Si amas a Cristo, lo verás:

amoracristoEl esposo tarda, y no se disculpa; las doncellas consideradas sensatas todo parecen menos generosas y solidarias; y las poco previsoras, las necias, cuya situación apurada el lector o el oyente entienden y comprenden sin dificultad, son las únicas sobre las que recae un juicio terrible que las deja fuera de la fiesta y además señaladas para siempre como ejemplo de lo que todos hemos de evitar.

Si queremos entrar en el secreto de la parábola, habremos de hacerlo a la luz del evangelio en su conjunto, y de la mano de la Iglesia, madre previsora y maestra premurosa de todos en la escuela de la celebración litúrgica.

El esposo del que se habla es un esposo cualquiera, y lo es también el banquete al que se entra. De la llegada de aquél y de la entrada en éste se desconoce la hora.  Ese detalle, la hora desconocida, hace que banquete y esposo representen la irrupción del misterio de Dios en la vida de su pueblo, la llegada del Reino de Dios, la llegada del ungido por el Espíritu para evangelizar a los pobres. La llegada del esposo en medio de la noche, las lámparas que la iluminan, la entrada con el novio en el banquete, recuerdan la noche de Pascua, y evocan una Pascua nueva, con un nuevo Éxodo, hacia una nueva Tierra de promisión: “Llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete”.

Ahora intuyes lo que significa que a ese encuentro llegues tarde y de esa dicha te quedes fuera.

A la luz del evangelio, « sensato» es el que escucha las palabras de Jesús y las pone en práctica; «necio» es el que escucha lo que Jesús dice, y no practica lo que ha escuchado.

El de la escucha y la obediencia a la Palabra, ése es el camino que lleva a la Pascua, a la Tierra, al Reino, a Cristo. Y por ese camino avanzan sólo los que tienen hambre y sed de Pascua, de Tierra, de Reino, de Cristo, de Dios.

Deja que te lleve de la mano la madre Iglesia. Ora con ella: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Haz tuyas las palabras del Salmista: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Si amas a Cristo, lo verás en el misterio de su palabra, en su cuerpo eucarístico, en su cuerpo eclesial; si lo buscas, lo encontrarás, maestro que te enseña, pan que te alimenta, pobre a la puerta de tu casa; si lo amas y lo buscas, entrarás con él al banquete de bodas del Reino de los cielos; si lo amas y lo buscas, siempre habrá estado contigo en tu deseo, en tu búsqueda, en tu amor.

Feliz domingo.

Un canto de esperanza:

Adviento-2“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”

Pudieras pensar que ésas son palabras del esposo, del mismo que dice: “¡Toda eres bella, amada mía, no hay defecto en ti! ¡Ven del Líbano, esposa, ven del Líbano, acércate!… Me has robado el corazón”.

Pudieran ser por la misma razón palabras de la esposa: “Yo soy de mi amado, y él me busca con pasión. Ven, amado mío, salgamos al campo, pernoctemos entre los cipreses; amanezcamos entre las viñas… allí te daré mis amores”.

Pero son palabras de Job, palabras que ahondan sus raíces en la tierra atroz del sufrimiento humano, son palabras del hombre que, sentado en el polvo, experimenta que “Dios le ha hecho daño y que lo ha copado en sus redes, le ha vallado el camino para que no pase, le ha velado la senda con densa oscuridad”.

“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Son palabras de un hombre que implora piedad de sus amigos, porque “lo ha herido la mano de Dios”.

Pero su canto de esperanza no es para los amigos por su piedad, sino para Dios por su inquebrantable fidelidad: “Yo sé que mi redentor vive”, y desfallezco de ansias por encontrarme con él.

Ése es el canto que resuena silencioso en los caminos de los emigrantes, en la no patria de los desterrados, en el corazón de los que habitan en tierra y sombras de muerte. Ése es el canto misterioso de los pobres, de los amados de Dios. Ése es el canto de los que mueren en la fe, ése es tu canto, Iglesia esposa de Cristo: un canto de esperanza, que ahonda sus raíces en el amor eterno de tu Redentor.

Recordar para amar:

ORAR Y AGRADECERAsí quedó escrito en el código de la alianza: “No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”.

