Tengo que alojarme en tu casa

zaqueoLo llamas “Dios mío”, “mi Rey”; lo confiesas “lento a la cólera y rico en piedad”; lo aclamas “bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas”. Ésa es la oración de tu fe; ésa es la fe de la que nace tu oración.

Aprendiste tu credo en las rodillas de la bondad de Dios, en los brazos de su ternura, en las páginas de la historia de la salvación. Aprendiste a Dios en la escuela de su Palabra encarnada, admirando pobrezas, escuchando parábolas, siguiendo los pasos del Reino de los cielos que venia a los hombres.

Hoy, antes de hacer tuyas las palabras del Salmista, dáselas al publicano Zaqueo, y escucha la música que tienen en sus labios: “Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey… El Señor es clemente  misericordioso… es bueno con todos”. Escucha también la música que el Salmo tiene si quien lo canta es Cristo resucitado: “Que todas tus criatura te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas”. Escucha la música del Salmo en tu asamblea eucarística, y pregunta a tus hermanos por el motivo de su canto; verás que es el mismo para ellos y para ti, pues todos hemos oído la misma invitación: “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Cesará tu canto, pero no cesará esa música del corazón que es la alegría por la venida de Jesús a tu casa, por la entrada de la salvación en tu vida, porque te ha encontrado el que e ama.

Feliz domingo.

Pequeños y justificados

padremeamoLos ojos se te van, Iglesia de Cristo, tras ese pecador del que Jesús dice que vuelve a casa justificado.

Te sabes identificada con él en la subida al templo, y deseas verte identificada con él en la confesión de la divina piedad, en la experiencia de la divina gracia.

Te sabes en comunión con él en la condición pecadora, y temes no hallarte representada en su humildad, temes profanar el templo de la misericordia con palabras y espíritu de fariseo, temes que de ti se diga que has vuelto a tu casa sin haber gustado la justicia del Reino de Dios.

Se te van los ojos tras ese pecador cuya presencia humilde no desentona en el lugar donde habita la santidad de Dios. El pecador no ha subido allí pese a su pecado, sino más bien a causa de su pecado; por eso se queda atrás; por eso no se atreve a levantar los ojos al cielo, por eso se golpea el pecho; por eso suplica diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Cuanto hace y cuanto dice va proclamando los artículos esenciales de su credo: que Dios es compasión y hace justicia; que Dios es misericordia y envuelve en gracia.

Las palabras de Jesús, “el que se humilla será enaltecido”, evocan en la memoria de tu fe la figura de María, la esclava del Señor. En comunión con ella, pequeña y agraciada, el publicano y tú vais repitiendo las palabras de su canto: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… Él derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Dios se ha fijado en María, ¡Dios se ha fijado en el publicano y en ti!, y de todos es el canto, pues de todos es la salvación, de todos es la gracia, de todos es la justificación.

Pero tú sabes que hay algo más. Ese publicano de la parábola tiene también un misterioso parecido con Jesús de Nazaret. Del publicano se da a entender que se humilló delante de Dios, y que esa humillación atrajo sobre el pecador la compasión que pedía, la justificación que necesitaba. Del Mesías Jesús tu fe recuerda que, “siendo él de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así… se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”. Considera, Iglesia de Cristo, el misterio de este publicano divino, cuya humillación atrae sobre ti la compasión de Dios y deja abiertos para todos los tesoros de la justificación.

La humildad es la condición de Dios en la encarnación y en la eucaristía, y empiezas a sospechar que ésa es la forma que a Dios le da el amor que él es.

En la escucha de la palabra de Dios, ha crecido tu deseo de imitar la humildad del pecador; en la comunión con Cristo Jesús, de su anonadamiento, de su pequeñez, de su humildad has hecho tu vocación, la forma de vida a la Dios te llama por la fe.

Que Cristo Jesús nos encuentre ahora y siempre entre los pequeños de la tierra.

Feliz domingo.

“Tu Guardián”

ORAR Y AGRADECEREl auxilio me viene del Señor”: Esta confesión de fe nos ayuda a entrar en el misterio que celebramos.

Desde la experiencia de la propia fragilidad y la certeza de su fe, el Salmista, y con el Salmista la Iglesia, levantando los ojos a Dios, lo reconoce centro de su vida, de su fe, de su liturgia, lo reconoce creador del cielo y de la tierra, y lo llama “Guardián de Israel”.

