pobres, en toda la creación. Entonces resonará en tu intimidad la voz del profeta: “Ponte en pie, Iglesia de adviento, sube a la altura y contempla el gozo que Dios te envía”. Lo verás llegar a ti en la creación, en los pobres, en la eucaristía, en las palabras humildes de la Palabra eterna de Dios. Entonces, en tu comunión con Cristo, ya será de alguna manera la Navidad.

“¡Preparadle un camino al Señor!”

“¡Ven Señor Jesús!”

Desde tu pobreza a Cristo:

Adviento-2El de Adviento es un tiempo litúrgico de preparación para la Navidad, pero de Adviento es todo el tiempo de la Iglesia, cada día en la vida de los fieles, pues vivimos esperando a Cristo, deseando a Cristo, amando a Cristo.

No me preguntes cuántos fieles hubo hoy en la celebración eucarística. Pregunta cuánto amor, cuánto deseo, cuánta esperanza había en el corazón de cada uno, y sabrás si hubo hoy un verdadero Adviento en nuestra comunidad.

Ya sé que, desde lo hondo de tu intimidad, desde la verdad de tu vida, puedes estar pensando: es que yo no amo a Cristo, yo no deseo su venida, yo no espero ninguna navidad.

No tengas miedo. Has de acercarte a ti mismo antes de que puedas ver que tu Salvador se acerca a Ti. Has de acercarte a tu pobreza, a tu oscuridad, a tu necesidad, a tu noche, a tus pecados… Si no busca a Cristo el amor de tu corazón, que lo busque tu indigencia; que es el Señor amigo de indigentes, y por ellos vino a la pobreza, a la oscuridad, a la necesidad, a la noche, al pecado, pues Dios, “enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne”, condenó tu pecado en su carne.

Que anhele tu deseo lo que necesitas, que espere todo tu ser lo que deseas, que aprenda tu corazón a amar lo que esperas. Sube desde tu necesidad a Cristo, y Cristo vendrá a ti para ser tuyo.

Vendrá y lo reconocerás, lo amarás, lo cuidarás: escucharás su palabra, recibirás su Espíritu, comulgarás su cuerpo, lo verás en la comunidad, lo abrazarás en los pobres, y recordarás siempre con gratitud que fue tu pobreza la que te abrió la puerta de la fe para que le deseases, le esperases, le amases.

Feliz tiempo de Adviento. Feliz encuentro con Cristo.

Jesucristo Rey del universo:

pantocratorLa palabra llegó como un regalo, y el corazón se estremeció de paz. Era el Señor el que hablaba, Dios nos abría las puertas de su intimidad: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas… Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas”.

Conoces quién eres, sabes de dónde vienes. Tú eres la comunidad de los que Dios ha rescatado con infinito amor: comunidad de perdidos que Dios ha buscado, comunidad de descarriados que Dios ha reunido, comunidad de hombres y mujeres heridos que Dios ha vendado, comunidad de enfermos que Dios ha curado, comunidad de pecadores que Dios ha justificado, comunidad de pobres que Dios ha enriquecido.

Mientras escuchas la palabra de la promesa, tu corazón recuerda días de cumplimiento. Mientras escuchas la profecía; tu fe recuerda la encarnación, el misterio divino de Jesús de Nazaret, su vida entregada, su muerte redentora. Mientras escuchas, todo tu ser se vuelve hacia Cristo, y ves al que se hizo cordero para apacentarte, al que se hizo pastor para buscarte, al que se cubrió de heridas para vendar las tuyas, al que cargó con tus enfermedades para curarte.

Todo tu ser se estremece hoy de paz, Iglesia de Cristo, pues, mientras escuchas y recuerdas, se te abre el misterio de la Eucaristía que celebras: hoy tu Dios te apacienta, hoy viene a buscarte, hoy venda tus heridas, hoy se hace medicina de inmortalidad para ti.

Pídele al salmista su canto: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…”. Pídele su canto y pon en sus palabras la memoria de tu fe; pídele su canto y llénalo de Cristo; pídele su canto y que cante con él toda tu vida.

A tu Dios el salmista le llamó Pastor. Tú le dices: Mi Rey, mi Señor, mi Amor.

Y cuando se lo has dicho, ya sabías que estabas diciendo ‘mi rey, mi señor, mi amor’ a todas las ovejas perdidas, a las descarriadas, a las heridas, a las enfermas… Los pobres son tu rey, y vestirás al Rey si los vistes a ellos, cuidarás del Rey si cuidas de ellos, amarás al Rey si los amas a ellos.

Feliz día de Jesucristo Rey del universo.

Cuestión de confianza:

Propio V“¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos!” Ésa es la bienaventuranza que, orando, has pronunciado delante del Señor. Y le hacen eco las palabras de esta otra: “Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón”.  Tu corazón, que es como decir todo tu ser, da testimonio de que no es el miedo sino la fe, la esperanza y el amor quienes te han llevado a buscar al Señor, a guardar sus preceptos, a vivir en su santo temor. ¡Temes santamente porque confías plenamente! Y esa confianza plena es la puerta por donde se te entra la bienaventuranza.

A su vez, la parábola de los talentos, que has oído proclamada en el evangelio de este día, muestra hasta dónde llega la confianza que un señor deposita en sus siervos, confianza bien cercana a la amistad, pues, “al irse aquel hombre de viaje, los dejó al cargo de sus bienes”. Y ésta es la bienaventuranza que has intuido pronunciada sobre los siervos que, en lo poco, han correspondido a la confianza que en ellos había sido depositada: “¡Entra en el gozo de tu señor”.

Tú sabes que la parábola habla de Dios y de ti: de su manifiesta confianza en ti y de tu esperada fidelidad a él, de su generosidad y de tu responsabilidad; habla de la verdad más honda de vuestra relación, pues aun estando él lejos y tú muy ocupado en negociar con sus talentos, él es, por su confianza y por tu fidelidad, una presencia misteriosa y real en todos los momentos de tu vida.

Lo has oído también: “Al cabo de mucho tiempo, viene el señor de aquellos siervos, y se pone a ajustar las cuentas ellos”. La eucaristía de hoy anticipa en la realidad del sacramento nuestro encuentro de mañana con el Señor que viene.

Para ti, Iglesia de Cristo, que temes al Señor, que confías en él, que lo amas, que escuchas su palabra, que lo buscas con todo el corazón, que cuidas de él en sus pobres, para ti son las palabras de la bienaventuranza evangélica. Resonarán con fuerza en tu corazón cuando te acerques a comulgar: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Entra, y quédate allí para siempre.

Feliz domingo. Entra con tu Señor en su descanso.