A los hijos de Israel se les pide recordar lo que fueron –emigrantes maltratados y oprimidos-, para discernir lo que han de ser: no ciertamente imitadores del Faraón que los oprimió sino del Señor que los liberó.

Recuerda –se le dice- que fuiste oprimido y que yo me fijé en la opresión que padecías; recuerda tus quejas contra los opresores, y que yo las oí; recuerda tus sufrimientos, y que yo no los ignoré; recuerda que te saqué de aquella tierra de esclavitud para llevarte a una tierra que mana leche y miel.

Recuerda, Iglesia cuerpo de Cristo, la gracia que en Cristo se te ha revelado, pues  “por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos”.

Recuerda que también tú estabas destinada a la ira, “pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él”.

Recuerda la libertad –libertad de hijos- que Dios te ha dado en Cristo Jesús.

Si el Señor te dice que “recuerdes”, tú entiendes que se te pide que “hagas memoria” de sus misericordias, que “escuches” su palabra, que “revivas” sus maravillas, que, recibiendo a Cristo, “comulgues” la gracia, la misericordia, el amor, la resurrección y la libertad que por Cristo se nos han dado.

Recordar, escuchar, comulgar, es una forma de amar y es una fuente de amor.

Recuerda, escucha, comulga, para que ames a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.

Recuerda, escucha, comulga, para amar a tu prójimo como a ti mismo, para hacerte prójimo de quienes te tienen sólo a ti para vivir.

Feliz domingo.

Con Cristo, en la frontera:

manosA los fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: Paz y Bien

A esta Iglesia la hizo de frontera la historia, y lo natural hubiera sido que, en nuestra vida de creyentes, esa frontera significase sólo un límite o confín reconocido entre dos Estados soberanos.

Pero injusticia, violencia y explotación han llenado de empobrecidos los caminos del mundo, y, para ellos, muchas fronteras se han transformado en límite impuesto por los poderosos a derechos que son de todos, y en desprecio de derechos particulares que tienen por serlo los pobres.

El egoísmo, la arrogancia, la crueldad, han transformado nuestras fronteras en vallas con cuchillas, en barreras que se pretende infranqueables para los empobrecidos de la tierra, en escenario para una trama de privaciones, enfermedades, heridas y mutilaciones, en cementerio de vidas jóvenes y de esperanzas legítimas.

A los creyentes, esa perversión deshumanizada de la frontera nos obliga a situarnos en ella para estar al lado de sus víctimas. Y la gracia de Dios, la fuerza de su Espíritu, nos unge para que ahí asumamos, como testigos de una humanidad nueva, nuestras responsabilidades con los pobres y con el evangelio que para ellos se nos ha confiado.

La perversión de estas fronteras no es episódica, como no lo son la injusticia, la violencia, la explotación y la prepotencia que las han transformado en espacios de muerte. Nuestras fronteras son cementerios que nunca se cierran; sólo ignoramos cuál será –y cuántos serán- el próximo nombre o el próximo número que se ha de escribir en su lista de muertos.

Dentro de esa estructura de muerte que muchos quisieran opaca porque la quieren impune, se producen a veces brechas informativas, o porque los muertos no se pueden ocultar, o porque algunas imágenes escapan al control del poder establecido.

El pasado día 15, fiesta de Santa Teresa de Jesús, se produjo en la frontera de Melilla una de esas brechas por las que se asomó a nuestra conciencia un episodio en la vida de un hombre, sólo unos minutos de su tiempo: agentes de la guardia civil agreden en territorio español a un emigrante que está bajando de la valla, a golpes lo dejan inconsciente, y en ese estado, sin tomar ningún tipo de precaución sanitaria, lo mueven y por una paso abierto en la valla lo devuelven a territorio marroquí.

La evidencia del daño injustamente causado, de la violencia gratuita ejercida, del trato humillante dispensado, exige que exprese, como obispo, la solidaridad de esta Iglesia con ese hombre –con todos los emigrantes- y nuestra comunión con él, y hace urgente que esta Iglesia reconozca públicamente a esos emigrantes –bautizados o no- como hijos suyos, y que a toda persona de buena voluntad, también a las autoridades de los pueblos y a las fuerzas del orden, pida para ellos en justicia lo que se les debe, y por solidaridad lo que necesitan.