Contempla; Iglesia de Cristo, contempla agradecida con el Salmista el nombre que con él le has dado a tu Dios. Deja que sea él quien te guíe con las palabras de su canto: “Tu Guardián no duerme… te guarda a su sombra, está a tu derecha… te guarda de todo mal”. Los Israelitas ya han dejado de ver la columna de Dios que acompañaba en el desierto su peregrinación; han dejado de verla, pero aquella columna no ha dejado de estar con ellos. Y eso confiesas tú con el Salmista cuando dices, “de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche”. Hoy como ayer, “ahora y por siempre”, “el Señor guarda las entradas y salidas” de su pueblo.

Ahora, Iglesia de Cristo, dejadas figuras y profecías, contempla desde el evangelio ese nombre que con el Salmista has dado a tu Dios. Para ti y para siempre, el que llamabas “Guardián de Israel” es el “Guardián” de Cristo Jesús. Si a él le entregas las palabras de tu salmo, verás que, a la luz de su resurrección, esas palabras se iluminan con un sentido nuevo y definitivo. Y tú, que eres el cuerpo de Cristo, las vas diciendo con él: “No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme… el Señor te guarda a su sombra… el Señor te guarda de todo mal”. Y bajo esa misma luz de Cristo resucitado puedes poner también las palabras del evangelio: “Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él”.

Dios hará justicia”: Puede parecer que esa justicia tarda, pero tú sabes que ya está hecha en Cristo Jesús; puede parecer que la nube de Dios ya no acompaña el camino de sus hijos, pero tú sabes que esa nube no ha dejado de acampar entre los pobres, como no ha dejado de envolver en amor infinito la vida de Jesús de Nazaret.

El auxilio me viene del Señor”: Hoy, mientras decimos con Cristo Jesús las palabras del salmo, las decimos con hombres y mujeres de los campamentos del hambre, las decimos con hombres y mujeres de los centros de internamiento para extranjeros, las decimos con hombres y mujeres que naufragan en esos mares que a los poderosos nos hacen de frontera, las decimos con la humanidad a la que nadie da voz cuando los poderosos deciden el destino de los pobres. Hoy, mientras comulgamos con Cristo Jesús, comulgamos con todos los que tienen hambre y ser de justicia.

Feliz domingo, hermano muy queridos.

Volver

 la-herenciaVolver”, ésa parece ser la palabra clave para entrar en el misterio de este domingo.

Oíste que se decía de Naamán el sirio: “Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: _Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el Dios de Israel”. Oíste que se decía de un samaritano curado de la lepra: “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. Y oíste que de este leproso Jesús decía: “¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Oíste, y te hallaste formando parte de un pueblo que, habiendo sido purificado, hoy se ha reunido para agradecer, ha vuelto para bendecir, para llenar la mañana con un cántico nuevo al Señor su Dios, porque ha hecho maravillas contigo, porque es eterna su misericordia.

Ibas buscando la salud, y encontraste la fe; pediste compasión, y conociste a tu Dios; gritabas para remediar tu pobreza, y en Cristo Jesús te han bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

No dejes de mirar a Cristo, y no dejarás de «volver»alabando a Dios a grandes gritos”. No dejes de contemplar las maravillas que el Señor Dios ha hecho contigo en Cristo Jesús, y no dejarás de «volver»para dar gloria a tu Dios”. No dejes de comulgar por la fe con Cristo Jesús: con su vida, su gracia, su santidad, su gloria; y no dejarás de «volver»para cantar al Señor tu cántico nuevo” de humanidad redimida.

Que no se aparte de tu corazón Cristo, que no se aparte de tus labios la alabanza del Señor, y no se apartará de ti la bienaventuranza de los pobres.

Feliz domingo.

‘Desendiosados’ para servir

granitomostaza

El profeta escribió: “El injusto tiene el alma hinchada; pero el justo vivirá por su fe”. Y Jesús dijo a los apóstoles: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería”. Y nosotros oramos diciendo: “Escucharemos tu voz, Señor”.