Palabra de Dios y frontera:

La perversión de la frontera irrumpe con fuerza en nuestra eucaristía dominical. La violencia de la realidad hace que la palabra de Dios proclamada en la liturgia, resuene casi como un sarcasmo en los oídos de los oprimidos y como una blasfemia en los oídos de Dios: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios”… “Aclamad la gloria y el poder del Señor… porque es grande el Señor”.

Si no la oímos en comunión con los pobres, la de Dios será una palabra pronunciada sólo para halagar el oído de los grandes y no para enjugar las lágrimas de los pequeños.

Y tú, Iglesia cuerpo de Cristo, Iglesia de pobres que se arriesgan por un sueño en las vallas de una frontera, tú buscas con todos una luz para que la palabra del Señor resuene verdadera y consoladora en el corazón de cada uno de tus hijos.

Si te pones del lado del que oprime, la palabra de Dios suena sólo a sarcasmo y blasfemia.

Si te pones del lado de los oprimidos, si cierras filas en torno a ellos, si caminas indefensa con ellos hacia su futuro, si te haces pacífica con ellos, entonces con ellos y con Cristo reconocerás verdaderas las palabras de la profecía, y en tu camino resonará poderoso y consolador el salmo de tu oración: “Es grande el Señor y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles –los dioses del poder, los dioses de la injusticia y de la violencia- son apariencia”.

Tú no avanzas con violencia hacia los violentos; los vences con las armas de tu fe, de tu esperanza y de tu amor; los haces enmudecer con la fuerza de tu canto.

Si te mantienes al lado de los pobres, estarás siempre al lado de Cristo Jesús, Cordero degollado y vencedor.

Indiferencia y frontera:

En ese fragmento de realidad de la frontera que hemos podido conocer, hay un aspecto que considero necesario señalar por significativo e inquietante.

Un hombre bajaba por la valla de la frontera, y cayó en manos de unos vigilantes, que lo molieron a palos hasta dejarlo medio muerto.

Ellos, los vigilantes de la frontera, fueron los primeros en verlo desvanecido, pero no lo atendieron, simplemente se desentendieron de él y lo echaron al otro lado de la frontera.

Mientras se lo llevaban, a su lado pasó un vehículo médico, que no se detuvo; lo mismo hizo una ambulancia,  que tampoco se detuvo; y de largo pasaron también unos ciudadanos que hacían su caminata de siempre contra el colesterol y los kilos.

Es como si en ese jirón de realidad fronteriza, la parábola del buen samaritano se hubiese quedado sin el personaje principal, sin el samaritano compasivo.

Esa ausencia es sobrecogedora. Se nos ha permitido ver una parábola de la indiferencia globalizada. ¿Será una parábola de la realidad en que vivimos?

Iglesia y frontera:

Como Iglesia:

  • Unimos nuestra voz a la de instituciones y personas que han pedido que se esclarezcan los hechos acaecidos el pasado día 15 de octubre, se depuren responsabilidades, y se ponga fin a la violación de derechos fundamentales de las personas, violación continuada que ha sido hasta ahora ignorada, si no tolerada, por los poderes públicos.
  • Pedimos que se autorice la presencia de observadores independientes que puedan informar sobre el respeto o la violación de los derechos que asisten a las personas en las fronteras.
  • Lamentamos que las autoridades de los Estados presten más atención a la impermeabilidad de las fronteras que al bien de las personas.
  • Lamentamos que a un hijo de esta Iglesia, que se hallaba en situación de manifiesta necesidad, se le haya tratado en la frontera de Melilla como nadie en su sano juicio hubiese tratado en ningún lugar a un animal herido.
  • Y denunciamos una información que, por engañosa, interesada y continuada, ha hecho posible, se diría que incluso normal, esa escena de violencia gratuita y de indiferencia colectiva que hemos visto representada para vergüenza y asombro de todos en la frontera de Melilla.

Iglesia sin fronteras:

Para nuestra confusión, a los cristianos demasiadas veces se nos encuentra cerca del poder y lejos de los pobres. Ni siquiera nos damos cuenta de que, por ese camino, nos excluimos de Jesús, nos quedamos lejos de su evangelio.

En Jesús de Nazaret, Dios se nos ha revelado sin fronteras. Sólo sueña que la casa se le llene de hijos.

A ti, Iglesia cuerpo de Cristo, te hizo de los pobres el mismo amor que te hizo de Jesús: Iglesia sin fronteras, Iglesia madre de todos, Iglesia que a todos se ofrece espaciosa y abierta como el corazón de Dios.

Tánger, 19 de octubre de 2014.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Tánger

Amor y miedo:

prayerEl escriba preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” Y Jesús le respondió: “El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser»”.

Si entras en el misterio de la divina unidad, te habrás asomado al misterio de la divina plenitud, y allí se llenan de luz las palabras de aquel mandato primero que reclama la plenitud de tu amor: amarás… con todo el corazón, con toda el alma

Hoy, en la asamblea eucarística, la palabra de Dios proclama y la fe confiesa la unidad divina “Yo soy el Señor y no hay otro”. Y la palabra escuchada se nos vuelve exigencia de que, en la relación con Dios, vivamos la plenitud del amor.

Un amor así es necesariamente perturbador, inquietante, peligroso; un amor así es vida que da muerte, es muerte que da vida.

Quienes niegan a Dios, como quienes viven ignorándolo, no rechazan la verdad de un enunciado doctrinal sino que huyen de un amor intuido como amenaza por su evidente pretensión de totalidad. Aunque no lo confesemos, el amor nos da miedo, ¡a todos!

Denominador común de ateísmo, agnosticismo, relativismo, indiferentismo, ritualismo, fundamentalismo, moralismo, fariseísmo, magia, es el miedo al amor.

Lo inaceptable de Dios no es que exista, sino que sea Uno, pues esa unicidad lleva aparejada la plenitud de su gloria, de su poder, de su grandeza, de su soberanía, de su dignidad. Por eso “dar a Dios lo que es de Dios” significa necesariamente “amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser”.

Todos lo intuimos, también los ateos, y así multiplicamos los dioses para dividir el amor.

Ahora, a ti que crees, te pido que recuerdes el misterio de tu comunión por la fe con Cristo Jesús, con el Hijo de Dios hecho carne, con el hombre en el que se nos ha manifestado el amor que Dios nos tiene, con el hombre en el que los pecadores le decimos a Dios el amor que le tenemos. Recuérdalo, pues sólo en Cristo podemos amar como tenemos que amar. No te apartes del amor de este Hijo si quieres guardar el precepto del amor al Padre.

Hoy, recibiendo a Cristo en comunión sacramental, recibes la moneda que el Espíritu de Dios acuñó para tu tributo, recibes el amor eterno con que has de amar a tu Dios.

Con todo, no es la de Dios la única imagen que has de reconocer en Cristo Jesús, pues en él se halla grabada también la imagen del hombre. Y si has de tributar a Dios todo tu amor, el hombre no ha de quedar fuera de ese tributo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

No tengas miedo: el que te pide amar es el que te da, con su Hijo, su Espíritu, para que ames a Dios con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo.

El poder del amor:

compasion“El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país”.

Las palabras de la profecía, proclamadas hoy en la liturgia de la comunidad, vuelan de los campos del hambre a los tugurios del ébola, de las vallas fronterizas al fondo de las pateras, del infierno de los esclavizados al oprobio de los desechados, y no podrás acceder a su verdad, Iglesia cuerpo de Cristo, si no te las devuelve como un eco la montaña del sufrimiento humano.

Dios no puede enjugar las lágrimas, Dios no puede alejar el oprobio. Lo sabe el hambriento, lo sabe el contagiado, lo sabe el emigrante, lo sabe el esclavo, lo sabe el que nada cuenta, el que nada tiene, el que nada vale, lo sabes tú. Y el eco lo irá repitiendo cada día desde la montaña del sufrimiento: Dios no puede… Lo saben también el opresor, el negrero, el explotador, el corrupto, el violento, el cruel, el violador, el engañador, el pederasta.