Puede que el lenguaje del profeta, el de Jesús, el de tu misma oración, te parezca propio de un tiempo pasado y de una ignorancia en vías de extinción. Puede que me digas: _Contamos los parados a millones, ¡y tú nos hablas de fe! Contamos por millares a decenas los que mueren de hambre cada día, ¡y tú nos hablas de escuchar la voz del Señor! Hemos perdido la cuenta de las víctimas de la explotación laboral, de la explotación sexual, del tráfico de personas, ¡y tú nos hablas de arrancar moreras y plantarlas en el mar!

Pues sí, por los parados a millones, por los muertos de hambre, por los esclavos de todas las latitudes, precisamente por ellos quiero hablarte de Dios, de su voz y de tu fe.

Muchos pensaron que el dinero -sacralizado, adorado y concentrado-, sería el garante de un progreso ilimitado para la humanidad. Lo pensaron y se equivocaron. Prometieron a los pobres un paraíso, les vendieron un mundo en el que “ningún hombre, mujer o niño se acostaría con hambre”, no sabría decir si pretendieron engañarles, pero sé de cierto que se equivocaron en su previsiones.

Parados, hambrientos y esclavos no son hijos de la tierra o de la fatalidad, sino hechura de un dios llamado dinero. Parados, hambrientos y esclavos son en realidad las víctimas que el dinero necesita para mantenerse erguido en su pedestal.

El dinero endiosado miente, esclaviza y mata.

No así Dios: Su Verbo se hizo carne solidaria de nuestra carne, se hizo hombre solidario de nuestra humillación. El Hijo de Dios se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. El Señor de los cielos se hizo siervo de todos, para enseñarnos el camino que lleva a la verdadera grandeza. La Palabra se arrodilló a los pies de los pobres, para curar enfermedades, iluminar oscuridades, expulsar demonios, abrir sepulcros, perdonar pecados, revelar el evangelio del amor y proclamar un jubileo de gracia y misericordia. La Palabra ‘se desendiosó’ –san Pablo diría: “no hizo alarde de su categoría de Dios”-, y, de ese modo, empobrecida, anonadada, solidaria y compasiva, se hizo camino, verdad, vida para todos.

No sé si un día iremos, también como creyentes, a una huelga para defender los derechos de los pobres; pero sé que hoy, en nuestra celebración, vamos a una comunión real con Cristo y con los pobres de la tierra. Comulgaremos escuchando y comiendo. Y la comunión hará de cada uno de nosotros un cristo solidario con los demás, un pobre capaz de enriquecer a muchos, un pequeño que ha conocido por gracia el camino de la dicha. Hoy, escuchando y comiendo, comulgaremos una Palabra que se abaja hasta nosotros, que se pronuncia entre nosotros, que se nos entrega, para que, acogiéndola en la fe, vayamos como ella al encuentro de los excluidos, sirvamos como ella a los desechados al borde del camino, seamos como ella pan para los hambrientos de la tierra y, como ella, nos ‘desendiosemos’ para servir a los últimos.

Feliz domingo.

Un salmo para un mendigo y para ti

lampara-aceite-300x286Habéis escuchado la lectura del profeta y habéis oído un “¡ay!”, que resonó en vuestro interior como una amenaza para los que “se fían de Sión”, para los que “confían en el monte de Samaria”, para quienes hacen de la riqueza un dios al que entregarse, para quienes banquetean y no ven al hambriento, para quienes derrochan sin reparar en el que nada tiene, para todos los huéspedes del egoísmo, que han exiliado de la propia vida la justicia de la misericordia. Habéis oído también una predicción: Los que ahora os acostáis, coméis, canturreáis, inventáis instrumentos, bebéis, os ungís ¡y no os doléis con el dolor del que sufre!, iréis al destierro, iréis a la cabeza de los cautivos. Habéis oído un “¡ay!”, que es una predicción de lamentos; habéis oído una predicción, que amenaza a sus destinatarios con el contenido amargo de un “¡ay de vosotros!”, y, sin embargo, en nuestra asamblea, nosotros aclamamos diciendo: “Alaba, alma mía, al Señor”.

La palabra amenaza ¡y nosotros alabamos!

El que alaba no es el que lleva una vida disoluta, sino aquel a quien auxilia el Dios de Jacob. Para el disoluto, su riqueza es su dios, y ¡banquetea!; para el creyente, su Dios es su riqueza, y ¡alaba!

Deja en los labios de Lázaro, el mendigo las palabras de tu alabanza; allí se llenan de verdad, adquieren un sentido que sólo aquel mendigo les puede dar: “Alaba, alma mía, al Señor”.

Vuelve los ojos al mendigo Jesús, echado en el portal de la humanidad -los suyos no le recibieron-, cubierto de llagas -los suyos le hirieron-, sediento de mí y de ti –le ofrecimos vinagre-; vuelve los ojos al mendigo muerto y resucitado, muerto y glorificado, muerto y enaltecido hasta la derecha de Dios; vuelve los ojos a Cristo y escucha las palabras de su canto, acércate a la verdad de su poema: “Alaba, alma mía, al Señor. Él me hizo justicia, él me sació de pan, él me dio la libertad… “.

Si has escuchado el canto de Cristo resucitado, has escuchado las palabras de tu propio canto, ya que tú, que has muerto con Cristo, con él has sido sepultado, con él has resucitado, con él estás sentado a la derecha de Dios en el cielo. Cristo dice con verdad: “El Señor me hizo justicia”, y ¡ésa es, hermano mío, la verdad de tu canto! Cristo dice con verdad: “El Señor me sació de pan”, y ¡ésa es, Iglesia santa, la verdad de tu confesión! Cristo dice con verdad: “El Señor me dio la libertad”, y ¡ésa es la verdad de nuestra alabanza! ¡Su salmo es nuestro salmo, su verdad es nuestra verdad, porque somos de Cristo y estamos en él!

Tú, hermano mío, alabas al Señor porque eres de Cristo y vives en Cristo, mientras el lamento se cierne sobre los que son de la riqueza y mueren en ella. Tú alabas al Señor, porque has conocido su amor, mientras el infierno se apodera de los que no aman. Te has asomado al abismo del amor que Dios te tiene: Imita al que te hace justicia, al que quiso ser para ti pan y libertad.

Feliz domingo.

Conocer su bondad y alabar al Señor

Monición XXV DDA Ciclo B

Alabad al Señor, que ensalza al pobre”: La alabanza de la asamblea litúrgica al Señor su Dios, nace de la memoria que hacemos de sus obras a favor de los pobres. Conviene, pues, que la fe recuerde lo que el Señor ha hecho, para que podamos alabar con verdad su santo nombre.

De él dice el Salmista: “El Señor se eleva sobre todos los pueblos”. No hay a su lado otro dios, nadie hay que se le pueda comparar, no hay pueblo alguno que se substraiga a su poder soberano, no hay lugar alguno donde no brille su gloria. Si lo contemplamos sentado en su trono, nos sobrecoge la majestad de su dignidad real. Pero, si con los ojos de la fe seguimos su mirada, vemos que él, el Altísimo, se fija en el humilde y en el abatido, para levantar del polvo al desvalido y alzar de la basura al pobre.

Recordad las palabras del Señor a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”. El Señor ha visto, se ha fijado, ha bajado. Y aquellos pobres, que han experimentado la fuerza salvadora del brazo del Señor, son los que cantan para él un cántico nuevo, porque nuevo es también el conocimiento que han adquirido de su Dios: “Cantaré al Señor, sublime es su victoria…mi fuerza y mi poder es el Señor, el fue mi salvación…”.

Recordad la pobreza de Ana, sus lágrimas, su aflicción, la amargura de su alma derramada en palabras de fe delante del Señor: “Señor, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida”. El Señor se fijó y se acordó, y Ana concibió y dio a luz un hijo. Y ella, que había derramado delante del Señor la oración de su amargura, el lamento de su humillación, derramará delante de él la oración de su alegría celebrando su salvación.

Recordad la pobreza de la Virgen María, a quien llamamos dichosa porque ha creído, a quien reconocemos bendita entre todas las mujeres. El Señor se ha fijado en ella, el Poderoso ha hecho obras grandes por ella, y ella proclama la grandeza del Señor, porque la misericordia del que es santo llega a sus fieles de generación en generación.

Y ahora recordemos nuestra pobreza, nuestras lágrimas, nuestra humillación, nuestras esclavitudes, nuestra esterilidad, nuestra pequeñez, y contemplemos, a la luz de la fe, de qué modo el Señor nos ha visitado, cómo se ha fijado en nosotros, cómo se ha abajado hasta nosotros; y hallaréis que “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo… se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz”. Se abajó, naciendo pobre, para levantar al desvalido y alzar de la basura a los pobres. Se abajó, muriendo, para que los muertos alcanzásemos su vida. El mismo que “se abajó”, hoy se fija en nosotros y nos visita, humilde y pequeño como el pan de nuestras mesas.