Tú sabes, sin embargo, Iglesia cuerpo de Cristo, que las palabras de la profecía son verdaderas, sabes que las lágrimas serán enjugadas y que el oprobio será alejado, tú sabes que sobre esas palabras se levanta cierta la esperanza de los pobres, tú sabes que el Señor Dios, su no poder y su amor, es tu salvación.

En Jesús de Nazaret, en el misterio de la Palabra hecha carne, evidencia de la debilidad de Dios y de su amor, Dios se nos hizo cercano para enjugar lágrimas y alejar oprobios.

En la Eucaristía, memoria real de la vida entregada de Cristo Jesús, sacramento de su abajamiento y de su amor, Dios ha preparado para sus hijos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos.

En el cuerpo de Cristo que eres tú, su Iglesia, pequeña y humilde, desposeída de poder y ungida de amor, Dios se hace buena noticia para los pobres.

Tú, que has conocido en Cristo el consuelo y la gloria que te vienen de Dios, vas diciendo con el Salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Los pobres, que en ti se han encontrado con Cristo, irán diciendo contigo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

En Cristo Jesús, en la eucaristía, en ti, el amor hace presente entre los pobres la ciudad futura, la nueva Jerusalén, la morada de Dios entre los hombres, en la que Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido”.

El futuro se anticipa con el poder del amor.

Voy a cantar un canto de amor:

iriarteMisterio grande de gozo y de dolor es el que se nos concede contemplar, el del amor del amigo por su viña, el del amor de Dios por el pueblo de su heredad.

Considera la imagen de la viña, y acércate a la realidad que en esa imagen se representa.

El profeta podía hablarnos de la viña del Señor con una parábola, una reflexión sapiencial, un oráculo, podía haberlo hecho de muchas maneras, pero quiso hacerlo con un canto de amor: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña”. No es un canto de amor del profeta, sino el canto de amor del amigo por su viña. El profeta dice: “Mi amigo tenía una viña en fértil collado”. El amigo ama su viña, y éstas son las estrofas de amor de su canto: “La entrecavó y la descantó, plantó buenas cepas, construyó en medio una atalaya, cavó un lagar”.

La clave para que entiendas qué significan estas palabras de amor, te la da el profeta cuando dice: “La viña del Señor es la casa de Israel”.

Ahora ya puedes acercarte a la realidad significada en el amor del amigo por su viña; ahora tienes delante de tus ojos el amor de Dios por su pueblo: Él lo sacó de Egipto, de la tierra de la esclavitud; él lo llevó a una tierra que mana leche y miel; el Señor sacó una vid de Egipto, expulsó a los gentiles, la trasplantó… El Señor le dio su ley, para que tuviese vigor y diese fruto…

A través de la imagen de la viña tú contemplas la realidad de la Pascua, el paso de Dios por los caminos de su pueblo para darle una tierra y con la tierra la libertad, para darle con su ley la vida, para establecer con él una alianza de paz.

También la última estrofa del canto es una estrofa de amor, amor amargo, pero siempre amor: “Esperó que diese uvas, pero dio agrazones”. No esperó que le diese uvas ni se lamentó porque le hubiese dado agrazones, pues ni uvas ni agrazones son para el Señor; él cuidó amorosamente su viña, y esperó que diese uvas para los pobres de su pueblo, y se lamentó amargamente porque su viña, tan amorosamente cuidada, dio a los pobres sólo el agrio sabor del agrazón: Esperó de su viña derecho, y la viña dio asesinatos, derramamiento de sangre; esperó de su viña justicia, y la viña dio una triste cosecha de lamentos, gritos de gente oprimida.

No pienses, sin embargo, Iglesia amada del Señor, que la palabra del profeta se ha proclamado hoy para el pueblo de la antigua alianza y no para ti, pues lo que él vivió es apenas una sombra de lo que tú vives, lo que él recibió es figura lejana de lo que tú has recibido, lo que él fue es sólo anticipación de lo que tú eres, su Pascua es anuncio y profecía de tu Pascua.

Vuelve a contemplar con el profeta la imagen de la viña: “Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó y la descantó, plantó buenas cepas, construyó en medio una atalaya, cavó un lagar”. ¿Qué es lo que ves? Busca en la memoria de la fe, y encontrarás palabras que te ayuden a ver, a gustar, a comprender: “Yo soy la vid verdadera, mi Padre es el labrador. Todo sarmiento mío que no da fruto lo corta; los que dan fruto los limpia para que den más… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él es quien da fruto abundante… Igual que mi Padre me amó os he amado yo. Permaneced en mi amor”.

A través de la imagen de la viña tú contemplas la realidad de tu Pascua con Cristo. En Cristo, Dios ha pasado por tu camino y tu noche para darte en la entrega de su Hijo la libertad, en la muerte de su Hijo la vida, en la obediencia de su Hijo la paz.

¡Ver, gustar, comprender! Estás unida a Cristo por la fe, eres miembro de su cuerpo por los sacramentos de la fe. El Padre, para que des más fruto, te limpia con la fuerza de su Espíritu. Hoy, en esta celebración, manifiestas y refuerzas, Iglesia santa, tu unión con Cristo, acogiéndolo en su Palabra que has escuchado con fe, en su Cuerpo que te dispones a recibir en la Eucaristía, en los hermanos de la comunidad reunida para la oración, en los pobres que son para ti el sacramento más humilde de la presencia de tu Señor.

Estás en Cristo, Iglesia santa, estás en Cristo para dar fruto abundante. Como Jesús, también tú darás fruto para los hermanos y para los pobres: Fruto de justicia y rectitud, fruto de agradecimiento y de paz. El apóstol Pablo nos dirá: Tened en cuenta “todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito”. Estás unida a la vid verdadera, y tuyos han de ser los frutos que son de Cristo: la pobreza abrazada por el Reino de los cielos, la obediencia filial, el amor a los excluidos, el amor a los enemigos, el perdón que es la manifestación del amor perfecto, el sacramento del amor que Dios nos tiene.

Estás en Cristo, eres de Cristo, vives en Cristo, Cristo vive en ti. ¡Qué gozo si el Padre encuentra en ti la imagen viva de su Hijo amado! ¡Gozo para ti! ¡Gozo para el cielo! ¡Gozo para Dios!

Una Iglesia que pinta:

catedral tangerSe puede leer en RD, en un comentario anónimo a la dimisión del ministro de Justicia D. Alberto Ruiz-Gallardón: «A partir de este momento la Iglesia ya no pinta nada en la sociedad española.» Entiéndase que en esa sociedad la Iglesia ha dejado de «tener importancia o significación».

Si con ello se quiere decir que la Iglesia ha dejado de ser escuchada en las sedes del poder político, no deja de ser una magnífica noticia, pues indica que se han restablecido las debidas distancias entre el evangelio y el poder, distancias que nunca debieron ser acortadas, pues no hay manera de servir al mismo tiempo a esos dos señores.

Que la Iglesia haya dejado de tener poder, entiéndase dominio sobre la sociedad, es una noticia que pone fin a un escándalo, pues el único poder que a la Iglesia le es consonante es el de «expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia».

Ahora, si lo que el escriba anónimo quiso decir es que la Iglesia ha dejado de tener su lugar en la sociedad, está muy equivocado. Siempre estará ahí, pequeña y crucificada, profética y bienaventurada; siempre la encontrarán acogedora los pobres, liberadora los esclavizados, rica de perdón los pecadores. Siempre estará ahí, ella sola, también para las mujeres abandonadas por todos a la tristeza infinita del aborto.

Estar en la fila buena:

pastorRecuerda las palabras de tu oración: “El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”.

Mientras las pronunciabas, te situabas discretamente en la fila de los pecadores y pedías, más discretamente aún, ser contado entre los humildes.

Después escuchaste las palabras de Jesús: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”.

Mientras las escuchabas, pensaste: Está hablando de pecadores, está hablando de los humildes, está hablando de ese hijo que respondió a su padre: “no quiero ir a trabajar en la viña”, pero que después, arrepentido, fue.

Y la esperanza llenó de luz tu corazón al constatar que estabas en la fila buena, en esa que avanza más rápido que las otras hacia las puertas del Reino. ¡El corazón te dijo que Jesús estaba hablando de ti!