Quienes hemos experimentado la gracia de Dios sobre nosotros, somos llamados a imitar lo que hemos conocido: a fijarnos en el humilde, a oír el grito de los oprimidos, a bajar hasta su necesidad para remediarla. Nosotros, como el Señor, somos llamados a seguirle por el camino que lleva a compartir la condición y la vida de los humildes. Para nosotros se dice hoy la palabra de Jesús: “Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas”.

Que los pobres reciban de vuestras manos la salvación de Dios, de modo que, por vosotros, también ellos conozcan la bondad del Señor y lo alaben.

Feliz domingo.

En Cristo Jesús, la misericordia nos visita

Avatar Jesus Cristo«¿Quién sois vos, Señor, y quién soy yo?» Poco o nada podrá conocer del infinito amor de Dios –no sabrá responder a la pregunta “¿quién sois vos, Señor?”-, quien no haya experimentado la pobreza de la propia condición –quien no haya respondido con verdad a la pregunta “¿quién soy yo, Señor, delante de tus ojos?”-.

La palabra de la revelación nos acerca a la verdad de nosotros mismos, hombres y mujeres que de muchas maneras nos hemos desviado del camino que el Señor nos ha señalado, creyentes marcados por la culpa, impuros por el delito, manchados por el pecado.

Y la misma palabra nos acerca a la verdad de Dios, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios fiel a sus promesas, aquel cuyo nombre es misericordia y bondad, gracia, fidelidad y compasión.

No olvides tu nombre de pecador, y no olvidarás el nombre santo de tu Dios. Recuerda siempre tu miseria, de modo que no nunca olvides su misericordia. Recuerda tu pecado y la dureza de tu corazón, de modo que no olvides su gracia y su ternura.

En efecto, el Dios santo, justo y fiel, por el amor con que nos amó a nosotros pecadores injustos e infieles, nos dio a su Hijo único, para que, por la fe en él, recibiésemos gracia sobre gracia y tuviésemos vida eterna. El Hijo de Dios vino al mundo para salvar a los pecadores, y nosotros somos los pecadores a quienes el Hijo de Dios vino a salvar. Él es aquella mujer que enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que encuentra su moneda perdida, hasta que te encuentra, hasta que me encuentra, como si fuésemos su única moneda. Él es aquel dueño de las cien ovejas que deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra; y cuando la encuentra, la lleva sobre sus hombros, muy contento, como si fuera su única oveja.

Tú pronuncias el nombre de Jesús y recuerdas que, en Jesús, Dios te busca, y sabes que, si te encuentra, hay alegría entre los ángeles del cielo porque se ha llenado de alegría el corazón de Dios.

Tú pronuncias el nombre de Jesús, y recuerdas la misericordia de Dios que te visita, la gracia de Dios que te santifica, la fidelidad de Dios que te justifica, el amor de Dios que te salva.

Pero hoy, hermano mío, no sólo pronuncias el nombre de Jesús y traes a la memoria cuanto ese nombre significa, sino que te encuentras realmente con tu salvador y redentor, escuchas verdaderamente su palabra que te ilumina, y recibes su Espíritu que congrega en la unidad a todos los que participamos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.

Y si es Jesús quien hoy te encuentra, hoy te has encontrado con la misericordia de Dios, hoy te ha rodeado la bondad de Dios, hoy te has sumergido en la compasión de Dios, hoy te ha visitado la santidad de Dios, hoy has sido renovado por dentro y te han dado un corazón nuevo, un espíritu nuevo.

“¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas”.

Queridos: Sólo desde la verdad de un corazón quebrantado y humillado puede subir hasta el Señor la verdad de nuestro sacrificio. Sólo si el Señor nos ha abierto los labios con su misericordia, nuestra boca proclamará con verdad su alabanza.

Haced que hoy sea verdad vuestro sacrificio, vuestra alabanza, y con ellos, sea también verdad la alegría de Dios por vosotros.

¡Feliz domingo!

El futuro está… en el odio:

estad-preparadosJesús lo dijo así: “Si uno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”.

Los responsables de la versión litúrgica del texto, al transformar un explícito «odiar» en un supuesto «posponer», han rendido un homenaje impensado a la radicalidad hiriente del evangelio.

Me quedo con lo que hiere, “odiar”, porque en esa acción escandalosa vio Jesús una norma para discernir entre quienes se acercan a él por casualidad, por curiosidad, por beneficiarse de su poder, por conocer su doctrina, y quienes optan por ser de verdad sus discípulos.

El evangelio no me pide que odie al enemigo, sino que odie lo que amo, lo que más amo, desde mi padre y mi madre hasta mi propia vida.

Algo dentro de mí va diciendo que ese odio es todo amor. Algo me dice que mi padre y mi madre, por amor, odiaron la propia vida para proteger la mía. Algo me dice que los mártires de la fe, por amor, odiaron la propia vida y la entregaron a Cristo Jesús y a quienes los martirizaban. Algo me dice que Jesús de Nazaret, por amor, odió su vida para que yo pudiese vivir. Algo me dice que la Eucaristía, sacramento del amor que Dios nos tiene, es al mismo tiempo sacramento del odio que se nos exige, pues en este divino misterio se nos entrega por entero quien nos ama, y sólo si nos odiamos para amar, sólo si renunciamos a poseernos y nos damos a quienes amamos, podremos ser en verdad discípulos de aquel a quien nos hemos acercado en la comunión.

Bajo esta luz se puede releer la carta de Pablo a Filemón: “Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo… Te lo envío como algo de mis entrañas… Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor, como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, ¡cuánto más lo has de querer tú, como  hombre y como cristiano!” Es como si el apóstol estuviese diciendo a su amigo: «Odia y ama», «ódiate a ti mismo y ama a tu esclavo». Ese odio que libera al hombre para el amor, es condición de futuro para el que ama, para el que es amado y para el mundo. Paradojas del amor: El futuro está… ¡en el odio!

Hazte pequeño:

estad-preparadosProcede con humildad… hazte pequeño… porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”.

Si no quiero que las palabras de la revelación se me queden vacías de sentido y ajenas a la vida, he de ponerlas bajo la luz de la Palabra hecha carne, pues en ella –en Cristo Jesús- se encuentran cumplidas todas las palabras que de ella han hablado, y que la comunidad de fe ha escuchado, creído, confesado y vivido.

Procede con humildad”, dice el Eclesiástico. Y la fe, puesta la mirada en el espejo de la anunciación, aprende a imitar en la vida lo que se le concede contemplar en el misterio. Allí es humilde el lugar designado, la doncella escogida, el mensaje entregado, la respuesta confiada. Allí es humilde el misterio revelado, pues Dios con ser Dios, es engendrado, gestado y nutrido, y todo ha de recibir de una doncella quien sustenta en el ser a todo el universo.

Procede con humildad”, nos pide la sabiduría. Y la fe, necesitada de ver para saber, vuelve la mirada contemplativa al misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Considera y admira lo que allí se ve: El que ha asignado lugar a las órbitas de toda la materia, no encontró lugar para él en la posada. A la humildad del silencio en el claustro virginal, se añade ahora la humildad del parto, la humildad del llanto, la humildad del alimento suplicado por quien es el pan de todos los hambrientos. En el misterio de aquel nacimiento has visto a Dios tan cercano y tan pequeño –tan humilde-, que los pecadores pueden darse prisa en encontrarlo, y pueden llevarlo en brazos los ancianos.

Procede con humildad”, dice el Señor. Y la fe se arrodilla a la sombra de la cruz de Cristo para contemplar el misterio que allí se consuma: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

Hazte pequeño”, como un resto que los poderosos olvidan con desprecio, como un último del que nadie tiene envidia, como un pan de eucaristía destinado a ser partido y repartido.

Hazte pequeño”, como quien sirve, como quien bendice, como quien acaricia, como quien se arrodilla para lavar pies y vendar heridas.

Hazte pequeño”, como quien cree, como quien espera, como quien ama, como quien abraza, como quien perdona, como quien sonríe.

Hazte pequeño”, como un niño, como Dios.

La llave del futuro para la tierra y el hombre la tienen en sus manos los pequeños.

Hazte pequeño”.

Feliz domingo.