Estabas en la fila buena, en la de los humildes, en esa que el apóstol te señala, cuando dice: “Dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás… Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”.  ¡La voz entrañable de la fe te decía que la fila buena era la que iba tras los pasos de Cristo Jesús! “Él, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.

Ahora ya sabes qué significa eso de “hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. El padre te invita a recorrer con el más amado el camino que, bajando, lleva hasta la vida misma de Dios.

Feliz comunión con Cristo.

Dios en la humildad de un adverbio:

Adviento-2Cada domingo, la comunidad escucha la palabra que se proclama y participa en el misterio que se celebra; la palabra anuncia lo que en el sacramento se realiza. Escuchamos lo que Dios nos dice, de modo que podamos gustar lo que Dios hace en nuestro favor.

Pudiera parecer, sin embargo, que, en esta celebración, los creyentes, además de ser quienes escuchan la palabra, han de ser también quienes se apresuren a cumplir el mandato recibido: “Buscad al Señor… invocadlo… Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor”.

¿De quién se preocupa el profeta? No de Dios, sino del malvado y del criminal. ¿Por qué les dice: «buscad, invocadlo, regresad»? Porque es Dios quien los está buscando, es Dios quien los llama, es Dios quien suplica. ¿Para qué los busca? No pienses que busca restablecer el orden violentado, o afear al criminal su conducta, o humillar al malvado ante la asamblea de los santos; Dios busca a quien salvar, Dios busca al hombre para ofrecerle piedad y perdón, Dios busca al pecador para que viva.

Que es el Señor quien anda atareado en la búsqueda del hombre nos lo ha dicho también el salmista, y unos a otros nos lo fuimos repitiendo como estribillo de nuestra oración: “Cerca está el Señor de los que lo invocan”. No hemos dicho que el Señor es, o que está en todas partes, o que nada se oculta a su mirada; hemos dicho que “está cerca”, y en la humildad de un adverbio de lugar encerramos la grandeza de Dios, su clemencia, su misericordia, su piedad, su bondad, su ternura con todas las criaturas. Por eso su palabra nos dice «buscad al Señor», porque él está cerca, «invocadlo», porque él es clemente y misericordioso.

No pienses, pues, que Dios es quien invita o manda, y tú eres el que se ha de poner a la tarea de hacer lo mandado; cuando él te dice, «búscame», ya se ha puesto a tu lado para que lo encuentres; cuando te dice, «invócame», ya ha entrado en tu corazón para que le hables.

De esta tarea de Dios da testimonio Jesús en el evangelio, cuando habla de aquel propietario derrochador, “que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña… salió otra vez a media mañana… salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde… salió al caer la tarde”. Cuando el propietario dice a los jornaleros: «Id a mi viña»,  él ya «ha ido» a la plaza donde estaban los que necesitaban un jornal. Dios busca a quien dar el salario del día.

El que nos dice: «Buscad», él es el que ya ha salido a buscarnos; el que nos dice: «Id», él es el que ya ha venido a nosotros. Y este misterio de gracia, no es algo que sucedió una vez en el pasado y para otros, sino que es lo que en esta celebración vivimos los creyentes.

Considera esta Iglesia a la que perteneces. Es una comunidad de hombres y mujeres que han salido en busca de Dios, invocan al Señor, piden cumplir en sus vidas la voluntad de Dios; es una comunidad de creyentes que buscan, invocan y piden, porque han experimentado que “el Señor está cerca”, que “el Señor es clemente y misericordioso… bueno con todos… cariñoso con todos”.  Aquí buscamos al que desde siempre nos busca; aquí invocamos al que desde siempre es nuestro auxilio; pedimos al que por entero se nos ofrece antes de que nada pidamos.

Y ahora piensa en la comunión que vas a hacer: Tú te acercarás para recibir a Cristo, abrirás los labios como un niño que se dispone a comer, extenderás la mano como un pobre que espera una limosna; y allí, en Cristo, hallarás que tu Dios se ha acercado a recibirte, se ha hecho alimento para tu comida, se ha hecho tesoro para tu necesidad.

Feliz domingo.